Estamos cerca del frente sur. Ante la amenaza rusa, los vecinos de una pequeña localidad preparan ya la resistencia. Se entrenan para ser partisanos, dispuestos a la guerra de guerrillas y el sabotaje ante una eventual ocupación. Hay comerciantes, maestros, funcionarios, agricultores... Grupos como estos
actúan ya en varias zonas ocupadas.
Toda Ucrania está salpicada de controles y retenes gestionados por milicianos. «Comprobamos la identidad de todo el mundo para evitar infiltrados –explica Stanis, comandante partisano local–. Necesitamos protegernos de los saboteadores rusos». Muchos recuerdan a los guerrilleros ucranianos que lucharon contra Moscú tras la Segunda Guerra Mundial, donde mataron a más de 30.000 soviéticos.
Más de 220 niños han muerto desde el inicio de la invasión rusa, según la Fiscalía de Menores de Ucrania. Los vivos, como estos desplazados, excavan trincheras y juegan en el exterior de una escuela convertida en refugio para familias que llegan, sobre todo, de Mariúpol y el este del país. «Los niños se pasan el día así –cuenta una madre–. Unos hacen de soldados y otros, de prisioneros. Imitan lo que ven».
La ciudad de Andriyivka, cerca de Kiev, fue ocupada al comienzo de la invasión y liberada hace unas semanas. Mykyta Horban, médico, desapareció entonces con su hijo. Su esposa, Nadia Younger, sujeta una foto de ambos y asegura que las tropas del Kremlin se los llevaron junto con otras 50 personas. No ha vuelto a saber de ellos. Según Kiev, más de 15.000 ucranianos están desaparecidos.
Julia y sus dos hijos sobrevivieron al cerco de las tropas rusas en Brovary, cerca de la capital. La ciudad, que albergaba el principal centro de comunicaciones e inteligencia del Ejército ucraniano, fue objeto de un duro asedio en marzo. Julia y su familia permanecieron tres semanas bajo tierra en un refugio antiaéreo. Ahora se recuperan en Zolochov, 500 kilómetros al oeste de su hogar.
Partisanos se inician en el tiro de precisión y combate. Los entrena Mike, veterano de misiones de paz en los Balcanes y el Congo. «Queda mucho por hacer, pero nadie pensó que fuéramos a aguantar tanto y aquí estamos», dice el instructor. «Se trata de permanecer vivos –añade Alexis, de 50 años, uno de sus reclutas–. Antes cazábamos lobos, jabalíes o ciervos, ahora nos toca buscar infiltrados».
Lesia Gorgota, periodista y diputada regional ucraniana, se prepara como partisana en un campo de entrenamiento militar en el sureste de su país. Madre de un niño y esposa de un militar, vivía en Kiev cuando comenzó la invasión rusa y se puso al servicio de la milicia ucraniana. Miles de mujeres como ella han seguido el mismo camino.
Bucha es el símbolo de las atrocidades rusas en Ucrania. Se han hallado ya más de 1000 cadáveres. La Policía busca documentos entre sus ropas para intentar identificarlos. «Los rusos han demostrado de lo que son capaces en Bucha, Irpín, Mariúpol... –sostiene el comandante Stanis–. Quieren exterminarnos y no nos queda más remedio que luchar porque Europa y la OTAN nos han dejado solos».