Día Internacional de las Montañas
Las catedrales de la Tierra: las montañas y rutas más impresionantes del Himalaya
Trekking entre las montañas más altas del mundo, glaciares, monasterios y lugares mágicos del hinduismo y el budismo

La cordillera del Himalaya tiene 2.400 km. de longitud, entre 200 y 300 de anchura y se extiende en arco sobre Pakistán, La India, Nepal, China y Bután. Su centro geométrico lo constituye el Himalaya de Nepal, que contiene 8 de las 14 cumbres ... mayores de 8.000 m. existentes en el mundo, incluyendo la más alta: el Everest (8.848 m.), de cuya primera ascensión, el 29 de mayo de 1953, acaba de cumplirse el 60º aniversario. Un buen motivo para presentar estas diez rutas por las que adentrarse en este universo tan vasto como sugerente de la manera más antigua que se conoce: caminando.
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Everest, el techo del mundo
El Khumbu Himal es la esencia del Himalaya de Nepal. A esta región pertenecen el Everest y su corte de gigantes (Lhotse, Nuptse), así como otras cumbres de más de 8.000 m. (Makalu, Cho Oyu) y también el mítico Ama Dablam. Todas estas montañas, con sus enormes glaciares resplandecientes, presentan una serie de rasgos distintivos que, desde que se conocen, ha subyugado a alpinistas y viajeros en cualquier época.
La ruta de trekking más frecuentada es la que atraviesa el Khumbu Himal, el país de los sherpas , la etnia nepalí más conocida internacionalmente. El camino está jalonado con diversos tipos de chorten (estupas), mune-mani (piedras de oración) y viejas gompas (monasterios), aunque el atractivo principal lo constituye, claro está, la montaña más alta de La Tierra: el Everest (8.848,86 m.) . Contemplar el techo del mundo es, para muchos, una obsesión irrenunciable que traducen sobre el terreno en una especie de mística peregrinación.
Los primeros intentos de ascender el Everest los protagonizaron los ingleses, que comenzaron forzando su costado tibetano en repetidos asaltos entre 1920-30. Pero tuvieron que esperar casi tres décadas para conseguir el triunfo. Justo hasta el 29 de mayo de 1953, cuando el neozelandés Edmund Hillary y el sherpa Tenzing Norkay , tras escalar la vertiente nepalí, se alzaron sobre su cumbre.
Desde el pequeño aeropuerto de Lukla (2.838 m.), abismado entre montañas, un día de marcha nos sitúa en Namche Bazar , capital de los sherpas y centro comercial del valle de Khumbu. El camino continúa hacia Thiangboche (3.800 m.), el monasterio más renombrado de la región, a los pies del Ama Dablam (6.921 m.), una de las montañas más hermosas del planeta. En Pangboche nos muestran la mano del hombre de las nieves, el legendario Yeti y, tras alcanzar el Kala Pattar (5.615 m.), contemplamos ya el Everest, el Nuptse y el Lhotse, quedando el campamento base a nuestros pies.
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Annapurna, el primer «ochomil»
La ascensión del Annapurna (8.091 m.) en 1950 por una expedición francesa representó el primer triunfo de la Historia sobre una montaña de más de 8.000 metros. Si entonces esta conquista tuvo repercusión mundial, hoy el Annapurna y sus aledaños, alrededor de los profundos valles del Kali Gandaki y del Marsyandi Khola , en pleno centro de Nepal, constituyen, después del Everest, la zona más visitada de todo el Himalaya.
La ruta que proponemos es un largo itinerario circular de 350 km. que se ha convertido ya en clásica. A los espléndidos paisajes, omnipresentes en todas las jornadas, se suman los contrastes entre los pueblos de las regiones bajas, de cultura hinduista, y las comunidades budistas, en los alpinos valles del norte.
Desde Phokara , punto de arranque de la ruta, la visión del Annapurna es de una magnificencia inconmensurable: sus nieves, de un blanco cegador, aparecen ribeteadas por el intenso azul del cielo y por el verde lustroso de la vegetación subtropical que cubre las laderas. El camino asciende junto al caudaloso Marsyandi Khola por un valle glaciar con su característica forma de U, salpicado de aldeas. Desde la de Braga, y tras visitar su interesante gompa, alcanzamos las formaciones rocosas de Manang. El panorama de los Annapurnas II, III y IV, Gangapurna, Tilicho y glaciar Dome es de los que perduran en la memoria.
Se precisan dos días más para cruzar el Torong-La (La = collado, en tibetano), casi siempre cubierto de nieve, y empezar el descenso a Mouktinah, el centro de peregrinación budista e hinduista más importante y célebre de toda la región. Bajando después por el valle del Kali Gandaki aparecen, al oeste, las imponentes crestas del macizo del Daulaghiri, cuyos desniveles de 5.000 metros sobre el cauce del río son, probablemente, los mayores del mundo. Se termina la ruta donde comenzó: en Phokara, completando así la vuelta al Annapurna.
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Las fuentes del Ganges
Geográficamente situado en el centro del Himalaya, el distrito de Garhwal, en el norte de la India, está sembrado de glaciares, densos bosques, cascadas y templos . En sus valles altos, al amparo de creencias inmemoriales, medran los centros de peregrinación . Yamunotri, Gangotri, Kedarnath y Badrinath, abiertos en abanico sobre las cabeceras del sagrado Ganges, están reputados entre los fieles como los cuatro principales.
Si legendarias son las fuentes del río imperecedero, no lo son menos las cumbres que las circundan: el Trisul, el Kamet, el Nanda Devi (7.817 m.) –la montaña santuario- , el Dunagiri y el esbelto Shivling (el pene de Shiva), objetivo codiciado por los escaladores de todo el mundo. Desde su nacimiento en el Himalaya hasta su desembocadura en el Índico, el curso del Ganges constituye, para los hindúes, una reflexión virtual sobre el decurso de la existencia humana. Según la tradición, el río se desploma desde los cielos sin causar daño a los hombres porque Shiva soporta sobre los enmarañados bucles de su cabello el impacto violento de las aguas.
Nuestra ruta comienza en Rishikesh , que se proclama a sí misma capital mundial del yoga, en medio del fervor espiritual de miles de peregrinos de todas las regiones de La India. El viaje continúa en autobús, vía Uttarkhasi, hasta Gangotri, lugar predilecto de la diosa Ganga Mai . De aquí parte la senda que, valle arriba, compagina las esencias del Himalaya con el misterio de la fe hinduista. El silencio de las alturas, la pureza del aire y la grandiosidad del paisaje se dan la mano con las oraciones de los peregrinos y su inquebrantable voluntad de perfección.
A 4.225 m. de altitud, Gaumukh (el morro de la vaca), considerado el sitio exacto del nacimiento del Ganges, es el lugar sagrado por excelencia. Ascetas, yoguis, swamis y peregrinos toman sus baños rituales en las heladas aguas del glaciar; a falta de abluciones, las vistas del Shivling, del Meru y de las formidables paredes de los Bagirathis compensan el esfuerzo realizado.
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Kailash, la montaña sagrada
Kang Rimpoché significa joya de las nieves: esta es la imagen que los tibetanos tienen de su montaña sagrada. El resto del mundo la conoce con el nombre de Kailash. Se trata de una magnífica pirámide de roca entreverada de nieves, de 6.714 metros de altura, situada en el extremo suroccidental del Tíbet , no lejos de la frontera con Nepal. Para los creyentes el Kailash es el centro del Universo , del cual nacen cuatro de los ríos más largos y caudalosos de Asia: el Indo, el Sutlej, el Brahmaputra y el Karnali.
En mayo de 1993 los gobiernos de Nepal y de China acordaron permitir las rutas de trekking a través de su frontera común. Para budistas e hinduistas la visita al Kailash tiene siempre carácter de peregrinación. Durante siglos han medido con el largo de sus cuerpos los 51 km. del recorrido circular por su base en un impensable despliegue de postraciones rituales. La fuerza de su devoción, unida a las dificultades de la aproximación a la montaña sagrada, es suficiente para satisfacer nuestras más románticas exigencias.
Tras cinco días de marcha desde la población nepalesa de Simikot se cruza el Nara-La para descender a las planicies tibetanas. Un vehículo 4x4 nos acerca al lago Manasarovar (4.558 m.), nacido de la mente de Brahma, con su intenso color azul cobalto; más allá, en el límite del mundo, se vislumbra la pirámide del Kailash. Desde Darchen se inicia la caminata de tres días alrededor de la gran montaña, a una altitud media de casi 5.000 metros. ¡Ojo a la aclimatación! El mal de altura, sin posibilidad de descender de cota, puede generar un serio problema.
El collado de Drolma , que se alcanza al segundo día, es el punto más alto de la ruta: a 5.600 m. sobre el nivel del mar observamos la interminable meseta tibetana, el más vasto sistema de tierras elevadas del orbe. Atrás, mezclados en la distancia, se quedan los murmullos del viento y de los mantras recitados por los peregrinos.
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Mustang, el reino prohibido
En 1964, tras arduas negociaciones con el gobierno de Nepal, el himalayista francés Michael Peissel fue el primer extranjero en recorrer la tierra de Mustang, fronteriza con el Tíbet. «Todavía existen horizontes inexplorados », escribió después, «el reino de Lo es menos conocido que la cara oculta de La Luna».
Mustang fue abierto al turismo en 1991 y, casi medio siglo después del viaje de Peissel, continúa siendo, usando sus propias palabras, una «tierra intacta, ilesa y sin edad» . Situado al norte del Annapurna, en la cabecera del Kali Gandaki, el también llamado reino de Lo es, probablemente, el último reducto de cultura tibetana en estado puro . Inalterados por la revolución china de 1951, sus monasterios conservan pinturas, thankas y enormes estatuas de budas y deidades que se remontan al siglo XVI y recrean un fervor religioso ancestral. Los habitantes son bothias originarios del Tíbet, dedicados al cultivo de cereales y al pastoreo de sus yaks.
La aproximación a Mustang comienza con un doble vuelo en avioneta, primero de Katmandú a Phokara y luego de aquí a Jomson , este último realmente espectacular. Luego, cinco días de marcha nos llevan a Lo Mantang, la capital del antiguo reino prohibido. El gesto inmóvil y la mirada imperturbable de las gentes de Lo condensan 2.000 años de una cultura diferente e intocada, depositaria de herméticas tradiciones; de una civilización que no conoce la rueda, los plásticos ni la llegada del hombre a La Luna; de unos modos de vida contemplativos en los que no tienen cabida la agitación, la ansiedad ni las prisas.
El retorno a Jomson atravesando el paisaje lunar de la gran meseta tibetana facilita la fijación en el recuerdo de –citamos de nuevo a Peissel- «una ciudad amurallada oculta en los recovecos del Himalaya, un lugar donde el tiempo permanece suspendido sobre un universo cerrado y secreto».
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Bután, la tierra del dragón
De todos los países del Himalaya, Bután (Druk Yul, el reino del Dragón, en lengua vernácula) es el más misterioso e impenetrable. Durante siglos, gracias a sus defensas alpinas, ha permanecido aislado. Su historia es una sucesión de leyendas sobrenaturales, tradiciones budistas , viejísimas fortalezas y monasterios, lamas reencarnados y señores feudales que detentaron el poder político hasta el advenimiento de la monarquía hereditaria que logró la unificación.
Prohibido a los extranjeros durante siglos, en 1974 se abrió al turismo de forma limitada: 2.500 visitantes por año. Al Producto Nacional Bruto de los países de Occidente, el gobierno budista de Bután opone la Felicidad Interna Bruta , lema que define su modelo de desarrollo, el cual carece de sentido si no aporta una mejoría espiritual a sus moradores. O sea: modernización pero sin perder las tradiciones, base de la identidad del pueblo butanés.
El trekking por Bután resulta refrescante por diferente. El país es una gigantesca escalera con los peldaños orientados en la dirección de los paralelos. Sólo 150 km. separan las planicies del sur , con sus cultivos de arroz y plátanos a 300 m. sobre el nivel del mar, de las cumbres del norte, que superan los 7.000. Los frecuentes cambios de ecosistema en distancias muy cortas ofrecen violentos contrastes que se convierten en uno de sus principales atractivos.
Desde la capital, Timphu , hay que desplazarse hasta Paro, donde comienza el trekking del Chomolhari (7.329 m.), la montaña más alta de Bután. Es una región salvaje. Se pueden ver águilas y ciervos y, con un poco de suerte, osos pardos; y si nuestro karma es propicio, quizá también al Dredmo, nombre local del Yeti. En las tierras altas, los pastores, seminómadas, y sus familias, se visten con lana de yak y duermen en tiendas de lana negra procedente de sus rebaños. Desde el campamento base del Chomolhari es posible admirar en toda su grandeza su formidable cara SE, así como otros picos nevados, alineados sobre la frontera con el Tíbet.
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Glaciar Baltoro: las catedrales de la Tierra
Al norte de las llanuras del Punjab, en territorio pakistaní, se encuentra la mayor concentración de altas montañas del planeta: el Karakorum . Cientos de kilómetros de cordilleras inhabitadas componen el escenario más salvaje y remoto de La Tierra. Allí elevan sus cumbres 5 de los 14 colosos de más de 8.000 metros: Nanga parbat (8.125 m.), Broad Pe ak (8.047 m.), Hidden Peak (8.068 m.) Gasherbrum II (8.034 m.) y K2 (8.610 m.). El eje central de este innumerable caos alpino es el glaciar de Baltoro, el más espectacular de cuantos pueden contemplarse. Cualquier ruta de trekking a su través es exigente y demanda experiencia previa en alta montaña.
La aventura comienza en Rawalpindi, tomando la archifamosa Karakorum Highway , la carretera quizá más impresionante del orbe, que une Pakistán con China avanzando tortuosamente a través de las tres cordilleras más altas del Globo –Himalaya, Karakorum y Pamir-, siguiendo una de las antiguas rutas de la seda. Desde Skardú, capital del Baltistán, a orillas del Indo, se continúa en jeep por el valle de Shigar hasta Dassu. Tres días de camino por las orillas del Braldo son suficientes para alcanzar Askole, último lugar habitado de la ruta.
Desde la morrena frontal del glaciar de Baltoro una atmósfera desolada y salvaje comienza a rodearnos. No hay ser viviente que permanezca indiferente ante el majestuoso panorama de las Catedrales y de las Torres del Trango desde Urdukas. Siguiendo el curso de la formidable lengua de hielo aparece la Torre de Mustagh y, por fin, se llega a sus fuentes, sitas en la encrucijada de tres glaciares tributarios: Godwin Austen, Throne y Vigne . El punto en cuestión se conoce con el nombre de Concordia y es la meta de nuestro recorrido por el Karakorum. Al fondo, el K2, la segunda montaña más elevada del planeta, cierra el horizonte.
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Ladakh, el pequeño Tíbet
La región de Ladakh, conocida también como La Tierra de La Luna, El Pequeño Tíbet o El último Shangri-La , está situada en La India, al norte de la cordillera del Himalaya. Geográficamente pertenece a la meseta tibetana y su altitud media ronda los 4.000 metros. El terreno, una sucesión de formaciones de roca y arena, semeja un paisaje lunar. En este desierto de altura, circundado de montañas nevadas, el valle del Indo constituye un oasis refrescante. Sólo en verano, ausentes las nieves invernales, es posible visitar la zona, una de las más ignotas del globo terráqueo.
El viento y las temperaturas extremas han aislado a sus habitantes y protegido su cultura de influencias externas. Antiquísimos monasterios budistas, banderas de oración y piedras con mantras esculpidos componen las notas espirituales de una tierra remota en el tiempo como pocas. La gente viste las tradicionales chubas de lana de yak y los lamas, en los apartados centros religiosos, observan los herméticos rituales del budismo tántrico.
El trekking comienza en Leh , la capital, a orillas del Indo. Un par de días aquí visitando los cercanos monasterios de Hemis y Thiksey (sin olvidarnos –¡faltaría más!- del pintoresco mercado urbano) facilitan la imprescindible aclimatación. La marcha se desarrolla por el valle de Markha, paralelo al del Indo. La ruta no es difícil y resulta interesante por estar inmersa en el corazón del alto Himalaya, además de reunir todos los elementos típicos de la cultura tibetana. Son ocho días de travesía por aldeas solitarias y collados de alturas comprendidas entre 4.000 y 5.000 metros. Progresivamente nos vamos familiarizando con las gentes y con la desnuda naturaleza que les acoge, amén de descubrir monasterios donde se conservan estatuas y pinturas aún sin datar.
No es infrecuente escuchar los aullidos de los lobos, abundantes en toda la región. Por estrechas gargantas rocosas, a veces de franco vértigo, se accede a extrañas grutas donde los monjes ermitaños , allí recogidos en meditación durante años, han alcanzado un notable desarrollo espiritual.
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Kangchenjunga, los cinco tesoros de las nieves
Esta escarpada cordillera se extiende entre Sikkim y el Tíbet, invadiendo la frontera oriental de Nepal. Desde los campos de té de Darjeeling , famosa villa de verano durante la dominación inglesa, se divisan las cumbres del macizo, al que la población local da el sugestivo nombre de Los cinco tesoros de las nieves. Esto es: Kangchenjunga.
Con sus 8.598 m., el Kangchenjunga es la tercera montaña más alta de La Tierra . Los primeros intentos de ascenderla tuvieron lugar antes de la Segunda Guerra Mundial. La conquista se llevó a cabo en 1955, año en que una expedición inglesa coronó su cumbre forzando la aproximación por el glaciar de Yalung, en Nepal.
La ruta que hemos elegido conduce desde las junglas subtropicales de las tierras bajas hasta los enormes glaciares que nacen del Jannu, del Yalung Kang y del propio Kangchenjunga. Un larguísimo itinerario que requiere una buena condición física. Desde el pueblecito de Taplejung, se desciende hasta el río Tamur. La zona está habitada por la etnia limbu , aunque hay aldeas sherpas en los valles altos. Al quinto día de marcha admiramos ya la esbelta silueta del Jannu (7.710 m.) ; sus poderosos contrafuertes, rematados por torres de hielo cristalino, le han valido los títulos de Montaña del Terror y El Cervino nepalés. Escalado por vez primera en 1962 por una expedición francesa, la segunda no se consiguió hasta 1983, utilizando otra vía.
Desde Ghunsa se asciende el Mirgin-La (4.800 m.) para caer, tras otros dos días de camino, sobre el glaciar de Yalung, con magníficas vistas de la cara sur del Kangchenjunga. A partir de aquí la ruta es de regreso. Se atraviesan bosques de rododendros y, con días despejados, se contempla el rosario de cimas de Los cinco tesoros de las nieves, perdiéndose jornada a jornada en la lejanía.
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Manaslu, el «ochomil» ignorado
La cordillera del Manaslu presenta tres cumbres principales: Manaslu (8.156 m.), Himalchuli (7.893 m.) y Peak 29 (7.835 m.). En los medios profesionales se las conoce como «las montañas de los japoneses» , ya que fueron alpinistas nipones los primeros en conquistar las tres cimas, así como la mayoría de las circundantes. Su asedio al Manaslu, hoy por hoy el menos visitado y escalado de los 14 «ochomiles», comenzó en 1952 y se vio premiado con el éxito en 1955.
La ruta que proponemos comienza en Gorkha , la capital del antiguo reino homónimo, cuyos soberanos lograron la unificación de Nepal en 1768. Durante nueve días se asciende, entre espesa vegetación subtropical, por el valle del Buri Gandaki , que se estrecha progresivamente para dar lugar a un cañón con paredes de hasta 1.500 m. y cascadas que se desploman por doquier. El contraste entre sus estrecheces salvajes y los dilatados panoramas del Himalaya tibetano es, sencillamente, abrumador.
Los bhotias, etnia de cultura tibetana, habitan las aldeas de la región. La de Samagaon se levanta justo debajo de la mole aplastante del Manaslu. Los glaciares de la pared norte descienden hasta rozar casi los muros de su monasterio, donde los lamas rezan mirando a la cumbre y ejecutan el baile de las máscaras, uno de los espectáculos más subyugantes que cabe imaginar.
Tras cruzar el collado de Larkya (5.100 m.) el horizonte aparece invadido por cumbres de 6.000 y 7.000 m. prácticamente desconocidas. A lo largo del descenso, entre bosques de pinos y coníferas varias veces centenarias, encontramos aldeas dispersas, abismadas en los vericuetos de una tierra anclada en el pasado. La ruta termina en Besisahar, donde comienza la carretera hacia Dumre. Desde aquí sale el autobús que nos devuelve a Katmandú.
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