CINCO AÑOS DE LA PANDEMIA
'Pandemials': la generación que aprendió a adaptarse
Los niños vivieron un confinamiento «confuso» y a los adolescentes se les paralizó el mundo. Aunque las cicatrices perduran, el coronavirus les ha preparado para afrontar grandes crisis
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Cuando Pedro Sánchez anunció a todos los españoles el confinamiento aquel marzo de hace cinco años, Ana tenía seis. Para esta niña, hoy a punto de pasar a Secundaria, el presidente del Gobierno era «el señor con corbata» que no paraba de salir ... en la televisión. «No sé cómo mis padres no se saben de memoria el telediario», se planteaba entonces. La pandemia le dejó grabados a fuego algunos hábitos como la necesidad de lavarse las manos varias veces al día y aún hoy, cuando le dicen que alguien está enfermo, pregunta: «¿Pero es contagioso?».
María, su madre, cuenta que aunque en aquellas semanas Ana pudo jugar y disfrutar de que sus padres estuvieran teletrabajando en casa, también desarrolló algunos temores. Al principio de la pandemia temía «que Italia se quedara sin italianos» y, sobre todo, «que sus abuelos se pusieran malos de coronavirus». Cinco años después, aún recuerdan cómo en los primeros 15 días del estado de alarma, Ana llevó la cuenta —mentalmente y en silencio— del tiempo que faltaba para salir de casa. El día 12 sorprendió a sus padres cuando exclamó: «¡Ya sólo quedan dos días y medio!». Pero la prórroga del confinamiento frustró sus expectativas. También hizo que se tambalearan los planes de Paula, hoy universitaria, a la que la pandemia cogió cursando cuarto de la ESO. En plena adolescencia. «Yo estaba muy unida a mis amigas y que nos dijeran que teníamos que aislarnos fue muy duro. Vivíamos acostumbradas a vernos todos los días», recuerda esta joven madrileña.

El 'trauma' social es lo primero que se le viene a la mente cuando se traslada a aquellas semanas. Sin embargo, también reconoce que empezaron a asaltarle miedos más profundos que «le mantenían en vela». «No terminaba de entender hasta qué punto podíamos llegar, cuáles iban a ser las consecuencias reales de la pandemia», confiesa. Según un estudio publicado ayer por el Instituto de Salud Carlos III, fueron precisamente los jóvenes como Paula –junto con las mujeres y las personas con menos recursos económicos– los que vivieron con mayor malestar aquellos momentos de crisis sanitaria.
Otra tormenta cerebral
«Para los adolescentes fue una etapa muy delicada en la que ya de por sí se produce una tormenta cerebral», afirma Mercedes Bermejo, que es vocal del Colegio Oficial de Psicología de Madrid. El encierro en casa, dice, interrumpió para ellos una etapa que es clave para la construcción de la identidad, en la que sus grandes referentes ya no son los padres, sino sus iguales. «Eché en falta el contacto humano, aunque también recuerdo la incertidumbre con los estudios, porque era el último curso antes de Bachillerato», afirma Paula. Hay varias investigaciones que han abordado las consecuencias académicas que la pandemia tuvo en los adolescentes y cómo desarrollaron dificultades de aprendizaje producto de la ansiedad y la ruptura de las rutinas.
Con todo, la joven con la que ha hablado ABC está convencida de que el coronavirus cambió a su generación «para bien»: «Nunca se debe dar nada por sentado y todo tu mundo puede cambiar en sólo unos días. Creo que aprendimos a adaptarnos a lo que pudiera venir y lo llevaremos siempre con nosotros», resume optimista esta universitaria. ¿Harán historia los llamados 'pandemials'?
Se ha escrito mucho sobre la generación Sputnik, estadounidenses que alcanzaron la mayoría de edad cuando Rusia había tomado la delantera a los norteamericanos en la carrera espacial. «Aquellos jóvenes crecieron como una generación orgullosa, ambiciosa, y con una autoconfianza que logró revertir la ventaja y terminó llevando al hombre a la Luna», explica Iñaki Ortega, doctor en Economía y especialista en el estudio generacional. A veces, dice Ortega, las circunstancias adversas se convierten en una oportunidad soberbia como ocurrió con la generación del 98 o con los niños de la posguerra española: «Crecieron en la miseria y la necesidad les hizo hostiles, sacrificados y trabajadores». En este sentido, refiere que la pandemia «forzó a los niños y a los adolescentes a transformarse, a amoldarse a un nuevo contexto. La experiencia les ayudará a poder encajar revoluciones vitales, terremotos futuros, grandes crisis». Sin embargo, en su opinión, el coronavirus también dejó en los menores una cicatriz que quizá no se borre tan rápido.
De la excepción, norma
Según ha investigado Ortega, muchos jóvenes han minusvalorado la importancia de las relaciones personales en la esfera privada y en la laboral. «Han otorgado a la excepción la categoría de norma». Sin embargo, dice, obvian que la mayoría de la empresas han dado marcha atrás en el teletrabajo porque lesiona el rendimiento empresarial. En el terreno de las relaciones sociales, un gran porcentaje de los adolescentes siguen anclados a una forma de socializar muy vinculada a los videojuegos y a las redes sociales «de consecuencias impredecibles si no se equilibran con otras formas de ocio tradicionales».
¿Fueron, entonces, los adolescentes los peor parados? ¿Y los niños, como Ana, a los que se les instaló el miedo a contagiarse? ¿Han quedado marcados los bebés que vinieron al mundo en las semanas de confinamiento?
Según la psicóloga Mercedes Bermejo, los niños de Infantil y de Primaria vivieron un confinamiento «sin mucha claridad, aunque con la sensación de peligro». No obstante, asegura que en la consulta fueron testigo de cómo los niños de estas edades presentaban una mayor irritabilidad y regresión de algunos comportamientos, como aquellos que volvieron a chuparse el dedo o a necesitar pañal. «El miedo podía surgir de cambios en los hábitos como, por ejemplo, pasar de una etapa en la que todo el mundo les pedía besos, a que pudiera ser peligroso abrazar a los abuelos y había que evitar el contacto físico», ejemplifica Bermejo.
En cuanto a los bebés nacidos en aquel tiempo, esta profesional indica que no podemos olvidar que no dejan de ser «esponjas emocionales» y que en esos primeros años de vida es cuando se construyen los vínculos afectivos, lo que se denomina apego seguro. Los recién nacidos, afirma, son extremadamente sensibles al estado emocional de sus cuidadores. Por tanto, en un ambiente de estrés constante, ansiedad o depresión, como podían sufrir los padres entonces, pudo ser normal que los bebés experimentasen dificultades en el sueño o problemas en la alimentación, aunque tuvieran una gran capacidad de adaptación. Además, esta psicóloga recuerda –desde el punto de vista de los padres– que el embarazo y el parto son momentos de una gran carga emocional.
Aquello lo vivió en primera persona Lara, que salía de cuentas justo el día en que Sánchez declaraba el estado de alarma. «Di a luz a Gabriel el 17 de marzo y la verdad es que fue un momento muy intenso, que viví con muchísima angustia. A la incertidumbre que traía la pandemia se unía la bomba hormonal de un embarazo», rememora hoy esta madre de dos niños, que entonces iba a ser primeriza. Abrió entonces un blog en internet para ayudar a otras chicas que estuviesen pasando por lo mismo que ella. «Recuerdo que me impresionó ver a los militares rodeando el hospital, pero es verdad que tuve la suerte de parir sin mascarilla. Hubo muchas mujeres que tuvieron que ponérsela durante el parto y pasar por ese momento solas, sin la compañía de sus parejas. Fue tremendo», opina esta asturiana, que se esforzó en resolver dudas de otras embarazadas y creó una gran comunidad en plena crisis sanitaria.
Sin ayuda directa
Dos días después de que Gabriel naciera, les mandaron a casa siendo, como define esta asturiana, «súperprimerizos». No pudieron contar con la ayuda directa de sus familiares e incluso tuvieron la primera revisión pediátrica de forma telemática. «Tuve problemas con la lactancia, que en una situación de normalidad no nos habría preocupado tanto. Mi marido y yo nos dimos cuenta de que el niño no manchaba el pañal, pero todo se complicó porque en un primer momento, no nos podían atender de forma presencial». Lo bueno, dice esta madre, es que las extremas medidas higiénicas que aún existían cuando lo llevaron a la guardería hicieron que «no cogiera ni un catarro».
Gabriel conoció a muchas de las personas más importantes de su vida a través del teléfono móvil o incluso desde la ventana de su casa. Su quinto cumpleaños, en el que estarán todas ellas, será muy distinto.
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