China impide a obispos y fieles acudir al encuentro con el Papa en Mongolia
Fuentes del Vaticano afirman que el Pontífice «viene a sembrar la paz entre gigantes»
Francisco fue recibido en un gran ceremonia por el presidente mongol y cientos de creyentes

Ante la estatua de Gengis Kan, un Papa y un presidente se dan la mano. Después, el mismo Papa abraza a decenas de misioneros en una catedral con forma de yurta. La historia universal, en definitiva, devuelve ecos arcaicos. En su segunda jornada en Mongolia ... , Francisco ha saludado a las autoridades del país y a los religiosos allí destinados. Dos citas en las que ha pronunciado sendos discursos, uno para incidir en la dimensión geopolítica de su visita, otro para alentar la labor evangelizadora de una Iglesia naciente.
La mañana estaba todavía a estrenar cuando la Guardia de Honor mongola comenzó a marchar por la plaza Sukhbaatar. Su desfile ha iniciado la ceremonia de bienvenida encabezada por el jefe del Estado, Ukhnaagiin Khurelsukh, ataviado con un 'deel' ocre tan atemporal como el alma blanca del Pontífice. Frente a ambos trotaban caballos emparentados con aquellos que en el siglo XIII llevaron al imperio más extenso de la historia hasta las puertas de Viena.
La evocación de esa remota gloria vertebra el imaginario simbólico de la Mongolia contemporánea, pero los únicos gritos que este sábado se oían en Ulán Bator eran en español. «¡Viva el Papa!», coreaba una muchedumbre de varios cientos de creyentes y curiosos congregados en el lugar. Entre ellos, tres vecinas septuagenarias que se presentaban con los nombres bautismales adoptados hace diez años, tan extranjeros como su fe: Giorgia, Mónica y Teresa. «Nunca pensamos que le veríamos aquí ni que tendríamos la oportunidad de tenerle tan cerca, por eso estamos entusiasmadas», comentaban.
Varios metros más allá, un grupo de ciudadanos chinos cubrían sus rostros con mascarillas para salvaguardar sus respectivas identidades. Ni una sola palabra salió de sus bocas ocultas, aunque alguna sonrisa les delató mientras este corresponsal trataba, en vano y mandarín, de escuchar su periplo. Fuentes de alta responsabilidad en el Vaticano han confirmado a ABC que el régimen ha impedido que muchos fieles y obispos acudan al encuentro del Papa. «Estamos aquí, entre dos gigantes, sin haber estado en ninguno. Pero estamos aquí, en el medio, para sembrar la paz, en Mongolia y desde Mongolia», afirmaban estas. Unas declaraciones que corroboran la naturaleza estratégica del viaje en relación a China y Rusia.
Francisco ha hecho referencia incidental a este ángulo durante su intervención posterior en el Parlamento. «Hoy Mongolia desempeña un papel significativo en el corazón del gran continente asiático y en el escenario internacional. [...] Mongolia no es solo una nación democrática que lleva adelante una política exterior pacífica, sino que se propone realizar un papel importante para la paz mundial».

El Pontífice ha mencionado también la protección del medio ambiente, materia a la que concede gran importancia. «Vuestra sabiduría, sedimentada en generaciones de ganaderos y agricultores prudentes, siempre atentos a no romper los delicados equilibrios del ecosistema, tiene mucho que enseñar a quien hoy no quiere cerrarse en la búsqueda de un miope interés particular, sino que desea entregar a la posteridad una tierra todavía acogedora y fecunda». El presidente Khurelsukh, por su parte, ha proclamado que esta visita, la primera vez que un Papa pisa Mongolia, «inaugura una nueva página en la historia del país».
Yurta católica
Por la tarde, Francisco ha acudido a la Catedral de los Santos Pedro y Pablo, consagrada en 2003 y cuyo diseño imita las formas de una yurta o 'ger', construcción tradicional mongola. Allí ha mantenido un encuentro con los religiosos que trabajan en el país. En las tres últimas décadas tras la caída del comunismo estos han levantado desde los cimientos una nueva Iglesia. Ocho parroquias y 1.394 católicos –el 0,04% de la población– constituyen el fruto de su esfuerzo. «Un milagro», resumía uno de ellos, quien durante veinte años residiendo en Mongolia ha convertido a otros tantos individuos.
Muchos de los presentes han viajado desde países vecinos. Es el caso de la hermana María, monja brasileña del Verbo Encarnado que vive en la ciudad rusa de Irkutsk. «La guerra no ha afectado a nuestra labor evangélica, ese tema no lo tocamos, nosotros estamos con la paz, nuestro único trabajo es hablar de Jesús», defiende. ¿Se imagina al Papa visitando Rusia? «Para mí y para todos los rusos sería una alegría, pero eso depende de Dios nada más». En días previos, Francisco habría sondeado la posibilidad de entrevistarse con Cirilo de Moscú, patriarca de la Iglesia ortodoxa, en el trayecto de ida o vuelta a Roma.

Desde el altar, el Pontífice expone una vez más la visión institucional que ha acometido desde su nombramiento en 2013: «Una Iglesia pobre, que se apoya solo sobre una fe genuina [...] Es por eso que los gobiernos y las instituciones seculares no tienen nada que temer de la acción evangelizadora de la Iglesia, porque no tiene ninguna agenda política que sacar adelante, sino que solo conoce la fuerza humilde de la gracia de Dios y de una palabra de misericordia y verdad capaz de promover el bien de todos».
«La pequeñez no es un problema, sino una respuesta», afirma Francisco, una máxima que bien justifica su presencia en Mongolia. «Sí, Dios ama la pequeñez y le gusta hacer obras grandes a través de la pequeñez [...] Hermanos, hermanas, no tengan miedo de los números reducidos, de los éxitos que no llegan, de la relevancia que no aparece. No es este el camino de Dios».
Con las palabras finales expresa su agradecimiento a la comunidad ante él reunida. «Sigan adelante, Dios los ama. Él los ha elegido y cree en ustedes. Yo estoy con ustedes y de todo corazón les digo: Gracias, gracias por su testimonio, gracias por su vida gastada por el Evangelio». Y, por último, el papa se despide con el mismo ruego que pronuncia ante presidentes y misioneros por igual. «Ustedes, por favor, no se olviden de rezar por mí».
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