China eleva las protestas contra una política de covid-cero que se desintegra
Las manifestaciones se extienden por las principales ciudades del país mientras el virus alcanza el máximo diario de casos por cuarta jornada consecutiva
China protesta contra la política de covid-cero del Partido Comunista
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El descontento popular y el virus avanzan a la par por las principales ciudades de China. La estricta política de covid-cero, en vigor desde hace más de dos años y medio, comienza a resquebrajarse ante ambas circunstancias y coloca al régimen al borde de una situación límite.
Un incendio acaecido en la noche del jueves en Urumqi ha supuesto la gota que colmó el vaso de la paciencia ciudadana. Las llamas dejaron al menos diez muertos y nueve heridos después de que los bomberos no pudieran actuar a tiempo a causa de las restricciones, el último episodio de una larga lista de desastres provocados por la draconiana estrategia sanitaria.
El viernes se produjeron protestas en la capital de Xinjiang, las cuales lograron un levantamiento parcial de las medidas preventivas tras más de tres meses de confinamientos generalizados en la región, y tras una corriente de solidaridad en redes sociales ayer noche comenzaron en Shanghái.
Varios cientos de jóvenes se congregaron en la calle Urumqi, en homenaje a las víctimas. Algunos portaban pancartas en blanco, símbolo de rechazo a la censura que opera sin descanso tratando de borrar todo rastro digital de las críticas. Los cánticos de «No más cuarentenas en Urumqi, no más cuarentenas en Xinjiang, no más cuarentenas en China» pronto se transformaron en «Abajo con el Partido, abajo con Xi Jinping», en un acto de desobediencia civil extraordinario.
Hoy domingo los manifestantes vuelven a concentrarse en esta calle, mientras las movilizaciones se extienden por muchos otros puntos del país. Los estudiantes de la Universidad Tsinghua, una de las más prestigiosas del país y alma mater de Xi Jinping, han protagonizado concentraciones multitudinarias. En Lanzhou, una turba ha destrozado centros de pruebas y en Wuhan, la ciudad en la que hace casi tres años surgió el coronavirus, miles de personas han marchado exigiendo el fin de las restricciones.
A diferencia de ocasiones anteriores, no se trata de explosiones puntuales de exasperación vertidas en redes sociales, sino de revueltas en las calles contra una política de aplicación universal que el Partido Comunista convirtió en pilar de su legitimidad política y para la que ahora no encuentra solución. Las proclamas se limitan a repudiar la campaña de covid-cero y no al Gobierno en pleno, al que solo apuntan voces minoritarias, pero la evolución de este tipo de acontecimientos siempre resulta incierta, en particular para un régimen obsesionado con el control.
Máximo diario
Al mismo tiempo, las autoridades temen perder la partida contra un virus que también aprieta más que nunca. China ha registrado hoy su máximo diario por cuarta jornada consecutiva: 39.791 casos correspondientes a las últimas veinticuatro horas, frente a los 35.183 del periodo precedente. También un nuevo fallecimiento, lo que eleva el cómputo desde el comienzo de la pandemia –siempre de acuerdo a cifras oficiales– a 5.233.
Una de las ciudades más castigadas sigue siendo Pekín. Sus autoridades han identificado 4.307 contagios, un marcado repunte del 66% con respecto a los 2.595 del día anterior. En la capital china impera desde el fin de semana pasado un semiconfinamiento que obliga al cierre de oficinas, colegios y todo tipo de locales comerciales, a los que se añaden cuarentenas domiciliarias cada vez más habituales en áreas residenciales. En muchas de ellas se han producido rebeliones que en algunos casos han logrado revertir la decisión por no adecuarse a la normativa gubernamental. Entre las grandes urbes del país, las infecciones solo han ralentizado su ritmo en Cantón, que ha pasado de 7.419 ayer a 7.412 hoy.
Ante este rápido aumento, sumado a un hartazgo social que ha trazado su umbral de tolerancia, China parece encaminada de manea forzosa hacia una reapertura descontrolada. Esta posibilidad supondría un escenario calamitoso: el 30% de los mayores de 60 años —267 millones de personas— no ha recibido la tercera dosis de refuerzo, necesaria para equiparar la eficacia de las vacunas chinas con las occidentales; y el país cuenta con menos de 5 camas de cuidados intensivos por 100.000 habitantes, una de las tasas más bajas de Asia.
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Dicha resolución hipotética desembocaría en un sistema sanitario colapsado y millones de muertos, tal y como múltiples estudios académicos vienen alertando desde hace meses. Las autoridades chinas, sin embargo, no han impulsado estos frentes esenciales para la inevitable transición de vuelta a la normalidad. La vacunación, por ejemplo, continúa paralizada desde julio. El Partido Comunista ha optado por mantener su política de covid-cero a base de pruebas masivas y campos de cuarentena, quedando así atrapado entre su gente y el virus sin salida evidente.
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