El visionario Martín Ferrand
Hoy habría cumplido 80 años un periodista que marcó varias épocas en prensa, radio y televisión.Un hombre orquesta culto y amigable que tocó las narices a todos los capitostes que porfiaron en su camino

Antes de acabar los estudios en la Escuela Oficial de Periodismo, donde un puñado de jóvenes inquietos soñaban con convertirse en animales de pluma, Manolo Martín Ferrand ya trabajaba en la SER y en Televisión Española. La primera vez que Rosalía González de ... Haro le vio en la pantalla, con las piernas cruzadas y el bajo del pantalón a la altura de la pantorrilla, le regaló unos calcetines largos. «No puedes enseñar los pelos», le dijo. Desde el inicio de su vida amorosa, Martín Ferrand había descubierto que Rosalía tenía buen gusto como estilista. El día que se conocieron, él llevaba la camisa, la chaqueta y la corbata repletas de cuadros. «¿Te has dejado en casa algún cuadro más?», le preguntó. Meses después, calado con boina, la ayudó a subir a un tren en marcha y ella, deslumbrada por el gesto, cayó rendida a sus pies. En el tren viajaban también, entre otros estudiantes de la Escuela, Basilio Rogado , Alfredo Amestoy , José Luis Balbín , Juan Luis Cebrián y Mª Consuelo Reyna . A pesar de la ilustre competencia, Manolo fue el número 1 de su promoción. Durante la entrega de diplomas, Emilio Romero le ofreció trabajar en «Pueblo» y él aceptó la oferta sin pensárselo dos veces. Tenía 22 años y ya se movía en un circo de tres pistas: prensa, radio y televisión. Aquel fue el comienzo de una carrera de amores simultáneos que acabó convirtiéndole, con el paso del tiempo, en un periodista total capaz de brillar en todos los ámbitos de la profesión con hechuras de especialista.
Para cultivar esa versatilidad a lo Alfredo Di Stéfano , un 9 en cada demarcación, además de tener talento debía sudar la camiseta. Manolo lo hizo desde muy joven. Nada más acabar el primer curso de periodismo consiguió unas prácticas no remuneradas en el «Diario de Cádiz». Para financiar su avituallamiento, todas las noches bajaba al taller, después del cierre, se llevaba un fajo de periódicos y a la mañana siguiente los vendía a pleno pulmón en el Paseo Marítimo o en la Calle Ancha. La experiencia de París aún fue más dura. El ABC le había concedido una beca para trabajar tres meses en la televisión francesa y Rosalía decidió acompañarle para estrenar su matrimonio a orillas del Sena. El dinero apenas alcanzaba para alimentar a una persona y Manolo se las tuvo que ingeniar para que ninguno de los dos se muriera de hambre. Contactó con un exportador murciano que abastecía de naranjas el mercado de Raspail y se ofreció voluntario para desembarcar la mercancía. La experiencia del primer día estuvo a punto de partirle el espinazo. En vista del palizón reunió a una partida de temporeros y les subcontrató el negocio.
La oferta de Emilio Romero para trabajar en «Pueblo» se hizo efectiva en el otoño de 1964. Allí conoció a muchos de los periodistas que luego reclutaría para sus proyectos profesionales: Yale , Amilibia , José María García , Jesús Hermida , Tico Medina . Romero era el gallo indiscutible de la prensa de la época y había reunido en el corral de su periódico, oficial en la marca de la propiedad y popular en el tratamiento de las noticias, a todos los polluelos que aspiraban a cacarear en la profesión. Manolo lo hacía todas las mañanas en Matinal Cadena SER a través de su comentario radiofónico « En menos que canta un gallo », donde empezó a ejercitarse en el noble deporte de buscarle las cosquillas a un poder que no estaba acostumbrado a toses contestatarias. Se levantaba muy temprano, después de haber estado en la redacción de «Pueblo» hasta bien entrada la noche, y luego iba a la televisión para trabajar como redactor en el telediario de las 3 de la tarde. Ese ciclo constante de horarios extremos y cambios de registro le producía tal agotamiento físico que Rosalía tenía que pedirle al sereno que le ayudara a levantarlo de la cama casi todas las mañanas.
Lucha sin tregua
De ese extenuante maratón sin tregua vino a salvarle, en septiembre de 1965, la oferta de Ángel Benito , director del Instituto de Periodismo de la Universidad de Navarra, para que organizara el departamento audiovisual de la escuela. Manolo no lo dudó. La idea de poder dormir ocho horas seguidas y de acabar de una vez con los horarios intempestivos —Rosalía estaba embarazada de su primer hijo—, hizo que recibiera el ofrecimiento con los brazos abiertos. Además, la posibilidad de darle su sello personal a una iniciativa de nuevo cuño colmaba su inclinación, poco valorada cuando hablamos de él, a organizar tinglados empresariales.
La tranquilidad de Pamplona le duró poco. Una mañana de mayo de 1966, una pareja de la Guardia Civil irrumpió en el aula donde estaba impartiendo clase y se lo llevó en volandas al Cir número 1 de Colmenar Viejo. Había olvidado pedir prórroga para incorporarse al servicio militar y la autoridad militar ordenaba su incorporación inmediata a la primera compañía del primer batallón de Infantería, alojada en el mismo barracón que había utilizado José María Forqué para filmar la película «Embajadores en el infierno». En las literas contiguas dormían José Luis Garci y Antonio Fraguas , más conocido tiempo después por su nombre artístico de Forges. A Manolo le gustaba decir que se libró de hacer instrucción porque al sargento de su compañía, que era vendedor de enciclopedias, le compró dos colecciones completas. Además, se ofreció voluntario para enseñar a leer a los reclutas analfabetos y se hizo cargo de la organización de la biblioteca del cuartel. Rosalía cosió las cortinas y él clasificó los libros. Juró bandera el 7 de marzo de 1966. Ese mismo día nació su segundo hijo.
De nuevo en Madrid, de 1967 a 1969 siguió haciendo doblete en la radio y en la televisión. De Matinal Cadena SER le echaron durante una temporada por haber defendido en uno de sus comentarios a Fernando Arrabal , procesado por sendos delitos de blasfemia y ultraje a la Nación tras haber escrito en la dedicatoria de un libro que se cagaba en todo lo divino y lo humano. Al escuchar el comentario de Manolo, el director de informativos de la emisora también se cagó, pero él en sus propios pantalones, y decidió ponerle en la calle para prevenir represalias administrativas de mayor cuantía. Durante el corto destierro recaló en Radio España y puso en marcha, junto a Carmen Martín Gaite y Rafael Benedito , un programa que se llamaba «Este Tiempo Nuestro». Para eludir el marcaje de la censura, especialmente atenta a sus movimientos después del ditirambo a Arrabal , camufló un especial a Pablo Neruda refiriéndose a él como Neftalí Reyes . Ningún censor cayó en la cuenta de que era su nombre de pila.
La decapitación
En el tablero simultáneo de Prado del Rey, mientras tanto, había conseguido romper uno de los grandes prejuicios del universo informativo de la época. La sola idea de hacer un telediario en la 2, que entonces se llamaba UHF, era un anatema televisivo. Pero Manolo cruzó la línea sacrílega y puso en marcha, con notable éxito, «Qué, quién, cómo, cucando, dónde y por qué». Esa propensión iconoclasta a derribar fronteras imaginarias para colonizar terrenos prohibidos le llevaría más tarde a proyectar largometrajes los fines de semana, saltándose a la torera el monopolio de los exhibidores («Sábado Cine», 1976), a presentar programas culturales en la parrilla de sobremesa («Hora 15», 1977) o a trasladar a la FM la radio convencional de la Onda Media (Antena 3, 1982). Ese rasgo de innovador visionario, a medio camino entre la temeridad y la confianza en sí mismo, fue una de sus señas de identidad. Otra de ellas fue la independencia. Y esa sí que le costó cara .
Después de su primer pelotazo televisivo con Alfredo Amestoy («Nosotros», 1968), puso en marcha con la ayuda financiera de Julio García Peri , editor de «Noticias Médicas», el diario «Nivel». El esfuerzo de seis meses por sacar a la luz un diario independiente se fue al garete en 24 horas. El ministro del ramo, Alfredo Sánchez Bella, vio en uno de los números cero una foto de Martín Ferrand delante de un póster del Che Guevara y ordenó el cierre del periódico a las pocas horas de que el primer ejemplar, que también fue el último, saliera a la venta. Cualquier cosa antes de permitir que un comunista peligroso –manda narices el ojo del ministro– dirigiera una cabecera periodística durante su mandato. En la dirección del diario de Barcelona duró un poco más (1973-1974) pero Rodolfo Martín Villa acabó segándole la cabeza por haber publicado un artículo de Antonio Guerra contra la Sección Femenina. En el tercer periódico que dirigió, «Nuevo Diario» (1975), la decapitación le sobrevino por razones distintas. Después de salvarse de milagro por haber adelantado en primicia la agonía de Franco —había logrado infiltrar al periodista Yale entre los enfermeros de La Paz y manejaba información privilegiada—, Lucas María Oriol , el propietario del periódico, decidió cerrarlo porque sin Franco en el poder la actualidad informativa le traía sin cuidado.
En su actividad radiofónica y televisiva, los encontronazos con el poder político tardaron más tiempo en llegar. En «24 Horas» (TVE, 1970) escondía la cara detrás del papel cuando tenía que leer alguna noticia de inserción obligatoria. En «Hora 25» (Cadena SER, 1972) fue el primero en rivalizar con «El Parte» —el monopolio informativo de Radio Nacional de España—, se inventó las tertulias como método de análisis político y proyectó la carrera profesional del fenómeno radiofónico más popular de la historia de España: José María García . Hasta que Antena 3, primero la radio y después la televisión, no alcanzaron el umbral del éxito, el Gobierno no hizo lo suficiente para apartar a Manolo de su proyecto más ambicioso. Allí juntó a hombres y mujeres de generaciones distintas, cada uno de su padre y de su madre, y les pidió que llevaran a las ondas el ruido de la calle. La lista es interminable: José María García, Santiago Amón, Antonio Herrero, José Luis Garci, José Antonio Plaza, Alfonso Ussía, Rafael Benedito, Jesús Hermida, Mayra Gómez Kemp, José Luis Balbín, Ana Rosa Quintana, Moncho Alpuente, Consuelo Berlanga, Nieves Herrero, Jimmy Giménez-Arnau, Federico Jiménez Losantos, Miguel Ángel García Juez, Luis Angel de la Viuda, José Cavero, Consuelo Sánchez Vicente . Pido perdón por las innumerables omisiones. Tras la década prodigiosa del 82 al 92 llegó el fin de la aventura. Cuando Antena 3 superó en audiencia a la SER de Jesús Polanco , Manolo le dijo a Rosalía: «Estamos muertos». Meses antes, el jefe de gabinete de Felipe González había redactado un informe que señalaba que las ciudades donde el PSOE perdía más votos eran aquellas donde Antena 3 Televisión había comenzado a verse. La presunción se hizo certeza en el verano del 92. El poder dijo basta.
Luego vino la resistencia en la trinchera de la Cope, la llegada a ABC y la putada de la arterioesclerosis. Era un hombre generoso, valiente, audaz, polemista, culto y amigable. Admiraba a Raymond Aaron , coleccionaba cuadros del diablo, adoraba la gastronomía, disfrutaba con el arte y se moría por una buena frase. En el siglo XV hubiera sido un cardenal renacentista. En el siglo XX fue un hombre orquesta capaz de tocarle las narices a todos los capitostes que porfiaron en su camino. Hoy habría cumplido 80 años. La libertad, sin él, está más desguarnecida.
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