Historia
La Nao Victoria sufrió una epidemia... y tenía la vacuna
La obra 'La Botica en la Expedición de Magallanes y Elcano' documenta que el farmacéutico Juan Bernal fue el proveedor de una flota en la que el escorbuto hizo estragos

«Les crecían a algunos las encías sobre los dientes, tanto en los superiores como en los inferiores de la boca, hasta que de ningún modo era posible comer, así que morían de esta enfermedad». Estas palabras de Pigaffeta , el cronista de la ... primera vuelta al mundo, recuerdan que el gran enemigo final de la tripulación de Magallanes y Elcano también fue una epidemia, la llamada «peste de las naos» o escorbuto . Esta enfermedad aparecía a los tres meses de navegación, cuando se habían agotado ya los alimentos frescos y el organismo carecía de vitamina C, lo que tenía un efecto terrible para la tripulación. Lo paradójico es que en los días más desesperados de la travesía, cuando habían fallecido ya decenas de marineros, Juan Sebastián Elcano desconocía que en la misma bodega de la nao Victoria se custodiaba celosamente la vacuna que habría podido salvar la vida a la tripulación y aliviar la crítica situación de los supervivientes.
La Academia de Farmacia de Castilla y León y la editorial Taberna Libraria han publicado «La Botica en la Expedición de Magallanes y Elcano» . El estudio de los doctores en farmacia Cecilio J. Venegas y Antonio Ramos Carrillo retrata cómo era la gestión sanitaria a bordo de estas embarcaciones. En la travesía hubo momentos tan críticos «que parecía el dicho navío un hospital y no navío de armada» , como relató Sebastián Vizcaíno , al que consideran «el primer navegante de la era de los descubrimientos que describió detalladamente el cuadro clínico del escorbuto».
¿Cómo se afrontaba la salud en las expediciones marítimas? Carlos I ordenó que se brindara lo que en términos contemporáneos calificaríamos cómo una asistencia gratuita y de calidad. «Con toda diligencia debe ser tratada toda la gente, bien que amorosamente, y a aquellos que adolecieran o por caso de guerra fueran heridos, sean muy bien curados por vuestras personas bien visitados, haciéndoles todo el beneficio que cumple a las personas que van a nuestro servicio». Y lo que es más importante: «No consintiendo a físico ni a cirujano que les lleven dineros por las curas que en ellos hicieren» .
El cirujano de la flota era Juan de Morales y le acompañaban los barberos Pedro de Olabarrieta y Hernando de Bustamante . Y el proveedor de los medicamentos que dieron la vuelta al mundo fue el boticario sevillano Juan Bernal , que entregó el pedido el 26 de junio (con más de un mes de antelación a la partida de la flota desde Sevilla). Eran unos años en los que había aflorado en la ciudad un grupo de boticarios que hizo fortuna con la introducción de las plantas que llegaban del Nuevo Mundo y el comercio de medicinas con La Española y Santo Domingo . El boticario Juan Bernal había mantenido negocios con Álvarez Chanca, médico que se enroló en el segundo viaje de Colón y con el que compartía negocios en el comercio de dulce de membrillo. La obra también recuerda a figuras como Nicolás Monardes , médico y mercader que popularizó el consumo del tabaco y la coca, además de fundar un jardín botánico en Sevilla para el cultivo de las nuevas plantas.
El título del documento que detalla cuál era la botica de la flota esclarece qué tipo de medicinas se utilizaban en la época. En la relación de medicinas se habla de «aguas y aceites, y laxativos cordiales y simples, y otras cosas que se compraron al boticario Juan Bernal». Allí había agua destilada de hinojo (usado como diurético), emplastos de raíces y hojas para los males más diversos, trementina para aplicarla como pomada, la llamada benedita (polvo de hiervas para utilizar como purgante). Y ungüentos, ciruelas pasas para utilizar como laxante, albayalde (carbonato de plomo par cicatrizar heridas), violetas secas para hacer infusiones como jarabe…
Remedios muy sucintos en comparación con el riesgo asumido por los marineros -pues como recuerdan los autores- «la mayor amenaza de la vida de un marino eran las enfermedades a bordo , superior a la de combates y naufragios, agravada por la escasez de baños, las plagas de ratas, chinches, piojos y mala ventilación». A esto se añadía una dieta insuficiente con falta de agua fresca y consistente en bizcochos, con raciones que disminuían poco a poco . «En las embarcaciones se sufría cólera, sarampión, viruela y enfermedades transmitidas por parásitos como la tifus, la fiebre tifoidea o la amarilla».
Y a todas estas penalidades se les hacía frente con medicamentos «procedentes de la tradición grecorromana, predominantemente vegetales, remedios químicos de Paracelso , que reivindican la farmacia de los alquimistas, plantas procedentes de América, como el guayaco para la sífilis, una farmacia popular, barata e inofensiva» . Esto se acompañaba con prácticas como «purgar, sangrar y lavativar, propias de la terapéutica ortodoxa galénica».
Pero verdadero tesoro de la botica estaba oculto. «Se calcula que más de 65 marineros perecieron de escorbuto; es una ironía de la vida que transportando en las bodegas de la Nao Victoria la especia clavo de olor, motivo de la expedición, muriesen por déficit de vitamina C… Esta especia es más rica en esta vitamina que los cítricos» , recuerda Carlos Gómez Canga-Argüelles , presidente de la Academia de Farmacia de Castilla y León.
«A la mayoría, las encías les cubrían la boca, djando de comer y muriendo», recordaba Udaneta. Cuando regresaba por la costa africana, sin poder proveerse en tierra firme por temor a los portugueses, y en una situación crítica, los tripulantes desconocían que los casi 28.000 kilos de clavo de olor que transportaba el barco habrían sido la mejor vacuna contra la temida «peste de las naos».
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