Reloj de arena
Juan Cadaval López: El señor Whatchum Neveringui
Genio y figura, es el arranque de una dinastía de artistas de muchos kilates, de césares, morancos, antonias, omaítas y charinis

No había motivo real para que el rey de la dinastía Cadaval, Juan Cadaval López , tuviera en su boca ese vocablo que él le daba un amplio sentido. Quizás el más inmediato era el «vamos al lío». Es mucho de Triana, al menos ... lo fue durante la mar de años, inventarse palabros, sonidos que tenían un uso polivalente, para expresarlo todo. Juani Cadaval , cuando cogía su agenda de artistas, marcaba un teléfono o redondeaba una charla con los amigos, echaba mano de su comodín whatchum neveringui que en su boca sonaba a americani güeni, a inglés del instituto británico del Tardón.
El caso es que, con aquella muletilla, era capaz de ponerle palabras al mundo que lo rodeaba, que siempre fue el del artistaje, el de los toreros, el de los futbolistas de Nervión y el del currante capaz de buscarse la vida donde apenas la había. Eran los tiempos del Nodo. Tiempos en blanco y negro. Pero que Juani, con su carácter, con su don de gente, lo llenó de colores , haciendo de la vida de los suyos un arco iris que iba desde Triana a Sanlúcar de Barrameda.
La ciencia lo desconoce. Pero en el ADN de los Cadaval hay un cromosoma que se llama así, whatchum neveringui, donde se concentra el talento, el desparpajo, el ingenio, la bondad y la amistad. A las tantas de la madrugada, Juani se encajó en su casa con un amigo que estaba boquerón, sin tocar el alpiste durante días. Despertó a su esposa, le explicó lo que pasaba y María , con esas formas de otros tiempos, echó en la sartén un par de huevos y unas patatas que fue un banquete para aquel estómago sin apenas uso. Cuando Juani entró de botones en el «Rural y Mediterráneo» para invertir su capital de currante, vivió una situación que explica su bonhomía. Llegó el director general del banco a pasar revista y dirigir unas palabras a los empleados.
En fila, uno tras otro, por orden de jerarquía, se situaron el director local, los cargos intermedios y, por último, el botones. Cuando finalizó su intervención, el baranda máximo, en vez de dirigirse a estrechar la mano del director local, se fue para Juani, dibujando en su rostro la alegría del que se encuentra con alguien que conoce y aprecia: «¿Tú que haces aquí, Juani?». Al día siguiente ya no era botones. Lo nombraron jefe de quinta.

Juani, mejor dicho, el señor Whatchum Neveringui, manejaba a la perfección el idioma universal de la vida . Podía entenderse con todos los dialectos de la calle. Tenía ese don de gente y ese entendimiento que no te da Salamanca ni la Pompeu Fabra. Representó a Antonio Machín , cubano de Sagua la Grande, que se hizo camaján en Sevilla y llenó las parrillas de los cincuenta de angelitos negros bailando boleros. Fue Machín, en una gira por Barcelona, el que le dijo a María Pérez Montaner , encargada del ambigú del teatro Romea donde actuaba, que Juanito, el sevillano dicharachero que lo representaba, sería su yunta para toda la vida, que juntos harían caldo viejo. Y así fue. Tan buen caldo hicieron que ni siquiera lo enfrió los sustos que les daba Juani cuando estrenaron aquel «cuatro-cuatro» con el que se presentó en El Tardón y la familia lo esperaba, jubilosa, asomada a la ventana. Parece una secuencia de la famosa película de Alberto Closas ‘La gran familia’ . Juan Cadaval junior recuerda la situación y la revive con humor marca de la casa. «Nos metimos todos en aquel trasto y me quedé sorprendido cuando vi que el asiento de mi padre era una silla de anea. Al tomar una curva en la Alameda, la silla se rompió. Y nos fuimos todos al suelo. Un mitin». Conduciendo le gustaba hablar con los acompañantes y mirar para atrás. Con Tovío , un banderillero de Triana, sostuvo una intensa charla en el coche, hasta el punto de que se cayeron a un arrozal marismeño. Si hubieran llevado un paquete de gambas, les sale el arroz de su vida…
Amigo de Manolo Caracol , de Lola Flores , de Juanito Barea , de Paquita Rico , de Joselito El Gallo , de Diego Puerta , de Paco Camino , de Juan Arza , de Domenech … La celebración del bautizo del primogénito de la familia, Juan Cadaval , duró tres días y tres noches en la casa natal de Siete Revueltas. Juanito fue un Alberto Closas con más arte y no menos amor por la familia. Para mantenerla unida, los sábados llamaba a las esposas de sus hijos, detallándoles que en el abasto de Triana había encontrado muy buenas gambas y almejas, divinas para hacer un arroz. Los juntaba a todos, hermanos, nueras, niños; menos las gambas y las almejas, los reunía a todos. Y alimentaban lo importante: ese sentido de familia que siempre sobresalió en el sello familiar de los Cadaval.
Le perdía la jamazón. Tenía mejor saque, dónde va a parar, que Unai Simón . María, su esposa, en el chalé de Gines, lo descubrió un día de solana agosteña casi escondido en el capó del coche haciendo migas con una caja de cinco kilos de los de Estepa. «¿Qué haces, Juani?», le preguntó asombrada. Pero Juani tenía la boca ocupada. Cuando la despejó le dijo que estaba probando los polvorones de Ochoa que iba a representar... Genio y figura, Juani Cadaval es el arranque de una dinastía de artistas de muchos kilates, de césares, morancos, antonias, omaítas y charinis. Todos con la clave genética de la genialidad del señor Whatchum Neveringui…
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