La ventana indiscreta
Vivir y morir en Los Ángeles
Cuánta belleza encierra, tras el humo, ver arder la cuna de una industria tan pujante como nociva, una Babilonia con claquetas que, envuelta bajo el filtro sepia de los incendios, es la más triste hoguera de las vanidades
Hollywood, un coloso en llamas

La vida, guste o no, es una suma de felices casualidades y contradicciones crueles. Que Madrid estuviera empapelada, coincidiendo con los fuegos que arrasan Los Ángeles, con carteles de 'Fire Country', una serie de Calle 13 sobre bomberos que combaten incendios en el norte ... de California, es solo la última de las bromas macabras de quien, aunque le pese a Einstein, sí parece jugar a los dados con el universo.
Hay tanta poesía en el fuego, hipnótico y salvaje, como incoherencias le caben al ser humano. Prometeo robó el fuego para dárselo a los mortales, que desde entonces hemos domesticado la noche, calentado nuestra comida y destruido a nuestros enemigos. Sin fuego no hay civilización, y sin fuego no habría tanta destrucción. Odiamos los incendios, pero no podemos dejar de estremecernos al ver las colinas de Hollywood fulgurar en una gran danza naranja. Cuánta belleza encierra, tras el humo, ver arder la cuna de una industria tan pujante como nociva, una Babilonia con claquetas que, envuelta bajo el filtro sepia de los incendios, es la más triste hoguera de las vanidades.
Tal vez de ese amor/odio del hombre por lo peligroso nacen las Pompeyas modernas, esas ciudades asentadas orgullosas al filo de la navaja. Comerle terreno al mar para vivir a solo unos pasos de la costa, edificar en el cauce de un río, exponerse a los potenciales terremotos de la bahía de San Francisco o a la sequía y los vientos de Santa Ana. Construir, en fin, la vida en una zona en riesgo… No se puede decir que el ser humano no se lo haya buscado. Vivir al límite o, como en la película de Friedkin, 'Vivir y morir en Los Ángeles', suma emoción a una tierra que vive precisamente de arriesgar. Hasta que la naturaleza se rebela y toca pagar el peaje a Caronte.
Lo de Los Ángeles me recuerda a Galicia. El fuego se lleva todo a su paso y lo cambia. Cuando paso el túnel de Padornelo ya no me abofetea el verde del norte, sino un páramo yermo y nublado. Bajo las cenizas no crecerán los árboles de antes, que son los de siempre, sino otros que se expanden más rápido. Lo más doloroso que se pierde en el fuego es la memoria, la del paisaje, la de las fotografías, la de los recuerdos… En Hollywood no solo se han quemado las mansiones de cientos de famosos, que protestan, tiemblan, lloran, sino estampas de una vida mil veces más caras.
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