Televidente
Alcalá Norte y el tarot público
«El martes, en la fiesta de Radio 3, una mujer le echaba las cartas a Barry B en directo, en un curioso ejercicio de servicio público: ¿quién no necesita certezas en estos tiempos líquidos?»
'The Pitt': más triste todavía
En lo mejor de la crisis de los treinta –qué viaje–, me descubrí sentado frente a un tarotista, intentando que este entendiera mi chiste sobre la carta del ahorcado que solo está colgado sin mucho éxito. El hombre me miró como si tuviera una deformidad ... en la cara, o peor, en el alma: por lo visto, el humor tampoco tiene encaje en la superchería. Desde entonces me persiguen los tarotistas como me persiguen el futuro y los pantalones anchos. He visto tarotistas en los bares a altas horas de la madrugada echándole las cartas a la generación mejor preparada de la historia. He visto a amigas de amigas pagarse un piso en el barrio de Salamanca vendiendo cartas astrales y piedras de energía y tirando los dados. He visto a una mujer disculpando a su novio: «Es que es muy Piscis». He visto a Dua Lipa diciéndole a una Nobel de Literatura con tono de confesión cómplice: «Yo no tengo terapeuta, pero sí astrólogo». He visto al Maestro Joao en la televisión pública transicionando de género pero no de negocio. He visto a Rappel con Marc Giró. Ya sé que soy ascendente Leo.
El tarot se ha convertido en referente cultural por la vía del consumo irónico, que consiste en reírte de quien practica lo mismo que tú, hasta que esto se convierte en 'mainstream' y ya no hacen falta las caretas. Estamos en esas. El martes, en la fiesta de Radio 3, una mujer le echaba las cartas a Barry B en directo, en un curioso ejercicio de servicio público: ¿quién no necesita certezas en estos tiempos líquidos? En el escenario, los de Alcalá Norte esperaban a que terminara la predicción para empezar su concierto. Álvaro Rivas, la voz, se plantó frente al micro con un silencio de estatua. Y estuvo así hasta que Jaime Barbosa, el batería, pegó un grito que sirvió para callar a la tarotista y, de paso, empezar el concierto: fue tan sublime que en la Corporación decidieron cortarlo del vídeo del concierto. Da igual: estamos aquí para recordarlo. En ese grito se resume algo grande: un tiempo, un cambio, una grieta, un regreso. Algo.
Luego tocaron 'El rey de los judíos' –«camino con el cráneo ensangrentado / bajo la cruz me llevan al Calvario. / Y hay gritos a mi paso / hay gritos a mi paso»–, con Rivas haciendo la cruz durante toda la canción. Se despidieron repartiendo puros. ¿Cómo no amarlos?
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