Uve de velá
El pueblo se afinca en el pasadizo del corazón de la ciudad cuando el sol acompleja a los filtros de Instagram
Qué bonita está Sevilla cuando le quedan las asignaturas del año y la internan en Triana, cuando se convierte en esa niña rebelde, incorregible, que permanece en casa mientras la gente se va, que se suelta la melena y se marcha de intercambio a la ... otra orilla de su sino, su extranjero local. Una calle hecha continente, dos puentes custodiando la tradición, encapsulando el verano. De Cuba al Altozano, del Remedio a la Trifulca, en esa autopista estival que derrite el tiempo en el empedrado, que dribla en línea recta el estío bochornoso de la época.
Sudan hasta las paredes, los pivotes son mecheros, huele a esa humanidad viva que tiene ganas de quemar el fuego. Huerfanitos de salitre a la vera de un río que es una pintura en movimiento, un cuadro que se prepara para engullir a quien enfile la cucaña. El resbalón del jolgorio. Un pueblo afincándose en el pasadizo del corazón de la ciudad cuando el sol acompleja a los filtros de Instagram, la resistencia caminando hacia el hoyuelo del rostro de lo distinto.
La nena traviesa se hace noche y se hace luz, enciende el flexo y se pone a completar la tarea de Historia. A Alfonso X se le metió algo en el ojo y Santa Ana le sopló como se sopla una legaña para hacer un sueño realidad. El Sabio fue tan sabio que instaló un oasis en julio, una playa sin arena, una sombrilla para cobijarnos del tedio.
Las casetas son saunas, chorrean las frentes, se encharcan los polos de los que están detrás de las barras. Ajetreo de frituras, platos con grasa, los bichos piden salir de la vitrina. Sabe a gloria la cerveza helada, algunos se pasan el botellín por el cogote. Qué bien le sienta a la gente el moreno en la oscuridad. Guayaberas y chinos, camisas de manga corta con el móvil en el bolsillo del pecho. Trajes sueltos y estampados con flores, labios rojos, converse blancas, bolsos en bandolera. Moño y coleta, tatuaje en crisma. Camisetas con la cara de Silvio, Camarón, El Torta y Manuel Molina.
Un hombre con la barba perfectamente descuidada y la barriga a punto de estallar se acomoda una guitarra tuerta en la panza y comienza a cantar por el Barrio. A su alrededor se hace un corro de compás, de jaleo. Atienden la Torre del Oro, La Giralda y la Pelli desde la grada de las alturas. El firmamento es un tablao en el que las estrellas taconean. Juegan al escondite los desconocidos por los callejones, es la yincana del deseo, el Cluedo de la pasión. Dardos y peluche. La niña revoltosa se hace una con la madrugada, como la potra salvaje que en el oleaje no pierde el sentido. La gente es libre como el principio de una canción. El tiempo se para, se congela el sopor. Alguien exclama uve en mitad de la marabunta. Uve de vendetta contra la apatía. Uve de verano. Uve de Velá.
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