TRIBUNA ABIERTA
El riesgo del aburrimiento
Sánchez, si quiere por una vez dejar de jugar al engaño, tiene que pedir la ayuda de Feijóo sin circunloquios ni trilerismo

Dijo el académico y escritor Ricardo León que el aburrimiento es la suprema expresión de la indiferencia. Y añadimos nosotros que no hay nada más grave para un país que no saber cuáles son sus intereses y cómo defenderlos. A estas alturas, ninguna mente lúcida ... puede dormir tranquila ante una realidad que nos atosiga, nos supera y nos deja indefensos. Estamos en el peor momento de los últimos cincuenta años con el peor gobierno del último siglo.
Cuando el derecho se sustituye por la amenaza de la fuerza, los principios básicos de la convivencia desaparecen, y todo queda al albur del resultado del sorteo en el que las potencias imperialistas (EE.UU., Rusia y China) decidan repartirse el mundo. Y en esta coyuntura nos apremia una realidad: Europa esta débil por la comodidad de haber delegado en el amigo americano la defensa de unos valores que han permitido disfrutar del periodo más civilizado, igualitario y progresista de los tres últimos siglos.
En términos económicos habrá que ver hasta donde llegan las iniciativas intervencionistas y regulatorias puestas en marcha por Trump, pero el mayor reto para Europa está en las áreas de seguridad y defensa y en los sectores tecnológico y energético, donde hemos quedado descolgados de forma irresponsable.
EE.UU. tiene en Europa alrededor de 275 bases militares, dos de ellas en España. Su cambiante relación sobre la guerra de Ucrania ha alertado a la comunidad europea sobre su debilidad en materia de defensa, lo que ha motivado una reacción inmediata de la Unión Europea para que los estados miembros tomen medidas estructurales e inversoras que refuercen su seguridad. Y aquí viene el problema con España: tenemos un Gobierno dividido, apoyado en una retahíla de fuerzas minoritarias, disgregadoras y antisistema que, en su mayor parte, parecen inspirarse en aquella sentencia de Lord Chesterfield según la cual «la gente odia a quien le hace sentir la propia inferioridad».
La Comisión Europea ha establecido que hay que llegar al 3% del PIB en gastos de defensa y con unos socios absolutamente infantiles, simples e irresponsables, Sánchez no tiene otro camino que pactar con el primer partido nacional, el PP de Núñez Feijóo al que ha tenido la desvergüenza de no contactar con él desde hace más de quince meses, algo inaudito en regímenes democráticos donde Gobierno y Oposición consensuar políticas de Estado. Una clase política inmadura, ingenua y adormecida ya es, de por sí, una desgracia nacional. Pero que al frente de la misma esté un maniobrero, huérfano de sentido de Estado, convierte el drama en tragedia. Los ministros de Defensa de los cinco ejércitos más numerosos de Europa concluyeron el pasado día 12 en París que «hay que conseguir una paz duradera» y España está interesada en ello.
La Unión Europea ha marcado el camino a seguir: ayudar a Ucrania y defender nuestros principios y valores compartidos, para lo que hay que profundizar en la cooperación, aumentar los gastos, potenciar la fuerza colectiva e impulsar la llamada Coalición de Voluntarios para la paz en Ucrania. Ante algo tan de sentido común, las minorías que sostienen a Sánchez se entregan a la declamación de ese buenismo tan simple y demagógico como si la paz se consiguiera a base de cesiones ante los invasores de la guerra, una actitud servil que da la razón a Seneca cuando advirtió de que la servidumbre más vergonzosa es la voluntaria.
Sánchez, si quiere por una vez dejar de jugar al engaño, tiene que pedir la ayuda de Feijóo sin circunloquios ni trilerismo. Ya le han advertido en el Parlamento Europeo, con el voto de los socialistas, que es el único gobernante que no tiene plan presupuestario, y está operando con unos presupuestos de 2022 que se referían a un mundo que ya no existe. Es lo que pasa cuando se incumple la obligación constitucional de presentar y aprobar unos presupuestos dentro de plazo.
Ante el callejón sin salida de Sánchez, que unió su suerte a los que ni les interesa España y a quienes quieren otra España, resalta aquella advertencia que Feijóo le hizo en su investidura: «Cuando sus socios le fallen, no me busque. No me busque porque no me va a encontrar». Porque, si de verdad, ellos fueran más, como presumió la noche electoral en la soflama triunfalista ante los suyos, ahora tendría que demostrarlo. Y eso no es posible con la ralea heterogénea de socios de ocasión con los que se encamó.
Una vez más, el ventajista sabe que, al final, quienes son responsables con el interés nacional apoyarán aquello que convenga a la seguridad de nuestro futuro. Pero tendrá que proponerlo sin trampas ni cartón, apoyando una proposición no de ley en la que se establezca que es el Congreso el que debe aprobar cualquier compromiso en materia de Defensa. Por una parte, la aportación extra debe hacerse a base de reducir gastos improductivos, reduciendo la elefantiásica administración y acabando con el clientelismo y la compra de votos escandalosa. Y por supuesto, dejarse de ese eufemismo de que nos saquen las castañas del fuego, ahora los europeos, porque dicen nuestro socialistas que es más normal que el Este gaste más que el Sur, ignorando que es por aquí por donde nos viene el peligro del terrorismo islámico del Sahel, el expansionismo marroquí, la inmigración irregular y el narcotráfico del estrecho. Quienes han hecho del oportunismo y la mentira su norma de conducta ignoran, como dijo Boileau, que no hay cosa más hermosa que la verdad.
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