pásalo
Condió
Compañeros, un abrazo tan redentor como el del Amor por Francos
NO soy Induráin. Pero también he tenido mis etapas. Algunas verdaderamente prodigiosas, de maillot amarillo, otras del pelotón. Es inhumano ser un héroe todos los días. Pregúntenselo a Morante o a Riqueni. Eso solo está al alcance de los elegidos. Y vine a este mundo ... para pelearme con los números y ser yo mismo. Mañana me despido de estas benditas páginas. Y hoy escribo mi último artículo en la Casa. No esperen que me lama la herida porque salgo ileso del revolcón. La vida, hasta ahora, me ha dado más sonrisas que lágrimas. Así que no agüemos el vino del adiós y tengamos la elegancia que exige el momento. Y en eso me quiero parecer más a Kanoute que al petardo follonero de Vinicius. Ojalá me salga la música de esta despedida como una partitura de Michael Franks. No esperen navajas al amanecer. Bastante tenemos ya en espantar del futuro de nuestros hijos un paraguas nuclear. Porque, como cantaba Pablo Guerrero, va a llover a cántaros…
No tengo la vista cansada ni el rencor de un replicante que siente su fin de ciclo y se rebela contra su creador. Tengo el pulso más firme que el de algún fiscal afanado en borrar los rastros indecentes de su móvil. Y las mismas ganas que cuando me estrené en la profesión y descubrí el olor de la carne quemada de un Grapo al que le explotó la bomba en los jardines de Murillo en sus manos. No haré de mis penúltimas líneas un culebrón turco. Los desastres para Europa y para el Guadalquivir, que ha dejado de ser de Lole y Manuel para regentarlo el narco. Cantaría con Fito Cabrales aquello de que fue divertido y me equivocaría otra vez. O volvería a Wilde para recordarme que es doloroso decir la verdad, pero mucho peor verse obligado a decir mentiras. Las que haya dicho, fueron involuntarias o torpezas. Por defecto de fábrica, siempre he pensado con el corazón y sentido con la cabeza. O sea, a mi manera como cantaba la voz con más swing del mundo.
Gracias a esta profesión, que tiene algo de arcángel San Gabriel y de Jesica Rodríguez, conocí a Borges, a Fuentes, a García Márquez, a Vargas Llosa, a Zoé Valdés, a Elliot, a Montesinos… A gente que estaba a otra escala de la mía y de la que aprendí lo que pude. Y tirando milla enloquecí con Jesús Quintero, sentí con Andrés Aberasturi y subí al ático desde donde se divisa el mundo con Carlos Herrera. No tengo derecho a quejarme. He firmado más entrevistas, dónde va a parar, que Ábalos para contratar a sus geishas. Y desde mi más profunda sinceridad solo puedo desearles lo mejor de lo mejor a mis compañeros que se quedan y a los que vendrán. Los portazos que los dé el levante. Que uno es un caballero de los del antiguo testamento. Aunque con la misma desvergüenza que un asador de vacas, le robo la frase a Ciudadano Kane para firmarla: «Solo hay una persona que puede decidir lo que voy a hacer. Y soy yo mismo». Compañeros, un abrazo tan amplio y redentor como el que nos da el Amor por Francos y aprendamos de Jesús Navas: no abdiquemos nunca de la agonía, del compromiso con una profesión tan canalla como hermosa. Ea, condió… y nos vemos por la calle.
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