TRAMPANTOJOS
La revolución de las 'puellae'
Con esta victoria hemos tenido una regresión a doloridas nostalgias recordando lo que ocurría en los patios del recreo
No me gusta el fútbol, pero asisto emocionada a la fiesta de las mujeres porque evidentemente significa mucho más que una noticia sobre ese -para mí- aburridísimo juego que mueve millones de emociones en el mundo y también trajines desalmados del caballero don Dinero. La ... victoria de la selección femenina en el campeonato del mundo es el triunfo de la razón o, al menos, de algo tan natural como que las mujeres practiquen un deporte y encima lo hagan bien.
La victoria ha sido colectiva porque muchas mujeres nos hemos sentido identificadas y resarcidas de muchas derrotas y de injusticias consentidas en silencio. Esto no debería limitarse a la población femenina. Cualquier hombre decente es capaz de entender los machismos encubiertos que existen en la vida cotidiana. Se trata de pensar con empatía en el otro.
Esta revolución inesperada también ha traído una regresión a doloridas nostalgias. De ahí la cantidad de mujeres que han recordado lo que ocurría en los patios del recreo. A mí me gustaba el baloncesto y sólo podía jugar con los niños, cuando me dejaban... Además, sufría ese insulto destinado a las que nos atrevíamos a practicar un deporte supuestamente masculino. Éramos las 'marimachos'.
Como siempre me gusta dar fondo histórico a la actualidad -para evitar el peligro de la anécdota en el periodismo-, entroncaría la realidad de las 'marimachos' con el de otras revoluciones femeninas. En el siglo XVI hubo un fenómeno en la España de nuestro Renacimiento: el de las 'puellae doctae', las muchachas sabias.
Isabel la Católica fue en cierto modo culpable al rodearse de algunas de ellas. Beatriz Galindo la Latina, por ejemplo, enseñó la lengua de Cicerón a sus hijos. Y también estaban la poeta Luisa Sigea; Luisa Medrano y Francisca de Nebrija, que dieron clase en la Universidad; y Beatriz Bernal, autora de la novela de caballerías «Cristalián de España». Este papel de las mujeres sabias iría decayendo hasta la época barroca en la que se plasmará el retrato grotesco de las latiniparlas del teatro del Siglo de Oro.
Latiniparlas, bachilleras o hembrilatinas son insultos muy semejantes a 'marimachos'. Ya dijo Quevedo que una hembrilatina era «una suerte de marimacho que sólo es hembra a medias por tener ínfulas de erudita». Se trataba de cuestionar a las mujeres que se atrevían a recorrer caminos no destinados a ellas como el de la creación intelectual. María de Zayas, gran escritora del siglo XVII, lo dejó bien claro: «Y así, por tenernos sujetas desde que nacemos, vais enflaqueciendo nuestras fuerzas con los temores de la honra, y el entendimiento con el recato de la vergüenza, dándonos por espadas ruecas, y por libros almohadillas». Quién nos iba a decir que el balón habría de ser un arma cargada de futuro para la nueva revolución de las 'puellae'. Ah, y lo del gañán machista también es todo un clásico...
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