TRAMPANTOJOS
Frankenstein y el año sin verano
Hubo estíos históricos que se encuentran entre los momentos estelares de la humanidad
Deslumbrada por el sol escribo pensando en este verano sevillano que parece salir del mismísimo infierno. Dante pasea tomando notas por la ciudad en la que el cronista Alonso Morgado decía que corría el aire caliente y húmedo por estar «en veinte y siete grados ... y medio llegada a la equinoccial».
Suena «El verano» de «Las Cuatro Estaciones» de Vivaldi pero esta sinfonía evoca estíos más templados donde refresca por las noches y el calor no es incompatible con la vida. No nos vale como banda sonora.
Pienso que es inevitable que en verano sucedan cosas terribles. Dicen que el índice de crímenes se eleva en los días de más temperatura y, efectivamente, parece que las olas de calor traen también resacas de ira y odio.
Hubo veranos históricos que se encuentran entre los momentos estelares de la humanidad. Por ejemplo, en julio comenzó la Revolución Francesa que hizo estallar todos los relojes de la Historia. Pero, además de las rebeliones que coincidían con las fechas caniculares, también sucedían otros momentos pavorosos como las epidemias devastadoras. El verano era tiempo de batallas porque en las guerras antiguas se elegía esta fecha para los asaltos de los ejércitos a cielo abierto. Hacía 'buen tiempo' para morir en los campos soleados.
En verano comenzó la Primera Guerra Mundial, y también nuestra Guerra Civil se inició en julio para cuajar en un agosto de sangre negra y jazmines calientes.
Pero también hubo un año sin verano. Fue el de 1816 y se produjo por culpa de un volcán en Indonesia: el Tambora. Las cenizas cubrieron los cielos de Europa provocando una bajada de temperaturas además de lluvias y tormentas. Es curioso, pero aquel verano frío provocó una hermosa página de la historia literaria. Viajaban juntos en aquella excursión de verano Lord Byron, su médico Polidori y sus amigos Percey Shelley y Mary Godwin, luego conocida como Mary Shelley tras su matrimonio con Percey.
Atravesaron la Europa postnapoleónica devastada tras la guerra, ese mundo reaccionario surgido de la revolución del que saldría la Europa de las barricadas. Todas las revoluciones burguesas del siglo XIX que dibujarían nuestra Europa.
Los poetas ingleses se alojaron en Ginebra en la Villa Diodati, una casa situada a orillas del lago Leman. Pero el volcán Tambora hizo que apenas pudieran salir a pasear o navegar por culpa de una sucesión de temporales. Eso hizo que se refugiaran en la casa e inventaran un juego: cada uno tenía que escribir un relato de terror. Mary Shelley escribió «Frankenstein».
Así que en estos días de infierno vemos a Frankenstein atravesando calles soleadas, playas tórridas y campos convertidos en secarrales de estos paisajes de verano. Frankenstein, el monstruo que recorre las pesadillas de nuestro presente.
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