la tribu
Diluvio
Tu padre solía decir: «Donde quiera que haya agua se podrá trillar»
EN la escuela, los sábados tocaba historia sagrada. Te gustaban los milagros de Jesús, al que imaginabas como un mago capaz de todo, de convertir el agua en vino o de multiplicar panes y peces; de curar a un leproso o de hacer andar a ... un paralítico. Lo bueno de Jesús te admiraba, como te horrorizaban los supuestos castigos que contaban en el Antiguo Testamento, que Yahvé no se andaba con chiquitas con los pecadores y lo mismo mandaba un diluvio de cuarenta días y cuarenta noches lloviendo que una decena de plagas. Te daba miedo todo lo que contaban, pero más, quizá, la plaga de piojos o de langostas. Otra plaga de langostas, infinitamente más cercana en el almanaque, sonaba por la tribu: «Mi abuela dice que nació el año de los cigarrones…» Pero te imponía más un diluvio. ¿A qué cerro te subirías, si lloviera tanto? ¿A la torre de la iglesia, quizá? ¿A las azoteas más altas? ¿A un poste de la luz? ¿A los álamos más altos de la vera del río? No podrías; otros habrían llegado antes que tú.
Lo piensas esta mañana, cuando te asomas a la vega a ver qué administración han hecho el río, las huelgas y las tierras bajas de la lluvia que ha caído, que sigue cayendo como amago de diluvio. Piensas en una sequía larga y te sabe escasa el agua caída. Que llueva. Tu padre solía decir: «Donde quiera que haya un charco se podrá trillar». Ya la tierra se beberá cuantas rondas de chaparrones caigan. ¿Que se van a malograr algunos cultivos? Sin duda. El refrán está ahí: «Nunca llueve a gusto de todos». Pero no te quejas del agua, porque hay otro refrán muy campesino: «Nunca por mucho trigo es mal año». Ni por mucha agua. Déjala caer, mírala correr, siéntela empapándolo todo. Mañana nos hará falta, porque el infierno está asegurado. Las pérdidas de hoy las remediará más tarde el ahorro que suene en las faltriqueras de la tierra, en los pozos, en los ríos, en los pantanos. Pero asomado a la vega, mientras la lluvia se deshilacha, piensas qué cerro sería tu monte Ararat, si las aguas subieran y subieran… Cuando niño pensabas en convertirte en pájaro que sobrevolara las aguas hasta encontrar un monte alto o un árbol altísimo; pero también pensabas que, si no había más que agua, acabarías cansado de batir alas y te rendirías… Ahora, ante este campo borracho de agua, alagado, piensas que si esto es un diluvio, bendito sea.
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