Dame agua

Con la actual sequía, pertinaz, que la sequía siempre es pertinaz desde nuestra infancia, devastando Andalucía y Cataluña, esperemos que sus habitantes no se vean obligados a emplear esos métodos como medida higiénica para las abluciones de rigor. Ni la ginebra, ni el morapio, ni el anís, ni el coñac, ni la sidra se recomiendan. Pero algún cráneo privilegiado ha encontrado un conato de solución: el agua de la desaladora de Sagunto se carga en barcos y se traslada hasta el norte. Suena fácil, pero aplicar la ideíta igual no lo es. La primera actuación de Zapatero al conquistar el poder fue marcharse hasta el delta del Ebro para firmar, junto a Carod-Rovira, la derogación del trasvase. Y brindaron, muy sonrientes, con cava. Llevamos lustros sin una política hídrica eficaz y cuando algunos pantanos se secan emergen las ruinas de los viejos pueblos como dentaduras melladas de otro tiempo, ni siquiera se nos ocurre recurrir a las rogativas. No me importa ejercer la solidaridad con una autonomía que se negó a obrar bajo esa bandera desde su egoísmo cafre. Por mera elegancia, por simple generosidad, porque todos somos españoles y, sobre todo, porque no somos como los fanáticos que pretenden blindar en su terruño el aire y el agua. Además, prefiero que no corran la misma suerte que la espléndida Natalie Wood. Asegura la chismografía de aquella época que el escozor le duró varios meses. Agua para todos, pues. Ahora y siempre.