pERDIGONES DE PLATA
Arévalo
Arévalo no militaba en la delicada tribu progre porque ejerció de francotirador popular
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De alguna manera tirando a nebulosa, al fin y al cabo ha fallecido y tampoco pueden apedrear su cuerpo, le reclaman que pida perdón de ultratumba por haber practicado un humor que hoy, en medio del zafarrancho buenista que cancela violento todo aquello que no ... le complace, sería intolerable. Arévalo se ha marchado de repente y también de repente han desempolvado sus chistes de mariquitas y gangosos. Un buen número de bustos parlantes, de locutores engolados, actuando como unos perdonavidas profesionales, cuando ofrecían un par de pinceladas sobre su trayectoría recalcaban que su humor, ay, pertenecía a otra época. Menuda revelación, oye. Estos listos acaban de descubrir la piedra filosofal.
Recorrió España primero trabajando con la cuadrilla de los bomberos-toreros y, más tarde, participando en los espectáculos de variedades que amenizaban las fiestas de los pueblos. Su faz redonda coronada por una nariz chata apareció en películas e infinidad de programas televisivos. Se ganaba la vida como los cómicos de la legua que soportan tristezas y alegrías sin que se les note sobre el escenario y vendió más de un millón de casetes. Pero nada de esto sirve si no militas en el bando de la culturilla oficial de izquierdas, la que santifica o demoniza a su antojo, la que promociona o ningunea según su exquisito canon. Hace años, por una carambola del destino, vi un directo de Arévalo. Flipé. El tipo agarraba al respetable por las solapas y no le concedía respiro hasta una hora después. Lo suyo no consistió en una sucesión de chistes, sino en un monólogo tronchante, preñado de técnica y cuajado de hallazgos, cuando aquí todavía no existían los monologuistas que vociferan, menuda risa, lo de los conductores perforando sus napias en los semáforos para extraer los mocos. Arévalo no militaba en la delicada tribu progre porque ejerció de francotirador popular. Por eso le exigen que mande excusas desde el más allá. No era Groucho Marx, cierto, pero tampoco pagaba a un grupo de guionistas para que inventase sus gags.
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