después, 'naide'
Piedad de los cabizbajos
Aquí estamos, como imbéciles desposados con la polarización, la grosería, la pornografía...
En defensa del hotel

Un día en que con una mano me ayudaba a orinar en el baño de un restaurante y con la otra echaba un vistazo a Twitter, decidí dejar el 'jaco' del teléfono móvil. Ahora, a quinientos metros identifico a un esclavo del teléfono, cabizbajo, ... clavado en la pantalla como un Cristo digital, condenado a tragarse lo que quiera el algoritmo. El aparato lo ha raptado del tiempo y espacio del atasco, la consulta del médico, la puerta del colegio en la que pronto aparecerán los niños, la mujer de su vida o el paritorio a la espera de que nazca su segunda hija.
Nuestros atardeceres son los de otros. Nuestros cuerpos, nuestras ideas, nuestra perspectiva, es la de otros. Ceder nuestra propia visión de las cosas para centrarnos en la visión de los demás constituye una renuncia de la que nos arrepentiremos el día en que levantemos la vista. El hombre se hizo hombre cuando dejó de pastar, se irguió y miró al sol y a las estrellas, lo inmenso y lo infinito y concibió el tiempo y la muerte, que dieron vida a los dioses y a los héroes. Mirando a lo alto aprendimos a soñar, pues sueña mirando al suelo como miramos ahora en esta cosa herbívora de pastar en la cola de reproducción de una fórmula matemática.
Allá van los cabizbajos, abandonada su natural verticalidad, a dar 'likes' y a encontrar la dicha si se los dan a ellos. Dicen que la recepción de estímulos inesperados en una pantalla genera dopamina, pero no sé de dopamina. Yo sé de hombres y mujeres grises que dejan de sorprenderse por el mundo porque han dejado de mirarlo. Porque alguien les robó el aburrimiento que es condición para la sorpresa, y la contemplación del pájaro y de la nube. Dejaron de mirar el crecer del ahijado, el paso lento de las estaciones y el rostro de la compañera del vagón de metro -cansada tras un duro día de trabajo, acaso gastada por la penuria como sus suelas y el asa de su bolso, acaso desesperada por la enfermedad de un hijo o sonriente en no sé qué alegrías-, y se les privó del vacío en el que la mente y el corazón trazan caprichosamente sus mejores ideas, sus mejores planes, sus mejores recuerdos, olvidados para siempre en la memoria de un servidor enterrado bajo una montaña de Nevada.
Es más que hora de salir de ahí, levantar la vista y volver a mirar la vida real y analógica, confusa, contradictoria y dolorosa, pero profundamente bella
Porque todos los caminos del algoritmo llevan al mismo contenedor hediondo en el que el ejecutivo y la mucama terminan indefectiblemente asistiendo a cómo un tipo recibe una coz de un caballo, derrapa una moto que baja de un cerro de Caracas o una orca ahoga a su entrenadora en la piscina. Llegamos al exabrupto, la banalización, la gravedad de asuntos que no deberían importarnos, el cabreo y el trazo grueso. Nos vendieron una nueva era digital de conocimientos infinitos y aquí estamos, como imbéciles desposados con la polarización, la grosería, la pornografía, la jactancia de la estupidez, los complejos, la desconfianza, la violencia y las confirmaciones de nuestros peores sesgos. Es más que hora de salir de ahí, levantar la vista y volver a mirar la vida real y analógica, confusa, contradictoria y dolorosa, pero profundamente bella que sigue ahí, esperándonos.
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