tiempo recobrado
Un mundo distópico
Trump prometió que iba a resolver la guerra de Ucrania nada más llegar al poder. Ayer reveló un plan que supone la claudicación de Zelenski
Elogio de Europa
Cuando gobernar es resistir
Hemos entrado en un mundo distópico. Esa es la sensación que generaba ayer la vuelta de cientos de miles de palestinos al norte de Gaza, donde ya no queda nada de lo que dejaron. Horas antes, Trump había propugnado la limpieza étnica de los habitantes ... de la Franja, que, según sus palabras, deberían emprender un viaje sin retorno a Egipto y Jordania.
Casi al mismo tiempo, el magnate Elon Musk, el paradigma de un capitalismo de rostro inhumano, expresaba su apoyo a la extrema derecha alemana y abogaba por dejar en el olvido el asesinato de seis millones de judíos en el Holocausto. Justo un día antes de que los Reyes y otros muchos jefes de Estado se desplazaran a Auschwitz para conmemorar el 80 aniversario de su liberación.
Dice un rótulo en uno de sus pabellones que «quienes olvidan el pasado están condenados a repetirlo». La frase es de George Santayana, madrileño expatriado. A Trump esta aseveración le debe de parecer una tontería a juzgar por medidas como el indulto a quienes asaltaron el Congreso o su anuncio de privar de su nacionalidad a cientos de miles de inmigrantes, medidas que chocan con los valores que inspiraron a los padres de la Constitución.
Trump prometió que iba a resolver la guerra de Ucrania nada más llegar al poder. Ayer reveló un plan que supone la claudicación de Zelenski, la derrota de Europa y la convalidación del uso de la fuerza por parte de Putin. Quiere además que la UE se haga cargo del coste de la reconstrucción de Ucrania sin ninguna garantía de que Rusia pueda volver a invadir el país dentro de unos años.
Todo esto lo hemos visto en 48 horas. Ni siquiera Orwell podría haber imaginado un mundo como el de hoy. Y tampoco la pasividad y el derrotismo con el que pretenden que aceptemos la consumación de una limpieza étnica, la legitimidad de una invasión o el desprecio a derechos civiles que han costado dos siglos de luchas sociales.
Todo esto me lleva a la reflexión de Hannah Arendt sobre la banalidad del mal, que hemos empezado a asumir como algo normal e inevitable. Resuenan en mis oídos las voces de quienes dicen que es mejor cooperar con Trump, perfectamente simétricas a las que justifican los abusos de Putin, Maduro o la dictadura cubana.
Sí, el mal se ha convertido en algo banal, normalizado e irrelevante. Lo aceptamos como si tuviéramos que tragar una pastilla recetada por nuestro médico. Pero no es así. Podemos y tenemos que pelear para defender nuestros valores, el proyecto europeo, la libertad, igualdad y fraternidad que deben guiar la relación entre los hombres.
No comprendo cómo alguien puede proclamarse católico y justificar la deportación masiva de niños o que un votante de la izquierda pueda ser tibio en la denuncia del fraude de Maduro y los crímenes de Putin. La decencia no tiene partido ni siglas.
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