EL RETRANQUEO
El instinto y la bolera
Los decretos son la trampa de quien invoca la ética política del oponente desde la carencia de ética propia
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Admitamos que la visceralidad es tentadora, que tumbar decretos por tumbarlos y contemplar los bultos en la mandíbula de Sánchez en la primera votación relevante invitaría a un cierto regusto íntimo. Eso, si llegase a producirse el fracaso… que es muy dudoso por su ... alergia a la derrota y su mítica inclinación a aceptar extorsiones. Pero siendo realistas, más tentadora que la visceralidad es la racionalidad. Como mínimo, hay una veintena de razones para impedir la convalidación de los decretos. Deberían decaer porque quien creó el muro contra medio hemiciclo fue Sánchez. Porque él fracturó la vida pública en interés propio, y esa querencia se paga. Porque los decretos no son salvíficos pese a su escaparate de pensionistas felices, consumidores sonrientes y desempleados satisfechos. Son decretos diseñados para tensionar la deuda y disparar el gasto público a costa del bolsillo.
Porque no se puede vivir a golpe sistémico de decretos. Porque no es el medio idóneo de gobernanza y no es virtud de buen legislador, sino de filibustero parlamentario. Porque por muy legal que sea, es ilógico regular cientos de medidas en un solo decreto escoba de 211 folios, con minireformas inconexas y eludiendo los trámites de una ley. Porque desprecia al PP y le exige votar 'sí' por responsabilidad abordándolo como a un subalterno. Porque ha dejado de rentar la falacia del relato según el cual quien no le apoye perjudica a España. Eso del deber moral, de arrojar a la derecha a una disyuntiva al límite, eso de tomar a los españoles por rehenes de modo que quien no avala lo que Sánchez concibe como benéfico es antipatriótico y desleal... Esa virtud del sanchismo o la nada, el sanchismo o el abismo, el sanchismo o la pandemia, ya es argumentario averiado.
Porque es la trampa de quien invoca la ética política del oponente desde la carencia de ética propia. Porque ya lo dijo Puente. «Somos más». Vótense pues. Porque si la alarma antifascista sigue vigente, no es creíble que el PSOE se nos haga el tierno ahora diciéndose víctima de Puigdemont. Porque la suma del Gobierno son 153 escaños y la de la derecha 171. Porque los que sacrifican la moral por la aritmética no ganan siempre. Porque Sánchez no tiene potestad para inaplicar la suspensión de una amnistía sometida a una cuestión prejudicial. Porque los decretos no son ninguna prueba irrefutable de progresismo. Porque multar a empresas que huyeron de Cataluña nos acercaría a una dictadura antiempresarial ajena al libre mercado. Porque el PP no sabría, ni podría, explicar que salva a Sánchez por la letra pequeña de no sé qué decreto, cuando la regla de juego impuesta por el sanchismo es la ruptura. Porque para Sánchez es más una demostración de ego que de praxis legislativa. Porque Casero ya no es diputado.
Y una licencia emocional esta vez. Que cabe. Porque a veces el recóndito disfrute de contemplar a un perdonavidas arrogante resbalando en la bolera y arruinando su partida tiene ese no sé qué de justicia divina y escarmiento que, por un segundo, congracia a cualquiera con su existencia. Sería un instinto básico, efímero y simplón, sí. Pero daría el pego.
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