pincho de tortilla y caña
Silencio en la sala
Los ministros no están solos. Cuentan con el apoyo inestimable de no pocas togas con puñetas en la bocamanga
De mal en peor
Opus
La madre de todas las batallas no es la que que libran a insulto limpio el Gobierno y la oposición, sino la que está teniendo lugar en el territorio de la Justicia. Hace tiempo que Sánchez sabe que el obstáculo más difícil de remover en ... su camino a la perpetuidad no es la bancada parlamentaria de la derecha, sino el celo berroqueño de algunos guardianes de la ley. Colonizados ya casi todos los contrafuertes del edificio del Estado democrático, la ofensiva sanchista se dirige ahora a someter la resistencia de la aldea de Astérix donde conviven algunos jueces que se niegan a supeditar su futuro profesional a los caprichos del poder político. El fuego se concentra, sobre todo, en la Sala Segunda del Tribunal Supremo, cuyos magistrados condenaron a los caudillos del 'procés', limitaron los efectos de la amnistía cocinada por el Gobierno, la recurrieron después ante el Constitucional, imputaron más tarde al fiscal general y –noticia, noticia– empiezan ahora a plantearse la posibilidad de investigar al PSOE por no haber tomado las precauciones necesarias para evitar que su secretario de Organización, el número dos en la estructura de mando, se lo llevara crudo. Las personas jurídicas también delinquen. Y si no, que se lo pregunten al PP. Nunca antes una decisión del Supremo –la de la imputación de Garcia Ortiz– había inspirado un argumentario tan feroz como el que están utilizando estos días los miembros del Gobierno. Pilar Alegría dijo la semana pasada que era una decisión que socavaba la imágen de la Justicia en nuestro país. Elma Sáiz afirmó que contribuía al desprestigio de las instituciones de nuestro Estado de derecho. Y Óscar López no solo sostuvo que era injusta e incomprensible para el ciudadano del común, sino que, además, el tribunal que la adoptó se había dejado subcontratar para hacerle el trabajo sucio a la oposición. En esta ofensiva sin precedentes, los ministros no están solos. Cuentan con el apoyo inestimable de no pocas togas con puñetas en la bocamanga. En los últimos meses han arremetido contra los jueces de lo penal del Supremo, entre otros, los magistrados del TC que modificaron la sentencia de los ERE, los quince fiscales de sala que animaron a su jefe a no dimitir y el propio fiscal general, que los tildó en un informe poco menos que de párvulos leguleyos por haber redactado una cuestión de inconstitucionalidad contra la ley de amnistía repleta de defectos formales. El tercer pincho del tridente son los socios de investidura. En lo único que están de acuerdo Junts y ERC –ahí va otra noticia– es en reclamar del Gobierno el impulso de una remodelación de la cúpula judicial que permitiera, en la Sala del 61, el trámite de la imputación por prevaricación de las dos bestias negras del independentismo catalán: los magistrados Manuel Marchena y Pablo Llarena. ¿Se atreverá a tanto el marido de Begoña? Pincho de tortilla y caña a que lo intentará. Otra cosa es que no consiga reclutar cómplices suficientes o que un mazazo súbito y tumbativo de la UCO trunque sus planes antes de tiempo. Pero esa ya es otra historia.