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La paranoia planetaria de Trump tiene curiosos antecedentes históricos y artísticos. Bastante recientes, por cierto

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Jon Juaristi

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Tras la capitulación de Francia, el 22 de junio de 1940, el Reino Unido se enfrentó a Alemania en solitario. Los Estados Unidos no entraron en guerra contra el Tercer Reich hasta la noche del bombardeo japonés de Pearl Harbor, el 11 de diciembre ... de 1941. Durante el año y medio transcurrido entre ambas fechas, Roosevelt expresó reiteradamente a Churchill su simpatía por la causa británica, pero hizo muy poco por ayudarle. Hitler, por su parte, no quiso provocar a los americanos y ordenó a su flota abstenerse de hostigar embarcaciones de aquella bandera. Tres de los peores enemigos de Churchill, en su espera de que los Estados Unidos se incorporaran a la lucha, fueron americanos muy influyentes en la política de su país: Herbert Hoover, que había sido presidente de la nación desde 1928 a 1932; Joseph Kennedy, padre de la saga interminable que regresa hoy con Trump y al que Roosevelt nombró embajador en Londres, y por último Charles Lindbergh, el ingeniero y aviador que, en 1927, cruzó por vez primera el Atlántico en un vuelo sin escalas. Hoover se manifestaba aislacionista a secas. Kennedy y Lindbergh, de estirpe irlandesa y alemana respectivamente, odiaban a los británicos, y el último era abiertamente pronazi. Los tres, además, fervorosamente antisemitas.

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