El tocho de Bono

Pepe Bono tenía que salir, juncal, pinturero, por esa cosa de aguafuerte de Solana que siempre tiene España. Una cabra arrojada desde un campanario, anís por la mañana, y Pepe Bono, que presenta sus discursos para justificarse él, verso suelto y consentido, que irrumpe ahora, cuando más oscurece, para darle jabón a Zapatero y a Sánchez, no decir nada, y venderle el tocho a los antiguos ujieres de la carrera de San Jerónimo. Pepe Bono será firma en Sant Jordi para algún pobre diablo que no tenga nada que hacer por Las Ramblas. No sé si definir como «honrado» y «honesto» a Sánchez es mercadotecnia adecuada de este 'homenot' que a sus enjuagues los llamaba 'disidencia interna'.

Pepe Bono es 'ansí', se santigua y le pone un ramo de gladiolos metafóricos o viperinos a Sánchez mientras quiere quedar como Castelar. Para Bono, que no va en metro precisamente, la jubilación le sirve para eso mismo: lanzar un balón de oxígeno envenenado –o no– a Sánchez y traernos aromas de su tiempo. Cuando él ponía cara de mala digestión ante Carod Rovira y aquellos viejos rockeros con los que el 'talante' fue erosionando lo más serio que nos quedaba.

Hay en Bono una constante, la del que siempre tiene razón a toro pasado. Va por las televisiones soltando batallitas, cuando en el Gobierno cabía la sorna jibarizada como trompetilla mínima sorda, un resorte de libertad. Bono le ha entregado a Sánchez la naftalina de un tiempo donde solo faltó la sociopatía que no cabía en el pedazo de aura colgandera de un ser de luz como Zapatero. Las reservas espirituales eran una broma del PSOE; ahora ni existen. El libro de discursos de Pepe Bono podría tener morbo por las mismísimas puñetas de quien lo escribe, pero no me gusta que se me pongan estupendos ni sé el latín de las misas negras.