LAPISABIÉN
Dinastías
Cuando llega la peste, tapan las miasmas con fango
El casticismo y mi nostalgia
Muerte de un librero
Ya casi no quedan dinastías de arraigo y cuna. De cuando en España se podía ir saltando de traje de luces en traje de luces, de laca en laca de folclórica, de Canfranc a Tarifa y entre fincas blancas al sol; dinastías que dejaban braceros ... míseros y que el país 'españoleara' con su trinque tan ibérico. Hay dinastías a las que ya les cantaron misas, como a la Pujol Ferrusola, cuya mitad dejó este Valle de Lágrimas hace unos días. La matriarca del clan que confesó 'hacerse a un lado' cuando Pujol más claro vio su 'amor' por Cataluña en esa epifanía del 'honoraple' soplando el polvo a la caja fuerte.
Hoy es tan 'buen día' como otro para sacar aquí dinastías, tan bellas y tan industriosas cuando los resultados son los que son y alguien, el contable o el mamporrero, pone el oído al engranaje del motor y escucha que se ha aceitado todo correctamente. En Marruecos bien se sabe lo que hay en la dinastía del que nos tiene cogidos por el zapatófono, y en Putin todo él es dinastía, y quien diga lo contrario, polonio. Luego están las honradas dinastías de feriantes o de plateros cordobeses.
Dinastía hay en Moncloa, de natural bipolar, y aquí sí que hay relato, milagro, cuento y cuentas. Un «dientes, dientes, que es lo que les jode»; ese vacile al juez de Begoña Gómez, y la respuesta de éste: «Yo le ilustraré personalmente». En ese momento de la 'ilustración' judicial quizá resida el cenit de nuestra historia presente, y convendría encargar a un maestro del claroscuro un lienzo de ese instante. La supuesta dinastía de Sánchez es que es así: lloro, reflexión y chulería. También hay milagros, como el del hermano Azagra, al que se le abren las aguas del Guadiana, o del Caya, para ser músico en provincias fronterizas, tener residencia en Lusitania, y andar con la música cual alimento del espíritu. Como en una canción de Perales.
Las dinastías no van ya por cortijadas, sino por parcelas de la función pública. Todas, cuando llega la peste, acostumbran a tapar la miasma con fango de verdad: misma consistencia pero un olor más a humedad en lo segundo.
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