DESPUÉS, 'NAIDE'
La primera vez que me llamaron fascista
Ahora uno es fascista por criticar las razones, métodos y consecuencias de la investidura de Sánchez, y por salir a Cibeles mañana a protestar lo seremos de nuevo
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Hoy que todo son acusaciones de fascismo, ando recordando la primera vez que me llamaron fascista a mí. Sucedió siendo yo un adolescente despistado. Unos días antes, había acompañado discretamente a mis padres al funeral en San Sebastián por un asesinado por ETA. No ... recuerdo su nombre, historia, ni circunstancia –pudiera ser un militar–, y solo se me quedó de aquello un vértigo hecho de soledades por ser muy pocos asistentes, callados y quietos bajo una pequeña carpa en la Hípica de Loyola, sobrecogidos en un silencio de nieve.
El chico, bajito y relleno, amigo de aventuras ecuestres en Fuenterrabía, se volvió encendido por no sé qué enfado y me soltó aquella palabra como un disparo: «¡Fascista!». Nos quedamos callados los dos y, entonces, se justificó: «Tú eres un fascista que va a los funerales de los 'txakurras'», los 'perros' en euskera. Lo primero que pensé es cómo sabía él que mis padres y yo habíamos estado en aquel funeral y, pese a que nos arreglamos al poco tiempo, ese día prendieron unas sospechas que se confirmaron cuando detuvieron a sus padres acusados de pertenecer a ETA. Nos dijeron que él, buzo de profesión, colocaba bombas en los coches. Ella había robado uno a punta de pistola y además identificaba en el banco en el que trabajaba las cuentas de candidatos a extorsiones y secuestros. No sé cómo terminó el juicio. No los volví a ver.
ETA había aparcado debajo de casa unos años antes con el asesinato de Rafael Garrido y su familia mediante una bomba posada sobre el coche del vehículo. El atentado destrozó los cristales de la casa, hirió a decenas y me lanzó por los aires en pleno Boulevard donostiarra, pero no comprendí bien el asunto hasta escuchar aquel 'Fascista' que reveló de un golpe un esquema perverso del mundo según el cual, habiendo gente matando gente, el malo era yo.
Dejó de doler
Como el amor de la canción, 'fascista' se rompió de tanto usarse, en las manifestaciones y en los insultos
Después me fui acostumbrando y era fascista por esto y lo otro. Por decir, por escribir, por hablar, por salir a la calle a protestar por los muertos y secuestrados: fascista, fascista, fascista… Tanto escuchábamos «fascista» que dejó de doler en una suerte de tumefacción léxica y la palabra perdió su significado. Como el amor de la canción, 'fascista' se rompió de tanto usarse, y se fue gastando en las manifestaciones, en los insultos, en la nota escrita en el rocío de la luna del coche. Hasta se convirtió en un signo de distinción: si esos te llamaban fascista es que estabas en el lado correcto. Entonces, dijeron que ETA había pasado y uno dejó de recordar estas cosas por no parecer el tarado incapaz de superar el ayer, que es el retrato de que se pretende de las víctimas del terrorismo como minusválidos emocionales que, por haber sufrido tanto, no son capaces de asimilar un presente en el que los que los mataban se aparecen como los nuevos héroes de la democracia.
A los «fascista» de la izquierda abertzale se sumaron los independentistas y otras sospechas de fascismo por ir a los toros, por ir a misa, por comer carne, por no votar a la izquierda, etc. Ahora uno es fascista por criticar las razones, métodos y consecuencias de la investidura de Sánchez, y por salir a Cibeles mañana a protestar seremos de nuevo fascistas.
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