ANTIUTOPÍAS
Aún estoy aquí
Un exceso de olvido difumina esas líneas rojas, teñidas siempre con la sangre de gente como Paiva
El error de Milei
Petro desencadenado
Poco después de que la selección brasileña ganara el mundial de fútbol y de que el dictador Medici, escarmentado por las manifestaciones de 1968, endureciera la represión con el Quinto Acto Institucional, el exdiputado Rubens Paiva fue detenido arbitrariamente y luego asesinado. Era enero ... de 1971 cuando varios agentes del departamento de inteligencia y represión, el DOI-CODI, se presentaron en su casa de Río, casi a la orilla del mar, para llevárselo. Sus cinco hijos no volvieron a verlo y su esposa Eunice se libró por poco de correr la misma suerte. Esa segunda oportunidad la aprovechó para estudiar derecho y emprender una larga lucha para esclarecer la verdad sobre la muerte de su esposo.
Esta es la historia que cuenta Walter Salles en 'Aún estoy aquí', la película que aspira a tres premios Oscar y que se ha convertido en un verdadero fenómeno en Brasil. Aunque no aborda un tema nuevo –casi cada país latinoamericano tiene su propio clásico sobre las dictaduras de los setenta– el caso Paiva ha tocado una fibra sensible. Hace sólo diez días la Fiscalía imputó a Jair Bolsonaro por su implicación en el plan 'Punhal Verde Amarelo', una conspiración que no sólo se habría propuesto dar un golpe de Estado en 2022, sino matar al presidente Lula. Y Bolsonaro es la personalidad pública que más vínculos y afinidades ideológicas tiene con la dictadura. Fue él quien invocó el nombre de un torturador mientras votaba a favor del 'impeachment' de Dilma Rousseff en 2016, un tal Carlos Alberto Brilhante Ustra que resultó ser, ni más ni menos, el director del DOI-CODI cuando Rubens Paiva fue desaparecido.
Bolsonaro no sólo no fue condenado políticamente por elogiar la tortura, sino que por primera vez, después de veinticinco años de mediocre carrera parlamentaria, salió del anonimato. Dos años después ganaba las elecciones presidenciales. Era como si Brasil, al menos un sector importante de la población, hubiera borrado de su memoria lo que fue la dictadura. A diferencia de Argentina, Chile y Uruguay, ningún militar brasileño rindió cuentas por sus actos. Y desde luego que es sano pasar página y superar los traumas para iniciar una nueva etapa sin resentimientos ni deseos de venganza. Con muy buenas razones, las leyes de amnistía sacrifican la justicia para asegurar la paz y la democracia. Pero un exceso de olvido difumina esas líneas rojas, teñidas siempre con la sangre de gente como Paiva, que alertan sobre lo que puede ocurrir si se vuelven a invocar ciertos demonios.
'Aún estoy aquí' es antes que nada una gran película, con unas actuaciones memorables. Pero ha salido justo en tiempos en los que Trump y Bolsonaro incitan a la toma de sedes parlamentarias, el saludo nazi se pone de moda, políticos del mundo libre admiran a Putin, y líderes como Milei o Abascal no mencionan a ningún dictador cuando hablan de los peores gobernantes de sus países. Parece que se olvida lo que es una dictadura, y esta película nos lo recuerda con una crudeza implacable.
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