bala perdida
Fraude de barba
Son la picaresca urgente que inaugura el alegrón de la 'ley trans', que te hace chavala en soplo
La fotogenia del descuartizador
Una silla de felicidad
No se apaga la novedad de que Candy, ayer mozo, hoy moza, cambió rápido la condición registral de su sexo para evitar, o aliviar, una pena por maltrato contra su 'ex' mujer. Estamos ante lo que los enterados intuyen «fraude de ley», pero que ... más allá o más acá es un fraude de barba, una estafa con toda la barba puesta, porque Candy es Cándido, al primer vistazo y al último, sólo que el deneí ahora lo acredita chica. Estas cosas pasan por lo que pasan, claro. Son la picaresca urgente que inaugura el alegrón de la 'ley trans', que te hace chavala en soplo, por lo administrativo, aunque sigas siendo en cuerpo y alma, así en general, un titán irreversible. Como el sexo asignado, hoy, es lo que solicite el interesado, pues eres Manuel, o Manuela, según el día en que vayas a renovar el deneí. Y así, resulta que Candy es Candy porque le da la real gana, que es como decir por conveniencia ante el horizonte delictivo, que es como decir porque le sale de la mismísima barba bárbara, que ya ni siquiera se la afeitan para ir a arreglar el papeleo, o asistir al juzgado. Yo la clave en estos asuntos la veo en la barba, naturalmente. La mujer barbuda, antes, era un exotismo del circo, y ahora el circo, ante la ley, lo preparan unos señores que te sacan un papel donde dice que son señoras, pero ahí en medio está la barba, diciendo la verdad pura y dura, y la barba de retrato me parece a mí más objetividad que la barba de deneí. Estos flecos escalofriantes que la ley ofrece no debieran concretarse nunca, porque son un escándalo, que ofende, de arranque, a la mujer, en general. Más el cabreo ante el cachondeíto de que las Candys del mundo no se quiten la barba un momento, siquiera sea por disimular el atraco ante la afición desorientada. Ni peluquería usan, algunas nuevas señoritas. La 'ley trans' ha dejado unos riesgos imprevistos, porque puedes hacerte gogó de conveniencia, bajo el registro civil, y luego seguir con tu existencia de machote incorregible. Encima, sin aliñar siquiera la clamorosa barba incuestionable.
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