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casa de fieras

Icocaine pro

La sociedad se convierte en una manada de ovejas que vive pendiente del pienso que le echen

25 años más, no, por favor

Los premios literarios

Alfonso J. Ussía

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Llevaba tiempo sin viajar en autobús, pero como Renfe está funcionando mejor que un reloj suizo, no me quedó más remedio que comprar un billete en Alsa para llegar a Norteña. A mi vera, una chica de mediana edad comenzaba a sacar cables blancos ... para cargar su vida. No le bastaba con uno sólo. Al ver que yo no hacía uso de mi USB asignado, me pidió utilizar ese puerto con cierta excitación, como si fuera un camello que acababa de avisarla de su inminente llegada. Antes de la primera parada, en la terminal 4 del aeropuerto de Barajas, conté tres dispositivos que estaban enchufados: un reloj inteligente, una tableta y unos cascos inalámbricos. Cada vez que sonaba el timbre de una notificación, el 'modus operandi' de la moza era el mismo. Primero miraba su reloj inteligente, después desbloqueaba su teléfono, se ponía a escribir a toda mecha y, tras comprobar que no quedaba mensaje sin contestar, le daba al 'play' en la tableta para continuar viendo una película. Antes de llegar a Lerma repitió esta secuencia entre treinta y cuarenta veces. Yo paseaba por París, años 40, en la monumental novela de Juan Manuel de Prada, 'La ciudad sin luz', pero a medida que a la chica le llegaba otro «jaja» y otro «lol» a cualquiera de sus dispositivos vinculados, me imaginaba que yo era un miembro de las SS irrumpiendo con una patada en la puerta en la habitación de mi adicta vecina para llevarla a cualquier paredón de la otrora ciudad de la luz.

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