CONSEJO DE MINISTROS EXTRAORDINARIO
Estamos en guerra, pero no se nota
Pedro Sánchez presenta un plan anticrisis que ignora cualquier ajuste o reforma estructural y que se limita a reforzar su imagen de protector de los más vulnerables
Nunca es tarde para tratar de empatizar con la sociedad a la que dices proteger y a la que insistes en distraer con un ejercicio de ilusionismo cuya tramoya, a fuerza de repetirlo, es ya tan transparente como las urnas que adelantan el fin de ... la función que pones en escena, siempre triunfal, pero con cada vez menos aplausos. Pedro Sánchez presenta un plan anticrisis que tras las elecciones andaluzas era necesario, si no urgente, para su propia supervivencia política. Son días de autoayuda. En la sala de espera, los contribuyentes, encargados de pagar esta sesión de terapia psicosocial, ni siquiera se pueden permitir algo tan simple como respirar más tranquilos. En esta cura de ibuprofeno y demagogia sigue faltando el principio activo de la credibilidad.
Estamos en guerra y en el mejor de los casos vamos hacia una posguerra, pero el Gobierno no escatima en gastos y triunfalismo pospandémico. Ya sabíamos, salvo en los círculos de Podemos, que la culpa de todo la tiene Vladímir Putin, pero la gestión de una guerra exige algo más que señalar al enemigo, como hace Pedro Sánchez, y presentarse como mesías de los más vulnerables y azote de las empresas energéticas, porque si alguien se ha beneficiado en los últimos meses de la inflación ha sido el Estado, que de momento se queda al margen de la exigencia de «repartir de forma equitativa los costes de esta crisis». Bajar impuestos de forma generalizada no entra dentro de los planes del presidente del Gobierno: de los 9.000 millones previstos en el plan del Ejecutivo, la mayor parte corresponden a partidas de gasto (5.500) y no a la reducción de ingresos. Eso, para las eléctricas. Y los abonos de transporte, que los abaraten las comunidades autónomas. Somos líderes en cogobernanza.
La receta que firma y extiende Pedro Sánchez quizá sirva para combatir los síntomas, pero no la enfermedad. Lo que sale del Consejo de Ministros es un alivio circunstancial y pasajero -paliativo, en palabras de Sánchez- que seguramente sea superado por el curso de los acontecimientos, y no un volante para pasar por el quirófano. El optimismo nunca viene mal para animar la economía, pero hay situaciones, ya extremas, en las que sobra la autocomplacencia y no queda más remedio que reconocer que el gasto improductivo nos ahoga, que la deuda va a empezar a pesar demasiado para nuestra economía, que el relax que permite Bruselas no debe ser interpretado como una invitación a la irresponsabilidad, que debemos hacernos a la idea de ser más pobres, que no hay dinero para financiar tanta sonrisa, que el clientelismo sale a pagar y que no podemos permitirnos un plan de Gobierno basado exclusivamente en la 'recuperación de derechos' -despilfarro público- y en la condena institucional y solemne de las políticas de ajuste. Así no hay manera.
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