‘Un ballo in maschera’
Medina y su pelotazo mascarillero recuerdan a Gustavo III, un marciano en el trono de Suecia

Luis Medina está «supertranquilo» ante la eventualidad de que el juez le deje con el boxer de Hugo Boss puesto pero definitivamente desprovisto de esas cosas sin las que la vida le debe de parecer insufrible, como un yate y un buen colchoncito en fondos ... de inversión con el que seguir transitando este valle de lágrimas con trazo especulativo. Su convencimiento es que el juicio mediático lo tiene más que perdido (y tanto que sí) y toca ahora, por consiguiente, centrarse en el «juicio penal». Sobre Feria, el velero objeto del embargo judicial, dice haber presentado ya ante el instructor la factura acreditativa de su compra. Se confirmaría entonces que no se lo llevó del astillero pistola en mano.
De lo poco que se ha escuchado de alguien que empleó la fama en su beneficio y pide ahora respeto a su privacidad tras acabar investigado por el presunto cobro de un millón de dólares a cambio de inundar Madrid de mascarillas defectuosas procedentes de Malasia se infiere un conocimiento un tanto cutre de la actualidad, ajeno a la tierra, basado en unos lugares comunes que le llevan a imaginar el jardín en que se ha metido ejerciendo de comisionista obsceno como una suerte de cruzada personal en que la Fiscalía -«ya sabes, son todos de izquierdas y así actúan» (‘El Mundo’)- se empeña en propinarle un correctivo ejemplar en virtud de su cuna y probablemente también de su pésimo gusto cuando combina el color del jersey con el de la blazer.
Medina y su pelotazo mascarillero recuerdan a Gustavo III, un marciano en el trono de Suecia asesinado en 1792 durante una noche de máscaras, episodio que recreó libremente Giuseppe Verdi en su ópera ‘Un ballo in maschera’ (1859). Miren cómo era Gustavo: proscribió el café, seguro de que era veneno. Y quiso demostrarlo con un ‘ensayo clínico’: conmutó una condena a muerte a un asesino a cambio de que lo tomara todos los días; a otro, lo perdonó con la condición de que bebiese té a diario. El experimento fue seguido por varios médicos, los primeros en morir. Les siguió el rey; luego, el del té. El criminal cafetero superó de largo los 90 años de edad.
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