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Un mar de chatarra en los mapas de un viejo marinero

Pepe de Olegario guarda registro de miles de naufragios como el del vapor de 1906 que reapareció en una playa de Fisterra

Un mar de chatarra en los mapas de un viejo marinero miguel muñiz

abraham coco

Cuando Pepe de Olegario desenrolla las decenas de mapas que ha realizado desde 1966, se agita en su estudio marinero un vivo oleaje de papel. En estos rollos tiene documentados miles de naufragios en toda la Costa da Morte desde el siglo XVIII. También del resto del litoral coruñés hasta Estaca de Bares. Enseguida localiza el Silva Gouveia, el vapor portugués que encalló en la playa de O Rostro de Fisterra, en Sardiñeiro, el 23 de diciembre de 1927 y cuyos restos quedaron al descubierto el pasado fin de semana como consecuencia de los temporales invernales que han robado kilos de arena a la costa. Alguna vez se habían llegado a ver fragmentos de este barco, pero nunca había acabado al descubierto por completo.

Solo queda el esqueleto de su casco de acero. El resto fue desguazado por los chatarreros de la localidad tras varar. Ningún tripulante murió aquel día. La nave iba cargada de azúcar, que fue remolcada hasta la fábrica de Cerdeiras en carros tirados por vacas. Todos los vecinos que participaron en la tarea recibieron 10 pesetas por viaje.

«Supongo que habría mal tiempo o que el capitán se vio acorralado porque esta es una de las playas más bravas de Galicia y decidió embarrancar. Pero no murió nadie», explica Pepe, que ha surcado el Atlántico desde la adolescencia para pescar mero:«Siempre de cuatro kilos. Como gemelos». Y sin embargo:«Al jubilarme, sabía menos que cuando empecé. El que se piense que sabe algo de la mar, está equivocado».

Multitud de hundimientos

El Silva Gouveia volverá a ser cubierto por la arena de la misma forma que fue desempolvado. No es una excepción:«A menos de medio kilómetro hay otro que aún tiene incluso la máquina», cuenta Pepe, cuyo nombre en realidad es José López Redonda, pero que guarda en su apodo la memoria de su abuelo. En la misma franja pereció también el inglés S. Hiro en 1891, el francés Nouveau Conseil en 1921, el español Barredos en 1979 o el mercante panameño Cason en 1987 con sustancias tóxicas.

«Aquí embistieron muchísimos barcos. Eran desviados por la corriente. Los ingleses —que siempre fueron los mejores navegando— llegaron a prohibir a sus naves pasar a menos de veinte millas de Fisterra. Había una mina que desviaba la aguja magnética». Habla también de otro buque ruso que se perdió en 1938 y que ya funcionaba con sonda eléctrica: «Al capitán lo desterraron a Siberia. No se andaban con chiquitas». O del Blas de Lezo que intentó atravesar por una estrechez «imposible» que hizo quebrar la quilla. «Llevaría cuatro whiskys. Si no, no me lo explico».

La estancia donde Pepe guarda todo su conocimiento es como la pequeña cabina de un navío, repleta de aparatos que un día usó de verdad. Sobre la puerta incluso cuelga el timón. Junto a la ventana apila un montón de bitácoras con sus anotaciones. Casi al lado, todos los libros que le desvelaron tantas noches para cotejar datos antes de trasladarlos a mano a sus mapas.

«Queda mucho por documentar sobre barcos. El mar está lleno de chatarra», apunta. Después enseña una moneda de oro que custodia. También hay tesoros. Aunque menos:esos no solo los desentierra el invierno.

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