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Sembrar espada, no paz: la Iglesia armenia se está convirtiendo en una gran amenaza para la frágil paz en el Cáucaso Meridional
Un carismático arzobispo aspira al cargo de futuro primer ministro del país y está dispuesto a sumir a una Armenia cansada de décadas de largos conflictos con sus vecinos en una nueva ronda de enfrentamientos; e Irán y Rusia están ahí para ayudarlo

Las protestas callejeras que se llevan sucediendo en Armenia desde la primavera han encontrado un adalid inesperado: detrás de las protestas no hay líderes militares ni karabajíes, como cabría esperar, sino un arzobispo de la Iglesia apostólica armenia. El arzobispo Bagrat (Galstanián), que hasta hace poco dirigía la Iglesia armenia en la región de Tavush, ha salido a la palestra desde que Armenia y Azerbaiyán alcanzaran un acuerdo el 19 de abril para iniciar la demarcación y delimitación de la frontera en la región.
Una pequeña digresión histórica. Según la Declaración de Alma-Ata de 1991, que estableció las fronteras existentes de las repúblicas postsoviéticas, Armenia prometió ceder a Azerbaiyán cuatro pueblos fronterizos prácticamente desiertos de la región de Tavush. El arzobispo Bagrat —cuyo nombre de nacimiento es Vazgen Galstanián y quien se convirtió en el líder del movimiento político de protesta «Tavush por la Patria»— declaró sus ambiciones políticas aprovechando la indignación y el descontento populares, inevitables tras la derrota en la segunda guerra de Karabaj.
El «líder espiritual» de la protesta no oculta que tiene la mira puesta en la silla de primer ministro. Para aspirar al poder político, el arzobispo solicitó a los líderes de la Iglesia que lo suspendieran de su ministerio, lo cual se hizo efectivo el 28 de mayo. Galstanián llegó a prometer que renunciaría a la nacionalidad canadiense, que obtuvo hace 20 años cuando dirigía la diócesis de la Iglesia apostólica armenia en Canadá.
Sin embargo, esta suspensión no necesariamente quiere decir que no comparta la opinión oficial de la Iglesia armenia: su líder, el catolicós Garegin II, también está en contra del primer ministro, Nikol Pashinián. El catolicós exigió al primer ministro que dimitiera tras la derrota en la segunda guerra de Karabaj, pero el motivo de la animadversión de la Iglesia hacia Pashinián podría ser mucho más prosaico. La Iglesia armenia posee una ingente cantidad de tierras en litigio, goza de inmensas ventajas fiscales y es caldo de cultivo para la corrupción a gran escala. Por otro lado, es bien sabido que Garegin II y la Iglesia que encabeza mantienen estrechos lazos con la Iglesia ortodoxa rusa y los dirigentes rusos. Nikol Pashinián ya ha planteado suspender el registro de la Iglesia apostólica armenia mientras se investiga su participación en la organización de protestas masivas.
Las comprobaciones parecen más que justificadas. Las protestas no reflejan el estado de ánimo de la mayoría de la sociedad armenia: a pesar de la amargura de la derrota, la gente está cansada del conflicto con Azerbaiyán, que se ha prolongado durante más de 30 años. Además, muchos armenios han cambiado radicalmente su actitud hacia Moscú, lo que se ha visto favorecido tanto por la invasión rusa de Ucrania como por el hecho de que Ereván considera que Rusia la traicionó en el conflicto con Azerbaiyán y esto acabó causando su derrota en la guerra.
Pero al Kremlin no le viene nada bien el giro de Pashinián hacia Occidente, y por varias razones. Rusia, que es toda una experta en aprovecharse de conflictos enquistados, nunca ha tenido ningún interés en resolver el conflicto entre Armenia y Azerbaiyán. Estaba más que satisfecha con tener bases militares rusas en Armenia, la oportunidad de suministrar armamento a ambos bandos y el control de las fronteras armenias y la terminal aérea más importante del país, el aeropuerto de Zvartnots de Ereván, que estaba bajo el mando de la guardia fronteriza rusa. El 6 de marzo de 2024, Ereván envió una carta oficial a Moscú para poner fin a las actividades de la guardia fronteriza del Servicio Federal de Seguridad (FSB) ruso en el aeropuerto de Zvartnots. Entretanto, en el contexto de la guerra ruso-ucraniana, Rusia ha pasado a depender de importaciones paralelas de armas y productos de doble uso sancionados a través de los países de la Comunidad de Estados Independientes, y una parte considerable de tales suministros pasa por Armenia, incluido el aeropuerto de Ereván. Lógicamente, al Kremlin no le interesa perder el control de este lugar tan importante desde el punto de vista estratégico.
Además, la resolución definitiva del conflicto y el establecimiento de la cooperación entre Armenia y Azerbaiyán genera otros riesgos para Rusia: en concreto, la creación del Corredor Medio o Ruta de Transporte Internacional Transcaspio, que conectará China y Europa sin pasar por Rusia ni sus satélites.
No es de extrañar que Rusia esté intentando recurrir a todos los agentes de influencia que tiene en la región para tratar de evitarse situaciones desfavorables. Esto incluye tanto a la Iglesia armenia, que ha aprovechado la oportunidad para crear al carismático líder Galstanián de sus filas en el momento preciso, como a blogueros propagandistas como Mika Badalián, cuyo canal de Telegram forma parte de una red de canales prorrusos. En las últimas semanas, este canal se ha estado dedicando principalmente a apoyar al arzobispo Bagrat y a incitar a protestas masivas.
Pero sería un error suponer que Rusia es la única que está moviendo esta pieza en el tablero. A Irán le interesa agravar la situación en el Cáucaso Meridional tanto como al Kremlin. Aparte de suministrar armamento a Moscú a través de Armenia, la República Islámica tiene sus propios intereses en la región. En primer lugar, a Irán le preocupa el fortalecimiento de Azerbaiyán, que está jugando a un sofisticado juego diplomático y ha entablado relaciones sólidas con Turquía e Israel. Además, la cooperación en el Cáucaso Meridional significa mayores exportaciones de petróleo y gas azerbaiyanos y la perspectiva de que un gasoducto transcaspiano transporte petróleo y gas desde Turkmenistán y Azerbaiyán hasta Europa, algo a lo que Teherán lleva años oponiéndose. Otro gran motivo de preocupación es la propia política nacional iraní. La consolidación de la posición de Bakú en el panorama internacional aumentará las tensiones en las provincias fronterizas, habitadas por azeríes étnicos. Podrían desestabilizarse aún más las regiones que ya son problemáticas, y que Teherán ya tiene sometidas a la máxima presión con la política de persianización y discriminación de la población hablante de lenguas túrcicas.
Una curiosa coincidencia: el arzobispo Bagrat procede de una familia de armenios persas de la provincia de Isfahán. Los padres del futuro clérigo se mudaron a la República Socialista Soviética de Armenia en 1971, y él nació en Leninakán (la actual Gyumri) en mayo de ese mismo año. Dado que la conquista del poder político por parte de figuras religiosas tiene el precedente de éxito de los ayatolás iraníes, no es de extrañar que el rápido ascenso del arzobispo cause inquietud entre los armenios.
La sociedad armenia laica, cansada de décadas de conflictos con sus vecinos, es la principal interesada en preservar la paz en el Cáucaso Meridional, reorientarse hacia Occidente y obtener garantías de seguridad internacional, algo que solo se puede conseguir cumpliendo el derecho internacional, respetando las fronteras reconocidas y participando en proyectos de infraestructuras de gran envergadura con sus vecinos. Al agitar la opinión pública, la Iglesia armenia actúa como agente de Moscú y Teherán, y se arriesga a privar a su pueblo de su futuro, y puede que incluso de su condición de estado.
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