¿Puede Europa defenderse de Putin sin la ayuda de Estados Unidos?
El inquietante discurso de Trump contra la OTAN y la creciente amenaza rusa abre las costuras de la política de Seguridad de la UE. Un baño de realidad
Von der Leyen propone un comisario de Defensa para el rearme de Europa
Sigue en directo la última hora del accidente de helicóptero en Nueva York en el que ha muerto una familia española

La posibilidad de que, el próximo noviembre, Trump sea elegido presidente de EE.UU. está activando las alarmas, tanto en la OTAN como en la Unión Europea (UE). El chispazo provocador ha sido la amenaza proferida por el expresidente Trump, hace una semana, en ... un mitin electoral en Conway (Carolina del Sur) donde, persiguiendo su nominación como candidato republicano a la presidencia de su país, declaró, a modo de avispado sacamuelas, su disposición a «animar a Rusia a hacer lo que quisiera con la OTAN» si los europeos no gastaban más en defensa. Un aviso formulado en tono intimidatorio y narcisista que debería ser tomado en serio. No solo por la creciente posibilidad de que Trump retorne a la Casa Blanca, sino porque, seguramente, su discurso refleja el sentir de una parte importante de la población norteamericana. Asimismo, porque estaría registrando una potencial retirada de EE.UU. de la OTAN que, aunque 'de iure' necesitaría de un complejo y largo proceso legislativo, podría ser implementada 'de facto' por un presidente. Porque a éste corresponde, en prerrogativa prácticamente exclusiva, la gestión en su país del artículo 5 del Tratado de Washington (1949), por el que se creó la OTAN.
La vocación aislacionista estadounidense no es novedosa. George Washington, en su discurso de despedida (Mensaje del Adiós), en septiembre de 1796, advertía a sus compatriotas de la imprudencia de mezclarse en los problemas europeos, afirmando que «Europa tiene particulares intereses que no nos conciernen en manera alguna o que nos tocan muy de lejos. De ahí el que se vea envuelta en disputas frecuentes que son esencialmente ajenas a nosotros». Por tanto, tal orientación es histórica y casi consustancial con el alma de muchos norteamericanos; se encuentra entre las razones principales por las que EE.UU. no se comprometió con las dos guerras mundiales del siglo pasado, hasta que no tuvo más remedio que hacerlo. Esa idea aislacionista subyace en el 'America first' (América primero) que, seguramente, condensa el pensamiento político de Trump.
La insuficiencia en el gasto de defensa de los aliados es asimismo un asunto recurrente en el seno de la OTAN. Pero no le falta base a Trump para poner el dedo en la llaga, cuando EE.UU. dedica a defensa el 3,49% de PIB y soporta la carga de más del 50% de los gastos comunes de la Alianza. En la Cumbre Atlántica de Cardiff (2014), por no ir más lejos, los jefes de estado y de gobierno se comprometieron a alcanzar, en los respectivos presupuestos, un gasto de defensa del 2% del PIB. Una intención no materializada posteriormente por la mayoría de los aliados. Fue 8 años después, y ya producida la invasión rusa de Ucrania, cuando en la Cumbre Atlántica de Madrid (junio de 2022) se reiteró el compromiso del 2%. En esta ocasión se aprobó, además, el nuevo Concepto Estratégico de la Alianza contemplando asimismo la posible adhesión de Finlandia y Suecia. La nueva estrategia aliada, ha supuesto una profunda y radical revisión de la anterior (Lisboa, 2010), con conclusiones tan sustanciales como: pasar a Rusia desde la condición de aliado estratégico a la de amenaza directa; denominar a China como desafío sistemático; y compeler a Turquía para que, aún con el morro torcido, levantara su veto a la potencial adhesión la OTAN de Finlandia y Suecia, permitiendo así formular la invitación formal a esos estados. El primero ya es miembro pleno y Suecia está a la espera de la ratificación húngara.
A pesar de tal reiteración sobre la insuficiencia del gasto, todavía hoy, de los 30 miembros de la OTAN (sin contar a Islandia que no tiene Fuerzas Armadas), solo 11 de ellos alcanzan un gasto de defensa superior al 2% del PIB. España, en el grupo de los que no cumplen el compromiso, tiene un gasto de defensa del 1,26%, ocupando el antepenúltimo puesto (el 28) del total de la lista, y seguido únicamente por Bélgica (1,13%) y Luxemburgo (0,72%). Es curioso constatar que España fuera, al menos a nivel declarativo, de los primeros aliados engatusados por esa mágica cifra del 2%. Porque en la Directiva de Defensa Nacional 01/92 (1992), firmada por el presidente González, se estipulaba el 2% del PIB como objetivo presupuestario de los gastos de defensa. Directiva y objetivo al que la Administración española, como es habitual, no hizo mayor caso; empezando por quien se supondría el mayor defensor de tal cifra, el entonces ministro de defensa, Julián García Vargas, quien la devaluó calificándola públicamente como meramente «tendencial». Y así, 32 años después, seguimos cavando apasionadamente en el mismo pozo.

Estado de las fuerzas nucleares mundiales
El inventario combinado de ojivas nucleares del mundo asciende a 12.700 en nueve países (datos de principios de 2022) por debajo del pico de la Guerra Fría (aprox. 70.300 en 1986).
Retirados
5.977
6.000
Despliegue
estratégico
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5.000
Despliegue
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4.000
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90
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Corea del N.
Israel
India
Pakistán
Reino U.
Francia
China
EE.UU.
Rusia
Fuente: Federation of American Scientists, Reuters / ABC

Estado de las fuerzas nucleares mundiales
El inventario combinado de ojivas nucleares del mundo asciende a 12.700 en nueve países (datos de principios de 2022) por debajo del pico de la Guerra Fría (aprox. 70.300 en 1986).
Creciendo
Decreciendo
Constante
Rusia
5.977
Reino Unido
180
20
Corea del Norte
280
Francia
350
5.428
China
Estados Unidos
160
90
India
Israel
165
Pakistán
De todas las ojivas nucleares, más de 9.400 se encuentran en arsenales militares y unas 3.730 están desplegadas con fuerzas operativas. De ellas, aproximadamente 2.000 ojivas estadounidenses, rusas, británicas y francesas están en alerta máxima.
0
1.000
2.000
3.000
4.000
5.000
6.000
Corea del Norte
20
Israel
90
Retirados
India
160
Despliegue estratégico
Pakistán
165
Reserva / No desplegado
180
Reino Unido
Despliegue no estratégico
290
Francia
350
China
5.428
Estados Unidos
5.977
Rusia
Nota: Según la Federación de Científicos Estadounidenses, la información disponible para cada país varía mucho, desde el estado con armas nucleares más transparente (Estados Unidos) hasta el más opaco (Israel).
Fuente: Federation of American Scientists / Reuters
ABC
Con frecuente alegría se alude a la defensa europea en base al artículo 42.7 del Tratado de Maastricht (1992), donde los Estados se comprometen a prestar ayuda y asistencia a cualquier otro Estado miembro objeto de una agresión armada en su territorio, con todos los medios a su alcance, y de conformidad con el artículo 51 de la Carta de las Naciones Unidas. Compromiso que ha sido recientemente puesto en cuestión por dos miembros de la propia UE, Finlandia y Suecia, al empeñarse éstos en entrar en la OTAN y, consecuentemente, abandonar el respectivo estatus, el primero, de país no alineado vigente durante 80 años, y, el segundo, de país neutral desde el Congreso de Viena (1815). Con tales mudanzas, el Mar Báltico se ha convertido en una suerte de gigantesco lago interior de la OTAN, acogotando las salidas naturales rusas hacia el Atlántico desde San Petersburgo y Kaliningrado. Aquella mutación nórdica, en todo caso, muestra palmariamente, por un lado, el temor hacia la Rusia de Putin y, por el otro, la insuficiente fiabilidad que, en ambos países, despierta la cláusula defensiva incluida en el mencionado artículo del Tratado de Maastricht, donde también se especifica (segundo párrafo) que la OTAN «seguirá siendo, para los Estados miembros que forman parte de la misma, el fundamento de su defensa colectiva y el organismo de ejecución de ésta». En román paladino: la OTAN es la pieza clave para la defensa colectiva de sus miembros.

Lo más cierto de todo es que la UE, hasta la fecha, no ha logrado instrumentar una organización militar capaz de garantizar su propia defensa. Aunque en Europa existe un amplio abanico de pequeñas organizaciones militares multinacionales, éstas no constituyen una estructura capaz de poner en pie, de forma práctica, una fuerza europea realmente digna de ese nombre. Y, a pesar de que los europeos seamos cada vez más conscientes de que debemos enfrentar amenazas que se gestan allende de nuestras fronteras, la idea de un Ejército Europeo no progresa. Si bien, en el marco de la Brújula Estratégica, la guerra de Ucrania esté acelerando el proceso para alcanzar una capacidad de despliegue rápido de hasta 5.000 efectivos. Un esfuerzo que indica un camino aunque, de momento, no pase de voluntarioso.
Aunque pueda sospecharse la necesidad de prepararse para un cambio de época, la vía europea hacia la construcción de su propio sistema autónomo de seguridad y defensa se adivina muy larga y costosa. Obstáculos hay de todas clases, tales como: la inercia y los intereses políticos internos de los Estados; el gigantesco esfuerzo financiero que supone; la asunción de objetivos presupuestarios convergentes; o el rechazo que las fuerzas multinacionales provocan en los estados mayores nacionales. Y, sobrevolando los anteriores, y habida cuenta de que las Fuerzas Armadas se consideran como el supremo distintivo e instrumento de soberanía nacional, está el latente peligro de la renacionalización de las defensas. Fenómeno en cuyo nombre se derramó en el pasado tanta sangre sobre los campos europeos. El expresidente de Francia, Sarkozy, en el plenario del parlamento europeo, en Estrasburgo, el 13 de noviembre de 2007, cabalmente lo expresaba así: «¿Qué significa nuestro compromiso europeo si cada uno de nosotros no es capaz de hacer un esfuerzo para la defensa de todos?» Cabría preguntarse también si los europeos estaríamos dispuestos o no a abandonar el cuerpo de doble cara del dios romano Juno, para mirar menos hacia el pasado y más hacia el futuro.

Dejando al margen las capacidades económicas y financieras, lo que no es poco aparcar ―'nervus belli, pecunia' (el dinero es el nervio de la guerra) decía Cicerón―, cualquier concepto serio sobre seguridad debe hacerla reposar, inicialmente, sobre la acción político-diplomática. Ésta, a su vez, para resultar creíble, debe estar respaldada por unas capacidades bélicas que, en el caso europeo, se sintetizarían en un tridente vital. Uno de los dientes lo constituiría la capacidad militar convencional. Ésta incluiría no solo las unidades armadas y su logística, sino también la organización del mando y control ―que al máximo nivel está dirigida mayormente por oficiales norteamericanos―, habilitada para planear, preparar, dirigir y ejecutar operaciones militares integradas en el marco de una acción de conjunto. Asimismo, comprendería la capacidad para mover desde los EE.UU. los medios norteamericanos necesarios para alimentar el teatro europeo; es el tradicional concepto de «Reforger» que, por cierto, ahora y hasta mayo, se está actualizando mediante el ejercicio conjunto-combinado de la OTAN, Steadfast Defender 2024, el de mayor envergadura de la Alianza desde la caída del Muro, y que está enfocado principalmente hacia el noreste europeo (países Bálticos, Finlandia y Polonia). Un segundo diente lo formarían las industrias de defensa y compañías civiles estratégicas incluyendo, entre otras, las capacidades de producción de municiones y drones, satelitales, informáticas y de inteligencia artificial. Y el tercer diente sería el paraguas nuclear norteamericano, capaz de disuadir o contrarrestar el empleo del potente arsenal nuclear ruso. A la vista de todo ello, parece obvio que la eficacia de ese tridente defensivo de capacidades exige la plena participación estadounidense.
En fin, respondiendo a la pregunta que titula este análisis, se puede concluir que Europa, incluso poniéndose seriamente manos a la obra, no sería capaz, frente a Putin (cuando la guerra en Ucrania haya sido resuelta), y durante al menos una década, de defenderse autónomamente. Para Europa, resultaría esencial la ayuda de EE.UU. Una nación que tanto ha aportado y aporta al desarrollo de la humanidad, no solo por su ejemplar legado de derechos políticos y libertades públicas, sino también por ser gran vivero de genios en literatura, física, economía, medicina o la investigación espacial entre otras ramas del saber. La nación que, sin embargo ―y esto es lo más esperpéntico―, acaricia la alta probabilidad de que su liderazgo, y con ello la gestión del vínculo trasatlántico que tan esencial es para la seguridad y la defensa de Europa, tengan que ventilarse, en noviembre de 2024, constreñidas a la ridícula opción entre un agostado Biden y el histriónico y errático Trump.
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