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Tíbet, la revolución suicida

Desde 2009, más de un centenar de tibetanos se han quemado a lo bonzo para protestar contra lo que consideran la ocupación china

Tíbet, la revolución suicida afp

pablo m. díez

Movidos por la compasión que propugna el budismo, los tibetanos son diferentes incluso a la hora de protestar contra lo que consideran la ocupación china. Es cierto que, en marzo de 2008, la capital del Tíbet, Lhasa , ardió en una violenta revuelta que, oficialmente, dejó una veintena de muertos, la mayoría chinos de la mayoritaria etnia «Han» que ha colonizado esta bella y remota región del Himalaya. Pero, desde 2009, más de un centenar de tibetanos se han quemado a lo bonzo para protestar contra el autoritario régimen de Pekín , reclamar la independencia y pedir la vuelta del Dalai Lama del exilio. Entre ellos hay muchos monjes budistas, pero también campesinos y hasta estudiantes.

El pasado martes día 19, Rinchen y Sonam Dhargye, dos adolescentes de 17 y 18 años, respectivamente, fueron los últimos en quitarse la vida de tan horrible manera. Ambos estaban celebrando el «Losar» (año nuevo tibetano) con sus familias en el condado de Aba, en la provincia sureña de Sichuan , cuando decidieron rociarse con gasolina y prenderse fuego. Un horrible ritual en el que, como se ha visto en algunos vídeos colgados en internet, los tibetanos, convertidos en antorchas humanas, cantan proclamas a favor de la independencia y del Dalai Lama y gritan de dolor mientras las llaman abrasan sus cuerpos en pocos segundos. Desde el exilio en la ciudad india de Dharamsala , el Centro Tibetano para los Derechos Humanos y la Democracia (TCHRD, en sus siglas en inglés) informó de que ambos murieron en el acto.

¿Qué puede llevar a un ser humano a sacrificarse de tan forma tan dolorosa? «Con una brutal represión basada en detenciones ilegales y palizas, el sistema en China es tan opresor que piensan que no tienen otra manera de manifestarse contra el régimen», explica a ABC por teléfono la directora de dicho centro, Tsering Tsomo. A su juicio, «pretenden así llamar la atención de la comunidad internacional para que presione a China antes de que sea demasiado tarde». Aunque insiste en que los principios de la no violencia rigen el budismo tibetano, teme que estalle otra revuelta «como en 2008, o peor, porque la gente joven ha perdido la paciencia y está rabiosa ».

«Actos terroristas»

Desde mediados de noviembre, las autoridades chinas han reforzado sus intentos por parar las inmolaciones a lo bonzo, castigando a los familiares de los suicidas, ofreciendo recompensas de hasta 50.000 yuanes (euros) para quien dé información que permita abortarlas y obligando a los tibetanos a firmar unas declaraciones escritas prometiendo que no se quemarán por el Dalai Lama, a quien acusan de complicidad con lo que consideran «actos terroristas».

«Con el fin de conseguir sus objetivos separatistas, la camarilla del Dalai no ha dudado en incitar las inmolaciones, lo que es despreciable y merece la condena de la gente», suele repetir en sus comparecencias ante la Prensa el portavoz del Ministerio de Exteriores chino, Hong Lei .

«Tanto el Dalai Lama, que ha renunciado a su poder político pero es la máxima figura religiosa del budismo, como el primer ministro, Lobsang Sangay , han hecho numerosos llamamientos para detener las inmolaciones, pero no están surtiendo efecto», niega Tsering Tsomo las acusaciones chinas. Al mismo tiempo, asegura entender a los suicidas, que «se quitan la vida por culpa de la represión».

Aunque los monjes budistas, también llamados bonzos, se han quemado durante siglos para protestar por las más diversas causas, la memoria colectiva guarda el recuerdo del sobrecogedor suicidio de Thich Quang Duc . El 11 de junio de 1963, en plena guerra de Vietnam , este monje de la rama «mahayana» se quemó públicamente en una calle del entonces Saigón para denunciar la persecución religiosa que sufrían los budistas por parte del Gobierno católico del presidente Ngo Dinh Diem . Sentado impasible en la postura del loto mientras las llamas devoraban su cuerpo, su sacrificio conmocionó al mundo y se convirtió en un icono cultural gracias a las fotos tomadas por el periodista de AP Malcom Browne , que ganó el Pulitzer ese año. Desde entonces, quemarse a lo bonzo se ha convertido en la última salida ante la desesperación en cualquier parte del planeta, incluyendo la mujer española que esta semana se prendió fuego en una sucursal bancaria de Castellón .

Identidad religiosa y cultural

Mientras tanto, el Tíbet sigue cerrado a los ojos de los periodistas y grupos de derechos humanos a la espera de una nueva inmolación. Desde la dinastía Yuan (1206-1368), instaurada por Kublai Khan , nieto del caudillo mongol Gengis Khan , el Tíbet ha estado bajo un mayor o menor control de China dependiendo de la fuerza de sus imperios. La dinastía Qing (1644-1911) impuso la figura del ministro del Tíbet, que tenía tanto poder como el Dalai Lama y el Panchen Lama. Pero la caída del último emperador de China, Pu Yi, en 1911 y el caos que siguió durante la Primera República y la ocupación japonesa otorgaron al Tíbet una independencia de «facto» que duró hasta 1950. Justo después de que Mao Zedong derrotara al Generalísimo Chiang Kai-chek en la guerra civil (1945-49) y fundara la República Popular China el 1 de octubre de 1949, las tropas comunistas volvieron a entrar en el Tíbet para, según la propaganda, «liberarlo de la teocracia feudal que dirigía el Dalai Lama».

Ante el cada vez mayor control del régimen chino, el 10 de marzo de 1959 estalló en Lhasa una violenta revuelta por la independencia. Su fracaso obligó al Dalai Lama, que tenía 23 años, a exiliarse en la India cruzando a pie el Himalaya disfrazado de campesino. Desde entonces, se han destruido miles de monasterios y conventos y el Gobierno tibetano en el exilio calcula que 200.000 personas se han refugiado en la India y más de un millón han muerto víctimas de la represión . Aunque el Dalai Lama renunció hace tiempo a la independencia del Tíbet para pedir más respeto a su identidad religiosa y cultural, el régimen chino sigue tachándolo de «terrorista separatista» y sus seguidores quemándose a lo bonzo para encontrar en el paraíso la libertad que no encuentran en la Tierra.

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