La táctica de los cráneos rotos: así evitó la mafia italiana que los siervos de Hitler arrasaran EE.UU.
La justicia estadounidense tuvo que librar una guerra sin cuartel contra las poderosas organizaciones nazis del país echando mano del crimen organización, en un episodio poco conocido
El malagueño desconocido que bautizó a «Estados Unidos», según reveló George Washington
El defensor del nazismo más famoso dentro de Estados Unidos fue, sin duda, Charles Lindbergh. Tal es así que, incluso, le han dedicado series de televisión y novelas como 'La conjura contra América', en la que se cuenta una historia alternativa del país norteamericano en la que, después de la Segunda Guerra Mundial, este famoso piloto –pionero en cruzar el Atlántico en solitario, en un vuelo sin escalas entre París y Nueva York en 1927– fue elegido presidente. En la ficción, este siniestro protagonista llega a un acuerdo con el mismísimo Hitler, embarcando a su nuevo gobierno en una escalada progresiva de antisemitismo.
La historia real, sin embargo, no fue muy diferente en cuanto a la fascinación que el dictador alemán ejerció en muchos países del mundo, incluido Estados Unidos, según contaba el historiador y periodista francés Thomas Snégaroff en 'Putzi. El confidente de Hitler' (Seix Barral, 2022). De hecho, en muchos de estos países no solo toleraron, sino que apoyaron el antisemitismo del Tercer Reich cuando ya se habían construido los primeros campos de concentración en Alemania.
En el caso de Estados Unidos, ese apoyo se produjo, sobre todo, antes de la entrada del país en la Segunda Guerra Mundial, pues los nazis contaron allí con muchas más simpatías de las que la mayoría de los estadounidenses están dispuestos a reconocer en la actualidad. Aunque Lindbergh, todo un héroe para la sociedad americana, se declaró seguidor acérrimo de Hitler, de su política antisemita y de la aplicación generalizada de la eugenesia.
En esa misma época nació un grupo abiertamente pronazi que consiguió decenas de miles de seguidores entre la numerosa comunidad germana de Estados Unidos, lo que provocó a su vez un resurgimiento del Ku Klux Klan y el nacimiento de otros partidos de corte fascista. Uno de estos fue el America First Committee, que contó con 800.000 miembros que compartían el fuerte sentimiento antisemita alemán. Uno de sus principales líderes fue el sacerdote católico Charles Coughlin, que llegó a defender en sus multitudinarios discursos que los judíos se había buscado ellos solos que fueran purgados en la citada 'Noche de los cristales rotos'.
Judío e italoamericanos
Un papel muy importante en la lucha contra el aumento de los simpatizantes nazis en Estados Unidos, y que a día de hoy es ampliamente desconocido, fue el de la mafia judía e italoamericana, muy presente en las principales ciudades del país. Una historia que recogió Michael Benson en su libro 'Gánsteres contra nazis: cómo lucharon los mafiosos judíos contra los nazis en tiempos de guerra en Estados Unidos' ('Gangsters Vs. Nazis: How Jewish Mobsters Battled Nazis in Wartime America', Editorial Kensington, 2022).
El autor cuenta que, un día de 1938, el juez de Nueva York y líder de la comunidad judía Nathan Perlman se sentó en un bar y pensó: «¿Cómo es posible que estos nazis marchen por la calle 86, a paso de ganso y haciendo el saludo hitleriano como si fuera el desfile de Macy's? ¿Cómo pueden ser tan descarados?». La respuesta era bien sencilla: lo hacían porque podían, porque en ese clima de neutralidad, los admiradores de Hitler se sentían impunes para desfilar por las calles de la Gran Manzana gritando consignas del nacionalsocialismo y amedrentando a la numerosa comunidad judía.
Una de las principales organizaciones en hacerlo, también la más peligrosa, fue German American Bund, heredera de la desaparecida Friends of New Germany. El movimiento fue creado en 1936 con la ayuda directa y el dinero de la Alemania nazi. La presidía Fritz Kuhn, un excombatiente alemán de la Primera Guerra Mundial que emigró a Estados Unidos en 1928 y se nacionalizó seis años después. Viajó a Alemania en varias ocasiones y llegó a entrevistarse con Hitler, tras lo cual aseguró que este le había nombrado su «Führer americano».
Sin sangre judía
Le idolatraba tanto que pronto comenzó a imitar sus gestos y su forma de hablar y a repetir sus soflamas racistas en cada discurso que daba. Las marchas de su organización por todo el país eran cada vez más multitudinarias y violentas, copando las páginas de los periódicos. Pronto exigió que sus miembros fueran de ascendencia aria y demostraran que no tenían sangre judía ni negra.
Fue entonces cuando Perlman decidió tomar cartas en el asunto. En un principio no fue fácil, porque no había ningún resquicio legal en el país de las libertades para enfrentarse a la German American Bund, la cual llegó a contar con más de 20.000 miembros entre sus filas, la mayoría de los cuales vivía en Nueva York. Tras pensarlo mucho, el juez optó por el camino alternativo, aunque fuera mucho más drástico y de dudosa ética. Lo que se necesitaba eran judíos sin miedo a violar las leyes y romper los huesos que fueran necesarios contra aquel virus que se estaba expandiendo.
El juez aprovechó entonces sus conexiones con el inframundo y, en concreto, con Meyer Lansky, el contrabandista que acabó convirtiéndose, junto a su amigo de la infancia Lucky Luciano, en uno de los principales referentes del crimen organizado del siglo XX y en el creador del mayor sistema de lavado de dinero de la mafia. Perlman sabía que este líder del hampa tenía a su disposición a un buen grupo de matones judíos e italoamericanos de otra organización mafiosa, la 'Murder Inc', también llamados los 'Chicos de Brownsville'.
Intimidar con palizas
Lansky aceptó el encargo con gusto y, de hecho, no aceptó pago ninguno por él. Él mismo era judío y su declaración de guerra a los nazis se convirtió en una cuestión de honor. «Lo siento por los judíos de Europa que están sufriendo, son mis hermanos», declaró en una de la reuniones, según cuenta Benson en su libro. El mafioso mandó a sus chicos a los actos públicos de la German American Bund y de todas las organizaciones nazis que había desde Nueva York a Chicago, pasando por Minnesota y Los Ángeles. El objetivo, intimidar a base de palizas a todo aquel que gritara «¡Heil, Hitler!» y llevase esvásticas.
Los hombres de Lansky contaban a sus espaldas con un largo historial de asesinatos, pero en esta guerra contra los nazis, todos los judíos reclutados recibieron la consigna de que no hubiera muertos. Para que el mensaje quedara claro, el juez Perlman se llevó al rabino reformista y líder sionista Stephen Wise a una reunión con el líder de la mafia y le convenció. Aún así, los métodos fueron sangrientos, pues rompieron muchos cráneos, piernas y brazos, enviando a una gran cantidad de nazis al hospital con pronóstico grave.
El miedo cundió pronto entre los miembros de la German American Bund y las protestas se hicieron cada vez menos numerosas. La mayoría de ellas, incluso, se desconvocaron por las amenazas. Fritz Kuhn estaba muy enojado al ver que los judíos de la mafia le estaban ganando la batalla y decidió volcarse en la organización de un acto multitudinario. Gasto mucho dinero en publicidad y logró reunir a más de 20.000 seguidores en el Madison Square Garden en febrero de 1939.
«Los enemigos del país»
El líder nazi estaba convencido de que los mafiosos judíos no se atreverían a llegar hasta allí y meterse en la boca del lobo, pero subestimó la posibilidad de que pudiera haber más rebeldes. Cuando se encontraba seguro en el escenario, arropado por la muchedumbre, Kuhn inició su discurso mofándose de Roosevelt, en aquel momento candidato presidencial, cambiando su apellido por Rosenfeld, de origen judío, y calificando al New Deal de «Jew Deal». A continuación, cuando pronunciaba su frase más polémica –«hay que proteger a Estados Unidos de una raza que no es la raza estadounidense y que ni siquiera es una raza blanca. Los judíos son los grandes enemigos del país»–, fue interrumpido con un nuevo estallido de violencia.
Esta vez no lo protagonizaba la mafia, sino un indignado fontanero judío de Brooklyn que, al escuchar las palabras de Khun, subió al escenario lleno de ira y arrancó el cable del micrófono. Isadore Greenbaum, como se llamaba, recibió una paliza y fue desnudado hasta que la Policía consiguió entrar en el pabellón y rescatarlo. «Cuando escuché todas aquellas soflamas sobre la persecución contra mi religión, perdí la cabeza», reconoció la víctima al día siguiente, que consiguió acaparar toda la atención de los medios y echar por tierra las esperanzas que la German American Bund había puesto en su magno evento.
Con aquel acto comenzó el declive de Kuhn. Poco después, el alcalde de Nueva York, Fiorello La Guardia, ordenó que se investigaran los impuestos de la organización nazi y se descubrió que su líder había malversado más de 14.000 dólares con ella. En concreto, había gastado gran parte de ese dinero con una amante. El fiscal de distrito Thomas E. Dewey emitió después una acusación contra él y, el 5 de diciembre de 1939, fue condenado a cinco años de prisión por evasión de impuestos y malversación de fondos.
En 1945 fue deportado a Alemania y no se le concedió la libertad hasta poco antes de morir en Munich, en 1951, por causas desconocidas. El obituario de 'The New York Times' concluyó que había fallecido «como un químico pobre y oscuro, sin reconocimiento».
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