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El sueño oculto de Hitler: unir a la Falange y «a los rojos» exiliados contra el régimen de Franco

La relación entre el 'Führer' y el dictador español no era dulce. Durante los últimos años de la guerra, el nazi abogaba por unir a los republicanos que se habían desplazado a Alemania con los 'camisas viejas' para dar el golpe definitivo contra la Iglesia en la península

El plan secreto de Franco y la Falange para reconquistar los territorios perdidos del Imperio español en América

Salamanca, septiembre de 1936. Francisco Franco Bahamonde en su cuartel general de Salamanca. ABC
Manuel P. Villatoro

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Lo de Francisco Franco era un régimen dictatorial a la española; un sistema autoritario hecho a su medida que, aunque bebía en parte de Italia y Alemania, escondía enormes diferencias con unos y otros. Los más cercanos al nazismo germano y al fascismo italiano eran los falangistas; y no todos, sino los 'camisas viejas' que seguían los puntos fundacionales de José Antonio Primo de Rivera. No me entiendan mal: el del Ferrol fue un dictador con todas las letras, pero, en lo que respecta a la ideología más pura y más dura, Adolf Hitler le veía como un apestado que se había aliado con la Iglesia y había absorbido a los monárquicos para auparse hasta el poder.

Y si algo tenía Hitler, es que odiaba los pilares –principalmente la religión– sobre los que Franco erigió su régimen tras el final de la Guerra Civil. Él mismo lo repitió hasta enronquecer en aquellas extensas –y aburridísimas– sobremesas con las que torturaba a sus invitados noche tras noche. Porque oiga, al 'Führer' había que atenderle y reirle las gracias aunque fuera más pesado que todo el oro que robó de los países satélites que tuvo Alemania durante la Segunda Guerra Mundial. Ya tras la entrevista de Hendaya salió hasta el gorro de él –dijo que prefería que le arrancasen las muelas antes que volver a verle–, y la relación no hizo más que empeorar durante el conflicto.

Contra la Iglesia

Pero vayamos por partes. Hitler, que había cargado cual miura contra los católicos en el Tercer Reich, hizo lo propio el 5 de junio de 1942 con sus equivalentes españoles: «Sus actividades no son diferentes de las que llevan a cabo en nuestro país». En sus palabras, «cualquier iglesia, si está en condiciones de influir sobre el régimen civil, sólo apoyará o tolerará por cuestión de principios un régimen que no tenga ni reconozca más forma de organización popular que la situada bajo la égida de la Iglesia». El líder nazi sostenía, en este sentido, que «en lo que a administración general se refiere», la institución anhelaba ser «la única dirección organizativa del pueblo».

Hitler, que veía al partido fundado por Primo de Rivera como uno de los pocos representantes del verdadero fascismo en tierras españolas, clamó esa noche por la delimitación de las funciones del catolicismo en el país: «Sólo hay una cosa que la Falange pueda hacer: limitar la intervención de la Iglesia a los asuntos religiosos. Esto es, a los sobrenaturales. Sólo con que se le permita una vez ejercer la menor influencia sobre el gobierno del pueblo y la formación de las jóvenes generaciones, ésta intentará hacerse omnipotente». El dictador no se quedaba en ese punto, sino que afirmaba que era «un gran error» buscar la colaboración en cualquier ámbito de la santa institución.

No se quedó ahí el dictador alemán. En otra de sus conversaciones con sus acólitos afirmó que solo era cuestión de tiempo que el régimen de Franco y la Iglesia acabaran a mamporros y que, tarde o temprano, se sucedería una nueva guerra civil en la península. «En un futuro no muy lejano, España bien podría tener que pagar con sangre el fracaso de no haber hecho una verdadera revolución nacional como las que se hicieron en Alemania e Italia», insistió. De la tercera pata en discordia, los monárquicos, no opinó en este sentido, aunque también los veía como un potencial enemigo a largo plazo. Cosas de don 'Führer'.

El 'Führer' estaba equivocado en muchos sentidos. El más importante era creer que la formación creada por Franco tras el Decreto de UnificaciónFET de las JONS, una unión de la vieja Falange con los Tradicionalistas carlistas– mantenía los preceptos de José Antonio Primo de Rivera. Ni por asomo. Este grupo no era más que un 'frankenstein' ideado por el dictador para eliminar a sus enemigos políticos y ubicar en la cúpula del partido a sus acólitos. De esta guisa, se quitaba de en medio con un único golpe a todos aquellos que podían hacerle sombra o, llegado el momento, plantearle un problema.

Unir a Falange y rojos

Con esos mimbres, no parece extraño que Hitler estuviera convencido de que el Estado español se preparaba para un nuevo desastre fratricida: «Los curas y los monárquicos, los mismos enemigos mortales que se opusieron al resurgir de nuestro pueblo, se han unido para hacerse con el poder en España». ¿Cuál fue la solución que propuso? Una llamativa... Que los 'camisas viejas' –los falangistas originales, aquellos que eran del partido antes del estallido de la Guerra Civil– se unieran a los miles de exiliados del Ejército Popular republicano que se habían desplazado hasta el corazón de Alemania una vez finalizado el combate de 1939. Y si no se lo creen, aquí van sus palabras, recogidas en 'Las conversaciones privadas de Hitler' (Memoria Crítica)

«Si estallase una nueva guerra civil, no me sorprendería ver a los falangistas obligados a hacer causa común con los rojos para liberarse de la escoria clerical-monárquica. ¡Lástima que la sangre que vertieron juntos durante la guerra falangistas, fascistas y nacionalsocialistas no haya producido mejores resultados! Pero, por desgracia, en España siempre se encontrará a alguien dispuesto a servir a los intereses políticos de la Iglesia».

José Antonio Primo de Rivera, en un mitin de Falange Española en el cine Madrid. ABC

No fue la única vez que sostuvo esta idea. En sus últimos días, el 'Führer' fomentó la creación de una revista, 'Enlace', cuyo objetivo último era hacer una llamada masiva a cualquier español que estuviera en las cercanías del Reich. En aquellos días de combate a muerte contra el Ejército Rojo, un fusil más podía ser determinante para evitar la caída del águila nazi. Y en esa amplia amalgama entraban los miles de republicanos que habían ido a parar a Berlín tras el conflicto fratricida. En cierto sentido tenía lógica, ya que el Ejército Popular había desechado y repudiado a una ingente cantidad de militares de carrera por considerar la carrera castrense como una suerte de fascismo.

Pese a lo que pudiera esperarse, los soldados republicanos eran bien considerados dentro del ejército alemán. Aunque no por su condición de 'rojos', como se les conocía por entonces, sino por su nacionalidad. El contacto que Hitler y sus Waffen SS habían tenido con el soldado español había sido a través de la División Azul, y lo cierto es que esta unidad había demostrado sus dotes en el frente oriental. Ya lo dijo el mismo 'Führer': «Creo que una de nuestras más felices iniciativas fue permitir que una legión española luchase a nuestro lado. En la primera ocasión condecoraré a Muñoz Grandes con la Cruz de Hierro con hojas de roble y brillantes. Será una buena inversión».

Odiado por todos

Hitler no era el único en el seno del ejército alemán que veía a Franco con ojos torcidos y a España como un lastre. Antes de la entrevista de Hendaya, varios asesores como su Jefe de Estado Mayor, Franz Halder, cargaron contra el país por estar sumido en la miseria tras la guerra: «La situación interior de España está tan deteriorada que resulta un socio político inservible. Tenemos que lograr los objetivos esenciales para nosotros (Gibraltar) sin su participación activa». No fue la única opinión negativa. El Secretario de Estado germano, Weizsäcker, hizo lo propio: «En mi opinión, debe dejarse a España fuera del juego. Gibraltar no vale la pena. Perdiera lo que perdiese allí Inglaterra, pronto lo compensaría con las islas Canarias. Hoy día España no tiene pan ni petróleo».

Menos célebre, pero más directa, fue la opinión del popular almirante Canaris –entre otras cosas, jefe de la inteligencia germana– sobre el dictador: «No es un héroe, sino un pequeño mequetrefe». Y eso, a pesar de que fue uno de los máximos defensores del país de cara al Tercer Reich. El tono de voz de Franco tampoco pasó por alto en la entrevista. De hecho, Hitler afirmó tras la entrevista de Hendaya que su interlocutor le había sacado de sus casillas con su «voz baja y reposada, cuyo monótono soniquete recordaba al almuédano llamando a los fieles a la oración». Una vez que salió del vagón, de hecho, espetó en voz baja lo siguiente: «Con estos tipos no hay nada que hacer».

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