Héroes en la República, esclavos en la URSS: los marinos que España abandonó en el gulag hasta 1954
Cincuenta españoles fueron contratados por el Gobierno para traer víveres y armas de la Unión Soviética en la Guerra Civil, pero acabaron engañados y retenidos 15 años, sin juicio, en los peores campos de trabajo de Siberia
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José Vicente García Santamaría recuerda que, desde que su abuelo fue repatriado a La Coruña desde la Unión Soviética en 1954, debajo de la cama siempre tenía preparada una pequeña maleta con los enseres básicos por si tenía que salir corriendo. Por si venían ... a arrestarle por sorpresa «para llevárselo de nuevo a un campo de concentración». En ella no guardaba muchas cosas, solo lo estrictamente necesario: algunos documentos, varios recuerdos personales muy preciados y un par de utensilios que le facilitarían la vida lejos de casa.
«La tuvo allí hasta su muerte en 1978. Siempre me chocó mucho, pero jamás le pregunté por ella, porque mi abuelo la guardaba con naturalidad, como si no fuera algo extraordinario. Además, jamás mostró rencor hacia quienes le habían hecho sufrir, aunque tuviera motivos de sobra para ello. Cuando regresó a España ya era muy mayor, tenía 61 años, y apenas hablaba de ello. Solo alguna Nochebuena. Nunca supe por qué, pero entendí que quería pasar página», cuenta García Santamaría, que acaba de publicar, junto al historiador Juan Carlos Sánchez Illán, el ensayo 'Marinos republicanos en los campos de concentración soviéticos' (Catarata).
Cuando empezó a investigar, descubrió que ese comportamiento no era exclusivo de su abuelo Vicente, un marino de la localidad coruñesa de Puebla del Caramiñal, nacido en 1894, que había formado parte de la tripulación del buque republicano Juan Sebastián Elcano durante la Guerra Civil. Tanto él como sus compañeros habían sido contratados por el Gobierno de la República para traer víveres y armas desde la URSS, pero fueron detenidos ilegalmente por los soviéticos en Odesa e internados en los peores campos de trabajo de Siberia durante más de 15 años. Todos los que consiguieron regresar, guardaron también su propia maleta preparada.
Lo más sangrante es que los culpables de aquella tortura fueron los que, supuestamente, eran sus aliados en la lucha contra el fascismo en España, primero, y la Segunda Guerra Mundial, después. Aún así, la mitad de ellos perdió la vida en el gulag. Tras la muerte de Stalin y el desmantelamiento de los campos, ocho se quedaron a vivir en la URSS por miedo a las represalias del franquismo y 19 regresaron a España en abril de 1954. Vinieron casi camuflados en el buque Semíramis junto a los excombatientes de la División Azul que habían sufrido el mismo martirio, pero a diferencia de estos, los marinos republicanos quedaron atrapados entre dos dictaduras de signo opuesto, la de Franco y la de Stalin, en una de las historias más tristes e ignoradas del siglo XX español.
Castigo sin delito
Todo comenzó cuando el bando republicano obtuvo el respaldo en la URSS para enfrentarse a Franco y sus aliados extranjeros –la Alemania nazi y la Italia fascista– en la Guerra Civil. El gigante comunista puso a su disposición armas y alimentos. Para traerlos, el Gobierno contrató a las navieras que se habían mantenido fieles al régimen. Sus barcos desplegaron en esos años un intenso tráfico marítimo entre los puertos del levante español y los soviéticos del mar Negro. Hasta 51 buques de distinto tamaño llegaron a hacer aquellas rutas, trasladando 250.000 toneladas de materiales en la primera mitad del conflicto.
En otoño de 1937, sin embargo, aquella colaboración sufrió un revés cuando Stalin ordenó que las embarcaciones españolas que estuvieran atracadas en sus muelles fueran requisadas y pasaran a formar parte de la flota soviética. Algunos historiadores creen que el dictador comunista quería cobrarse un botín de guerra en pago por su colaboración con la República, pero nunca lo aclaró ni dio una explicación oficial. El resultado, nueve cargueros cambiaron de manos, entre ellos, el Juan Sebastián Elcano de Vicente, y 500 marinos fueron retenidos «sin haber sido juzgados ni condenados, sin tener delitos por los que tuvieran que cumplir una pena de cárcel. Solo eran detenidos administrativos», aclara a ABC García Santamaría.
La mayoría de estos marinos lograron regresar a España a lo largo de 1938, pero cincuenta de ellos renunciaron por el mismo temor a lo que pudiera pasarles en España, donde la guerra ya se estaba decantando del lado de Franco. Eran sindicalistas o habían estado afiliados a algún partido de izquierdas y preferían exiliarse a un país latinoamericano, pero Moscú vetó el traslado y los envió al gulag, donde fueron empleados como mano de obra esclava hasta su liberación en 1954. En algún caso, hasta 1956. «El reencuentro con la con la figura de mi abuelo ha sido un desgarro, porque al revisar la actuación de algunos partidos que consideraba cercanos a sus afinidades políticas, me llevé sorpresas por comportamientos que no esperaba. El PCE, por ejemplo, no se portó nada bien con estos marinos republicanos por el simple hecho de que no militaban en su formación, sino en sindicatos como CNT o UGT», explica el autor.
La detención ilegal
Al enterarse, efectivamente, algunos miembros del Comité Central del PCE exiliados en Moscú se negaron a reconocer que la detención había sido ilegal y fruto de la brutalidad del periodo estalinista. Tampoco existieron para el régimen franquista, que los consideró un grupo de desafectos a su causa, apátridas indeseables por los que no merecía la pena intervenir. «En la España democrática todavía está pendiente el merecido reconocimiento a estos compatriotas, pero tampoco debemos sustraernos al hecho de que la URSS tampoco los ha rehabilitado», subraya.
Pasaron por más de treinta campos de concentración en Odesa, Siberia, el círculo polar ártico y el actual Kazajistán. Hasta 1948, además, no les permitieron contactar con sus familias, que les dieron por muertos mientras ellos recorrían miles y miles de kilómetros en vagones hacinados como ganado. Los peores fueron los de Norilsk, donde los usaron para construir carreteras, poner el tendido del ferrocarril, realizar trabajos de limpieza y extraer níquel, carbón y oro de las minas. La jornada empezaba al amanecer con una caminata de casi dos horas por la nieve y no terminaba hasta las nueve de la noche, cuando emprendían el camino de regreso al campo hasta la medianoche. El toque de diana al día siguiente era a las cinco de la madrugada.
Nada más llegar a Norilsk en enero de 1942, la disentería adquirió proporciones alarmantes y los termómetros alcanzaron los 40 grados bajo cero. Como es lógico, los cuarenta marinos españoles que llegaron allí vivos no estaban acostumbrados a un clima tan extremo ni a esas duras condiciones de trabajo, por lo que fueron cayendo enfermos poco a poco. Las instalaciones eran tan precarias que no había médicos y, mucho menos, medicamentos. Prueba de ello es que los vendajes no se cambiaban hasta pasados diez o quince días. Allí murieron ocho de los republicanos.
Las notas
Según relataba Pitusa Sánchez-Ferragut, hija de uno de los marinos gaditanos de aquel grupo, «los días iban pasando y la gente moría en cualquier sitio: en el trabajo, en las letrinas, en las colas de la comida. En la gran hilera que se formaba delante de la ventanilla donde daban la sopa, algún cuerpo se quedó rígido y, al empujarlo el siguiente para que adelantara un puesto, veía como caía ya cadáver». Su padre, comentaba en una entrevista en ABC hace una década, «era muy reservado y tampoco habló de esa etapa de su vida». No obstante, cuando murió, encontró unas notas suyas con nuevos datos, como que apenas contaban con ropa de abrigo ni calzado adecuado. Tuvieron que recurrir a periódicos y cartones que se ponían en el pecho y trapos que se enrollaban en los pies, lo que no impedía la congelación de sus miembros.
Norilsk es todavía hoy uno de los lugares más inhóspitos del planeta, con fuertes vientos del extremo norte. Actualmente está cubierto de nieve 250 días al año y su temperatura media en enero y febrero es de 52 grados bajo cero. Los actuales trabajadores de las minas tienen tres meses de vacaciones al año y se pueden jubilar a los 45 para compensar el desgaste que sufren. Pues bien, en la década de 1940 todo era mucho más extremo y en los dos meses al año que no se pone el sol, alargaban sus jornadas. En los veinte años que operó, en el campo de Norillag de esa misma región murió medio millón de personas.
Después de Norilsk pasaron por Karagandá, el último campo de concentración en el que estuvieron internados, ubicado en lo que hoy es la República de Kazajistán. Se encuentra a 4.600 kilómetros al sur del polo norte y las temperaturas son más agradables: -30ºC. Allí murieron siete marinos más, antes de que se produjera la muerte de Stalin en 1953 y la URSS comenzara a desmantelar los gulags. La pesadilla acabó cuando, en abril de 1954, Vicente y varios de sus compañeros embarcaron en el Semíramis con destino a Barcelona.
«Mi tío fue a buscar a mi abuelo al Hospital Militar con una foto vieja en la mano por si no lo reconocía, pues hacía 17 años de la última vez que lo había visto. Se lo encontró en el pasillo, tranquilo y cabizbajo. Lo primero que dijo mi abuelo es que le llevaran a comprar unos zapatos y a comerse unas sardinas. También le preguntó por su hijo mayor. Le dijo que no había podido venir, pero al día siguiente tuvo que contarle que, en realidad, había muerto de tuberculosis. Fue ahí cuando se derrumbó», recuerda García Santamaría.
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