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ABC Cultural

Hedor, sexo y alquileres imposibles: la horrible vida de una meretriz en los prostíbulos de la Antigua Roma

En los 'fornices', identificados por un gran falo pintado de rojo y con habitaciones que se caracterizaban por la suciedad, había un tiempo limitado para llevar a cabo el coito

Los secretos de las prostitutas de la Antigua Roma para conquistar a sus clientes

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La prostitución en la Antigua Roma navegaba entre dos aguas. Por un lado, era vista como un mal menor necesario para que los jóvenes desfogasen sus más bajos instintos y dejasen tranquilas a las damas de bien; por otro, las meretrices contaban con una reputación pésima y eran consideradas, sobre el papel, como la «infamia» de la sociedad. El ejemplo más claro es que el grueso de estas chicas trabajaban en tugurios pestilentes a las órdenes de un proxeneta que esperaba, paciente pero iracundo, que acabara el servicio para que pasara el cliente siguiente. En la práctica, un minuto perdido era una moneda menos.

Los 'fornices' o 'prostíbulos' eran los edificios en los que se solía practicar sexo con prostitutas. Y no eran paraísos terrenales; más bien se correspondían con tugurios que se levantaban en los barrios más concurridos. La razón era sencilla: los propietarios podían obtener allí una clientela mayor al hallarse más cerca de su público objetivo. Todo ventajas... Los más populares estaban en el Subura, entre las colinas del Quirinal y Viminal. La zona poseía la peor fama de toda Roma, pues era el refugio de ladrones, de sicarios, de lanistas y, por lo general, de las meretrices de la más baja condición social.

Según dejó escrito Plauto en sus crónicas de época, en el Subura era posible «alquilar a las prostitutas más baratas» y se podía ver a padres prostituyendo a mujeres e hijas para sobrevivir. No era mucho mejor el Trastévere, en el mismo corazón de la urbe. Los historiadores confirman que allí estaban los peores 'fornices', los más sucios y hediondos. En los barrios más pobres había también pequeñas 'insulae' en las que habitaban las meretrices de condición social más baja y sin higiene. Su capacidad económica era tan escasa y los alquileres eran tan exagerados que compartían habitación con otras tantas compañeras.

Era muy sencillo hallar los prostíbulos en los barrios de Roma, pues los dueños ubicaban en sus puertas un gran falo de piedra que pintaban en tono rojo bermellón. Y es que, además de por las causas obvias, el pene erecto se consideraba un símbolo de buena suerte. El interior de los prostíbulos era repugnante ya que, además del mal olor, sus paredes estaban decoradas con pintadas obscenas hechas a mano por los clientes. Las prostitutas trabajaban en pequeñas 'cellae' o habitaciones donde recibían a los clientes. En la puerta de las mismas, el dueño podía poner el nombre de la meretriz, que solía ser falso, y su especialidad sexual.

Estas estancias, al igual que las exteriores, eran pintadas con escenas obscenas para poner 'a tono' a los clientes. En los lupanares reservados a la plebe, los más paupérrimos, las 'cellas' eran más bien cuevas o cavernas subterráneas abovedadas llamadas 'fornis'. Horacio, escritor de la época, afirma que estas estancias despedían un hedor nauseabundo que aquellos que pasaban por ellas llevaban consigo mucho tiempo después. El tiempo era limitado y controlado por un 'leno' o 'chulo'. Ejemplo de ello es la inscripción que se puede leer, todavía a día de hoy, en un lupanar de Pompeya: «Llegué aquí, follé, y regresé a casa».

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