Sanar «esta Europa que se derrumba»: el español que quiso impulsar la Unión Europea en 1543
Hace cinco siglos, un médico segoviano que cuidó a los principales reyes y papas de la época, reunió a la élite política, económica e intelectual del Viejo Continente para convencerles de que debían unirse para fortalecerse frente a los ataques externos
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Ahora que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha castigado a la Unión Europea con unos aranceles del 20%, y que todo el mundo se pregunta como debemos responder, no está de más mirar al pasado y recordar la época en la que ... el continente era un extenso territorio formado por países que apenas llegaban a acuerdos entre ellos para luchar contra los ataques externos. Retroceder quinientos años antes de que se creara la Unión Europea, cuando nadie soñaba ni de lejos con una comunidad parecida... ¿Nadie? Bueno, visionario que lo vio antes que nadie. Un español sin ir más lejos.
La presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, ha insistido en todas las formulaciones posibles que no ha sido la Unión Europea quien ha deseado la confrontación en materia de aranceles y que Bruselas ha privilegiado siempre la búsqueda de una solución negociada para las pretensiones de Estados Unidos. El martes, ante el Parlamento Europeo, Von der Leyen dijo que todavía confiaba en «una solución negociada», aunque también advertía de que en Bruselas «tenemos un plan sólido para tomar represalias, si es necesario». Ahora que Trump ha desvelado los aranceles que se propone imponer, se empiezan a conocer algunos detalles de los infructuosos intentos que se han llevado a cabo en estos últimos meses para intentar detener la marcha hacia la confrontación.
Cinco siglos antes también de que los Gobiernos de Calvo Sotelo, primero, y de Felipe González, después, comenzaran las negociaciones para la adhesión de España a la Unión Europea, un médico segoviano ya había clamado ante un buen número de príncipes y nobles enfrentados por una Europa unida donde todos colaboraran, trabajaran y se movieran en paz. Muchos siglos antes, incluso, de que se que se firmara el Tratado de París de 1951 que dio origen años después a la UE.
Su nombre era Andrés Laguna (Segovia, 1510 - Guadalajara, 1559). Era un humanista que, por deseo de ampliar su horizonte intelectual y dejar tras de sí los prejuicios hispánicos acerca de la limpieza de sangre, permaneció casi toda su vida fuera de España. Se formó principalmente en París y viajó por Francia, Gran Bretaña, Países bajos, Alemania e Italia, mientras traducía obras clásicas y publicaba tratados. Estaba claro que su visión del continente era lo suficientemente amplia como para defender aquella primitiva «Unión Europea» que, según dijo, favorecería a todos. Parecida a la de ahora, pero medio milenio antes. Uno de los mayores expertos en Laguna, el influyente hispanista Marcel Bataillon (1895-1977), lo definió como un «español europeísimo» en el libro 'Política y literatura en el doctor Laguna'. «Fue un pacifista convencido y, sólo en ese sentido, puede considerársele como un precursor de la Europa política de hoy», explicaba.
Conociendo el continente
Con 28 años, se encontraba todavía en España, moviéndose entre su Segovia natal, Alcalá de Henares y Toledo. En este último destino atendió a la emperatriz Isabel de Portugal durante su agonía. A esa edad decidió cambiar su residencia por Londres, mudarse a Gante para tratar después al Emperador Carlos V y, en 1540, trasladarse a Metz como médico reputado tras haber tratado al Rey Felipe II y a los Papas Paulo III y Julio III . Allí estuvo ejerciendo durante cinco años, en los cuales realizó algunas escapadas a Colonia en el invierno de 1543, durante las cuales pronunció y editó su 'Discurso sobre Europa'.
Fue el 22 de enero, tras ser invitado por la Universidad de Colonia a pronunciar una lección magistral en su aula magna. La sala estaba abarrotada de príncipes y nobles en una época de grandes tensiones entre ellos. Años de fracturas políticas y religiosas y de guerras fratricidas. Los meses antes de llegar a la ciudad se había dedicado a cuidar a los habitantes de Metz de la peste. Vivía el médico segoviano meses trágicos y no solo por ser testigo de esa terrible epidemia, sino porque un año antes de pronunciar su discurso, los príncipes cristianos habían vuelto a la lucha armada.
En 1542, Carlos V y Francisco I habían entrado en guerra tras romper la efímera tregua de Aigues Mortes que habían firmado cuatro años antes. El Emperador tenía ahora a Enrique VIII de Inglaterra como aliado, mientras que el Rey Francisco I de Francia se había unido a Solimán el Magnífico, para ocupar Niza y otros territorios. A esto hay que sumar, el mismo año, la guerra entre Países Bajos y Alemania a causa de la posesión del ducado de Güeldres, la cual había estallado entre el duque de Cleves y el Emperador. Por último, el conflicto en Italia, que se había ido extendiendo en los últimos tiempos.
Una Europa triste
Todos estos enfrentamientos fueron en los que Laguna basó su idea de una Europa triste, desagradable, en crisis y alzada en armas que había que subsanar con una unión. Como apunta Agustín Redondo, profesor de la Universidad Sorbona Nueva de París, en 'El Discurso sobre Europa del doctor Laguna, entre la amargura y la esperanza', «es verosímil que este contexto le empujara a reflexionar sobre el peligro que representaban tales situaciones de enfrentamiento, no solo para la cohesión del mundo cristiano, sino también para la vida social perturbada por los conflictos religiosos, los cuales podían desembocar en verdaderas guerras civiles».
Este catedrático experto en el Siglo de Oro se pregunta en el mismo artículo si fue el jurista Adolf Eicholtz, el mismo que le hospedó en su casa durante su estancia en Colonia, el que le empujó a pronunciar su discurso sobre Europa en un auditorio abarrotado por la élite política, económica e intelectual del continente. Sea como fuera, Laguna apareció en el aula magna de la Universidad de Colonia para lanzar su idea aquel 22 de enero de 1543 justo a las siete de la tarde.
El médico segoviano había escogido aposta una hora en la que ya se hubiera hecho de noche. La sala estaba iluminada por antorchas negras y revestida con telas oscuras. El objetivo era escenificar el luto que para Laguna representaba la situación que vivía aquella Europa resquebrajada y azotada por los conflictos. Fue entonces cuando aquel hombre nacido en una familia de médicos conversos judíos pronunció su premonitorio discurso, publicado poco después con el título de 'La Europa que miserablemente se atormenta y deplora sus desgracias'. Un texto de unas treinta páginas en el que dibuja el panorama desolador de un continente que necesitaba la paz y el trabajo en pos del bien común y contra las amenazas exteriores, tal y como podían ser los turcos.
La élite
Ante la atenta mirada de los príncipes y nobles europeos, Laguna hizo un llamamiento a la concordia, instándoles a reforzar los lazos culturales que les unían y olvidar las diferencias ideológicas y religiosas que les separaban. Nuestro protagonista hizo hincapié sobre las consecuencias negativas que este distanciamiento provocaba sobre la vida de las personas y el comercio. «Las guerras roban al pueblo, abruman a los buenos, incitan a los malos a crímenes tétricos y horrendos, acaban con las artes liberales, estorban el cumplimiento de las leyes, impiden el comercio y, finalmente, conceden a muchos amplia impunidad y licencia para el adulterio, el asesinato, el latrocinio, el perjurio, el incendio, la devastación y toda clase de atropellos».
Laguna señaló también con énfasis a los príncipes lo terrible de aquel momento en el que nadie puede expresarse con alegría. Para ello, el médico contó, a modo de metáfora, cómo se le presentó una mujer llorosa, triste, pálida y mutilada, con los ojos hundidos, extremadamente macilenta y escuálida a la que identificó con Europa. «No veas qué ensangrentada, vil, sórdida, andrajosa y miserable está la que en otro tiempo vencía al mismo sol con sus resplandores», comentó a sus oyentes, para preguntarles después: «¿Puede, acaso, resultarme agradable la vida mientras contemplo las ruinas de mis ciudades, la desolación de mis campos, los templos incendiados, los altares destrozados, las matronas prostituidas, las doncellas violadas, los adolescentes raptados, la sangre derramada?». Y a continuación lamentó la pérdida de sus ciudades más importantes: «¿Dónde está ahora mi Adrianópolis? ¿Dónde está la hermana mayor, jamás suficientemente llorada, mi dulce Constantinopla? ¿Dónde está Belgrado? ¿Dónde la floreciente Rodas?».
El dramático final del discurso dejó atónitos a los presentes. Se trata de una llamada a que concluya una guerra en la que los soldados solo se distinguen por el color rojo o blanco de su cruz. Para ello realiza una estremecedora enumeración de las calamidades que afectan a sus hijos, que son de toda edad y condición: «Tened compasión de esta Europa que se derrumba. Si no os conmueve mi luto, si no os dulcifica mi llanto, si no os suaviza mi lastimosa ruina, que nos mueva el gemido de vuestro misérrimo pueblo, de cuya sangre están rebosantes mis senos. Conmuevan vuestras entrañas los prolongados suspiros de las viudas que dondequiera andan llorando por sus maridos. Conmuévanlas los niños errantes de un lado para otro, cuyos dulces padres decoró una amarga espada. Conmuévanlas muchos padres piadosos que gimen privados de sus hijos».
El discurso
El 'Discurso sobre Europa' circuló por toda Europa a mediados del siglo XVI y todavía hoy sigue sorprendiendo a muchos autores por su validez. Es el caso de José Antonio Sacristán , que, en su obra 'Andrés Laguna, un científico español del siglo XVI', nos muestra al humanista como uno de los primeros intelectuales que fue capaz de mirar a Europa y clamar por su unidad hace más de 500 años. Un hombre que vio al continente no solo como un único territorio, sino también como un ente cultural y político construido sobre la tradición helénica clásica y el cristianismo.
A pesar de ello, tanto el episodio como su protagonista siguen siendo en la actualidad muy desconocidos, a pesar de que Cervantes lo citó en 'El Quijote'. A Laguna solo se le recuerda con una estatua en una plaza de Segovia, cuya cabeza fue arrancada por unos vándalos en 1999. Su figura fue homenajeada en 2013 con una lección magistral en la Universidad de Alcalá de Henares, de la que el humanista fue profesor en la primera mitad del siglo XVI.
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