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Siempre cuesta arriba

Siempre cuesta arriba

A Alberto Contador no le ha quedado más remedio. Ha tenido que ser escalador. «Mi hijo no nació con una cuchara de plata en la boca», dice Paqui, su madre. «Alberto nunca ha tenido el camino llano», repite su hermano Fran. Ni siquiera en el Tour. Debutó en 2005. Le gustó ese calvario. En 2006 no le dejaron participar. Pertenecía al Astana, heredero del Liberty, un equipo rechazado tras la «Operación Puerto». Ganó la edición de 2007, con sólo 24 años. Pero no pudo defender su título el año pasado. Otra vez, el Astana fue tachado (por los positivos de Vinokourov y Kasheshkin). Se consoló con los triunfos en el Giro y la Vuelta antes de regresar este año a París. De amarillo de nuevo. Contador es el primer vencedor del Tour que lo hace contra todo: frente a sus rivales y ante la hostilidad de su propio equipo. Siempre obstáculos. Tenía que ser escalador.

Con una hombrera. En casa de los Contador, en Pinto, había lo justo. Vida en literas. Cuatro hijos, uno de ellos con parálisis cerebral. «No podíamos darle todo lo que pedía». Y Alberto se inventaba sus juguetes. La primera bici le llegó cuando Fran, el primogénito, compró una y le dejó la suya. De segunda mano, como la ropa. Paqui cosió el primer culotte de Alberto. Fabricación casera. La badana era una vieja hombrera de chaqueta. Sobre ella deslumbró a todos.

El gran triunfo. «Mi triunfo más preciado no es el Tour, sino la etapa del Tour Down Under que gané en 2005», dice Contador. Nueves meses después de ser descartado por los médicos. Vivía sobre una segunda oportunidad. Más sufrieron aún cuando Alberto apareció en la primera lista de implicados en la «Operación Puerto». Fue liberado enseguida. Pero no es el ciclismo un deporte fácil para disipar dudas. «El Tour puede estar seguro de Alberto. No le traicionará nunca».

El primer Tour. El positivo por transfusión sanguínea de Vinokourov destartaló la carrera. El colmo fue la expulsión del líder, Rasmussen, justo después de la última etapa de montaña. Esa noche le dijeron a Contador que el maillot amarillo era suyo. Ganó de rebote, pero dejó la mejor subida al Peyresourde que se recuerda. Aquella traca de latigazos sobre el acorralado Rasmussen. Era un novato. Bruyneel, su director, prefería a Leipheimer. Fue su victoria más agónica. Gota a gota, segundo a segundo en la contrarreloj final ante Cadel Evans. Contador a cero. El inicio de una era.

El Giro y la Vuelta. El Astana era en 2008 un equipo apestado. El Tour le vetó. El Giro levantó la barrera a última hora y alistó al conjunto kazajo. Contador estaba de vacaciones en la playa, aún convaleciente de una operación bucal. Con las piernas a remojo, soportó el inicio de la carrera rosa; aguantó a Riccó y se colocó a rueda de Induráin en el palmarés del Giro. El segundo español en conquistarlo. El año pasado, Angliru incluido, completó el trío con el triunfo en la Vuelta. Con sólo 25 años.

Físico de Extremadura. Barcarrota es el pueblo de sus padres. El escenario extremeño de la infancia de Contador. Moreno, fibroso, de cadera estrecha, de hombros altos. El silbido: 1,75 metros y 61 kilos. Hecho para brincar. En subida y en contrarreloj. De tremenda ciclindrada. La mayoría no rebasa las 180 pulsaciones; él sobrepasa las 200. Corazón de niño, joven. Bomba de sangre. Limpia como pocos el ácido láctico, el veneno de los músculos. Siempre fresco.

Motor mental. Este Tour ha probado también el blindaje psicológico del madrileño. Aislado dentro de su equipo. Cuestionado por Arsmtrong. Ninguneado por Bruyneel... Contador calló. Aguardó y habló sobre la carretera. Para ser el líder del Astana tuvo antes que dejar sentenciado el Tour. Lo empezó a hacer en Arcalís y terminó en Verbier. Zis, zas. En dos subidas. Frente a todos los obstáculos. Tenía que ser escalador.

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