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Chiquillo y Calomarde

CUANDO la legislatura zapateriana camina a zurdos trompicones hacia su ocaso, el balance que presentan dos de nuestro parlamentarios ante sus electores valencianos, como es el caso del senador José

CUANDO la legislatura zapateriana camina a zurdos trompicones hacia su ocaso, el balance que presentan dos de nuestro parlamentarios ante sus electores valencianos, como es el caso del senador José María Chiquillo Barber (Valencia, 24 noviembre 1964) y el diputado Joaquín Calomarde Gramage (Valencia, 30 noviembre 1956), no puede ser más dispar, y en el segundo de los casos, disparatada del todo. Se podría resumir del modo más gráfico en una flecha que sube y otra que baja; en un claroscuro; un blanco y negro; una cara y una cruz. Y qué cruz, Calomarde, qué cruz! Chiquillo arriba, Calomarde abajo. El uno integrado ya en el Grupo Popular, el otro, en el Grupo mixto que es echadero de renegados y/o mindundis. Las respectivas trayectorias, por tanto, merecen ser puestas como ejemplo -para bien y para mal- de lo que debe ser el cumplimiento de la palabra dada y su desleal contrario.

Así, José María Chiquillo, elegido como independiente en las filas del Partido Popular, ha mantenido de un modo eficacísimo el compromiso de cooperación con el partido que le presentó, sin mengua alguna de su fidelidad al valencianismo del que procede, y en el que sigue siendo un referente frente el cainismo que parece haberse adueñado de los suicidados restos del regionalismo. Un pormenorizado estudio de todas y cada una de las propuestas de Chiquillo nos revelará su notable capacidad de iniciativa y trabajo. Lo mismo si se trata de intervenciones ante el pleno que en comisión, o en la presentación de preguntas orales o escritas dirigidas al Gobierno. La mera enumeración estadística de su actividad es larga y excede, con mucho, de los márgenes de un artículo de opinión.

Por parte de Calomarde hay que dejar anotado que la regularidad y frecuencia de sus iniciativas parlamentarias, lo mismo que su presencia física en el Congreso de los Diputados, está lleno de altibajos y contradicciones. Lo mismo pasa por ser un preguntón impenitente capaz de desbordar a los servicios de la cámara, que entra en una etapa de mutismo, absentismo y autismo que sólo se entiende en sintonía con los problemas personales por los que ha pasado y por los que ha sido enfangado y condenado.

La pasada semana supimos de la decisión del senador Chiquillo de estampar su firma en la tarjeta de afiliación al Partido Popular. La dirección regional del PP le había invitado a integrarse en sus filas como reconocimiento a su colaboración dentro y fuera del Senado. Una decisión cargada de lógica y coherencia que casi coincide en el tiempo, y se contrapone, con otra noticia protagonizada por el tránsfuga Calomarde. Éste ya ha hecho público que tiene decidido dar su voto al Gobierno de Rodríguezapatero haciendo posible con ello la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado. Manda huevos, que, al día de hoy, los Prepuestos puedan salir adelante por el voto de un ex diputado del PP que arrambló con el acta después de ciscarse en sus votantes.

Ignoro cuál es el futuro político-parlamentario de José María Chiquillo y Joaquín Calomarde, pero lo que no ofrece dudas es que, mientras Chiquillo es un personaje que se hace acreedor de respeto y afectos, el otro no pasa de ser un desleal a las siglas por las que fue elegido en varias convocatorias; un tránsfuga que de palabra y obra trata de hacer méritos ante el Partido Socialista, que ni por la más asombrosa carambola ni por la más favorable conjunción astral le llevará en sus listas.

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