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Calomarde, devuelve el escaño

NO conozco la identidad, ni tengo interés alguno en saberla y menos aún en desvelarla, de la señora madre de dos hijos que ha sufrido a lo largo de numerosos días, pero sobre todo de interminables

NO conozco la identidad, ni tengo interés alguno en saberla y menos aún en desvelarla, de la señora madre de dos hijos que ha sufrido a lo largo de numerosos días, pero sobre todo de interminables noches de sueño interrumpido, alterado y desvelado, las impertinentes llamadas telefónicas por las que ha sido condenado el todavía diputado valenciano Joaquín Calomarde al pago de 1.200 euros. Éste, que se ha declarado inocente, trató de excusarse diciendo que lo sucedido pudo ser una chiquillada de alguien de su familia. La Justicia no piensa lo mismo. Le condenó en juicio de faltas, atribuyéndole la autoría de las llamadas, muchas de ellas de contenido obsceno y/o irrespetuoso, y ahora la Audiencia ha ratificado la sentencia.

Calomarde, además de considerarse ofendido por la revelación del contenido de la sentencia, que no estará de más recordar que todas ellas son públicas, culpa de ello al que ha sido hasta ahora su partido. Si de algo debe ser culpado el PP es no de haber reaccionado con mayor prontitud y diligencia, porque una vez hecha pública la condena contra su diputado debió promover su inmediata y fulminante expulsión del partido.

Quienes, como es mi caso, en algún momento de nuestras vidas también hemos sufrido las frustraciones ajenas en forma de llamadas anónimas -¡y qué cobardes son!- unas veces silenciosas, otras con eructo incluido, no podemos dejar de mostrar tanta simpatía por la persona afectada y su familia como rechazo por la condenada. Lo padecido no puede ser considerado como una incomodidad doméstica, una falta aunque así lo consideren los tribunales, porque en realidad constituye toda una violación -brutal, despiadada y reiterad- de nuestro hogar e intimidad familiar. Mi felicitación, por tanto, a la señora que ha visto enjuagada con esa sentencia una mínima parte, al menos, del mal trato sufrido durante meses.

Dejo el asunto ya dilucidado en los tribunales de las «vejaciones injustas», por las que ha sido condenado Joaquín Calomarde Gramage, para referirme a un asunto sobre el que algún texto periodístico he producido, el de imperiosa necesidad de renunciar al escaño que recae sobre todo aquel diputado que decide abandonar la disciplina del partido que le incluyó en sus listas. En este caso se encuentra el mentado Joaquín Calomarde, que ha decidido ponerse el escaño por montera, arrimarse al grupo mixto, y garantizarse en el año que queda de legislatura unos sustanciosos ingresos, muy superiores incluso a los que venía percibiendo como diputado, reiteradamente ausente, del grupo popular.

Si bien craso fue su error de usar el teléfono como arma vejatoria, no lo va a ser menos su empecinamiento en mantenerse como usufructuario de un acta de diputado que sabe que no es suya. Lo que resulta insólito a los ojos de la ciudadanía, por muy curada que ya esté de toda clase de espantos, chanchullos y marrullerías, es que un condenado por los tribunales puede seguir sentándose, aunque en distinto escaño al que hasta ahora había sido testigo de sus reiteradas ausencias, en el hemiciclo del Congreso.

La estrategia de despiste diseñada por Calomarde, con el fin de aparecer ante la opinión pública como un «mártir» de la libertad de expresión a manos del PP, no le ha resultado efectiva. Fue efectista, eso sí, cuando rompió el boicot decidido por la cúpula popular contra el grupo de Polanco a raíz de las injustas imputaciones guerracivilistas hechas por su presidente, pero nada más. Por más que se siente estos días prohijado por aquellos medios de comunicación que no ocultan su hostilidad al Partido Popular, no debería olvidar que pasado mañana esos mismos medios lo arrumbarán, una vez el tránsfuga haya agotado su papel de 'tonto útil'.

Los artículos publicados por Calomarde en «El País» y en un diario digital, aunque densos, no son ni tan largos ni tan anchos como para taparle sus vergüenzas, que han quedado del todo descubiertas en una sentencia judicial. Y más que lo estarán cuando haga realidad la apropiación indebida un escaño que, en el caso de mantuviese un mínimo de dignidad, debería devolver hoy mejor que mañana.

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