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Zapatero no es Petronio

AUNQUE las encuestas indiquen lo contrario, algo debe de irles mal a los socialistas en la campaña de las autonómicas gallegas. El último mitin de José Luis Rodríguez Zapatero en La Coruña, en el pabellón deportivo de Riazor, fue un fracaso de público. Precipitadamente, para maquillar en lo posible el mal efecto de un líder náufrago en un mar de asientos vacíos, los organizadores colocaron unos telones negros para disimular el aforo del pabellón. Inútil. Las fotografías disponibles acreditan algo menos de un tercio de la entrada. Esas cosas no ocurrían cuando Francisco Vázquez era alcalde en la plaza de María Pita y son ahora, en la evidencia de una capacidad movilizadora muy inferior a la del PP, una señal clara de un PSOE incapaz de ilusionar a las mayorías. Las mismas mayorías que les votan por costumbre, por cansancio, por desinterés, por complejo o en aplicación de la teoría del mal menor.

El mitin, gran anacronismo en la era del poderío audiovisual, es un género difícil que les viene grande a los políticos en presencia. Tiene el efecto, ignoro si positivo o negativo, de excitar a los oradores -con perdón- en proporción inversa al éxito de su convocatoria. En esto, la abundancia genera placidez y sosiego mientras que la escasez invita al líder a desmelenarse para merecer la devoción de quienes, por estar allí, ya la tenían demostrada.

En La Coruña, Zapatero se desmelenó y, por si alguien albergaba alguna duda, acreditó ante los presentes que no es, al modo en que Tácito lo decía de Petronio, un arbiter elegantiae. Nada más lejos del leonés eso que muchos preferimos llamar estilo. Con los malos modos del peor de los raqueros y lejos de predicar el valor de su oferta, insistió en la mala calidad de la de sus adversarios. En el PP, dijo con muy poco garbo, «de líderes no andan muy bien».

En esa línea de ostentosa y zafia grosería, impropia de un presidente de Gobierno e inadmisible en quien tiene responsabilidades de Estado, Zapatero trató de ridiculizar a Mariano Rajoy con el navajeo argumental de la crisis que padece el PP. «Nada diré de Rajoy -dijo Zapatero para decir de Rajoy-; ya hay bastantes (...) esperando a ver cuándo le suceden». ¡Qué altura de miras, qué ideas tan sutiles, qué proyectos de futuro! Paupérrimo es un superlativo escaso para valorar el talante descortés de un Zapatero que resulta prodigioso por su éxito.

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