«Los actos de violencia tienden a perpetuar otros actos de violencia»

No parece John Irving (Exeter, New Hampshire, 1942) la clase de persona que se turbe fácilmente, pero sí que hay una cosa que parece inquietarle especialmente: la insistencia con la que los periodistas blanden el bisturí sobre sus novelas en un intento por diseccionar quirúrgicamente la realidad de la ficción. «Lo que me ha ocurrido a mí solo es interesante siempre que pueda utilizarlo en una novela de forma más sustanciosa», señala un autor que siempre ha defendido que, ante lo inverosímil de la vida real, las novelas han de resultar más creíbles y, en general, mejores.
Normal, pues, que, tras una docena de títulos y más de treinta años moldeando la realidad a su antojo, al autor de «El mundo según Garb» y «Una mujer difícil» le siga costando entender el empeño con el que otros se lanzan a descifrar sus textos buscando señales del pasado y migajas de autobiografía. «Existe la creencia de que si algo es verdadero será más interesante, pero dudo mucho que alguien le hubiese sugerido algo así a Shakespeare. Y tampoco creo que a Dickens le preocupase demasiado el tema», asegura el estadounidense, de paso por Barcelona para presentar su obra más reciente, «La última noche en Twisted River» (Tusquets).
De accidentes y finales
En ella, Irving recupera aquellas obsesiones que, como la familia, la niñez o los accidentes fatales, consiguen despertarlo a las cuatro de la madrugada, y las pone al servicio de Dominic y Danny, un padre y un hijo obligados a huir sin pausa del norte de New Hampshire tras una muerte, faltaría más, accidental. Así, el incidente inicial es la excusa de la que Irving se sirve para repasar cinco décadas de historia norteamericana, saltando de Boston a Iowa y de Vermont a Canadá y examinando concienzudamente el concepto de frontera. «Norteamérica ya no es un país de frontera, pero mucha gente todavía conserva esa mentalidad, y esta novela está escrita asumiendo que esa mentalidad está bien viva», explica el autor. A su lado, el también escritor Rodrigo Fresán le lanza preguntas que Irving devuelve transformadas en generosos monólogos sobre el arte de escribir libros o, más concretamente, sobre el peculiar modo que tiene de cocinarlos. «Empiezo cada uno de mis libros con la última frase. No empiezo hasta que no tengo completamente definida la hoja de ruta en mi cabeza. Y esta novela ha estado en mi cabeza durante casi veinte años», explica.
Y lo que Irving ha tenido en la cabeza durante las últimas dos décadas es una novela en la que el movimiento se mece al son del «Tangled Up In Blue» de Bob Dylan -«sabía que si escribía esta novela aparecería esta canción», reconoce- y en la que el arco temporal que va de 1954 a 2005 permite constatar que, como cree uno de los personajes y suscribe el propio Irving, «la civilización y el mundo se están deteriorando».
Sin lecturas políticas
Aun así, el autor no cree que «La última noche en Twisted River» sea, como se ha apuntado, el retrato de la imparable caída del imperio norteamericano. «Intento escribir sobre lo que sé, no sobre lo que puedo adivinar», apunta un autor que prefiere maniobrar por el pasado antes que lanzarse a especular sobre el futuro. No hago una novela para predecir el futuro -señala-. Lo mío es mirar hacia atrás para ver cómo se ha comportado el ser humano».
Y de este atento examinar el comportamiento del ser humano en general y del ciudadano norteamericano en particular, Irving ha acabado concluyendo que «los actos de violencia tienden a perpetuar otros actos de violencia, algo que cultural e históricamente forma parte de una cultura de frontera, que es lo que es Norteamérica».
Dicho esto, Irving insiste en señalar que, a pesar de abarcar acontecimientos como la guerra de Vietnam o el 11-S, «La última noche en Twisted River» no es una novela política. Es más: el estadounidense sólo reconoce como políticas dos de sus obras, «Oración por Owen» y «Las normas de la casa de la sidra». «Cuando en estas novelas se habla de temas como la guerra de Vietnam o el aborto, los protagonistas hablan por mí», reconoce.
No ocurre lo mismo, sin embargo, en «La última noche en Twisted River», donde la historia se convierte en poco más que un telón de fondo ante el que desfilan los personajes. «Es imposible ambientar una novela en esa época y que los personajes no sepan nada del 11-S o de la administración Bush, pero en este libro los personajes son más importantes que los acontecimientos», reconoce Irving.
Mientras tanto, una nueva novela empieza a perfilarse en su cabeza a partir de los recuerdos que conserva de la época que pasó entre bastidores de un teatro de pueblo en el que su madre trabajaba como apuntadora.
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