Iwo Jima: una batalla, dos historias
Quizá solamente Clint Eastwood, con sus impecables credenciales conservadoras, se pueda permitir con éxito esta clase de lujos revisionistas y pacifistas. Después de haber protagonizado personajes

Quizá solamente Clint Eastwood, con sus impecables credenciales conservadoras, se pueda permitir con éxito esta clase de lujos revisionistas y pacifistas . Después de haber protagonizado personajes genuinos de esa violenta mitología tan americana entreverada de forajidos del Lejano Oeste y policías más o menos escrupulosos -y ya convertido desde hace tiempo en una especie de versión corregida y actualizada del legendario John Ford- Eastwood se atreve ahora a repasar la historia de la Segunda Guerra Mundial en el Pacífico con dos espectaculares películas: «Banderas de nuestros padres» , que hoy se estrena en España, y «Cartas desde Iwo Jima», bendecida por la crítica como «oscarizable».
Con esta comentada doble salva de largometrajes, estrenados sucesivamente en las grandes pantallas estadounidenses, Eastwood, en su aclamada reencarnación como director de apreciadas películas, ha asumido el reto de contar la misma batalla decisiva y brutal de Iwo Jima tanto desde el lado de sus compatriotas como desde la perspectiva de los japoneses. Un enemigo que dentro del repertorio bélico de Hollywood ha sido habitualmente distorsionado y presentado en una caricatura de maldad y perfidias inexplicables.
El ambicioso proyecto con diferentes estudios ha resultado especialmente meritorio, ya que la lucha por Iwo Jima es considerada en Estados Unidos como una de sus gestas militares más gloriosas. Inmortalizada por la instantánea de un grupo de «Marines» izando la bandera de las barras y estrellas sobre el monte Suribachi. Y sin que haya mucho apetito, especialmente en tiempos bélicos como el de Irak, para poner en duda los méritos y sacrificios de ese capítulo trascendental en la historia de la Segunda Guerra Mundial. Pero Eastwood ha asumido este riesgo con brillantez.
«Banderas de nuestros padres» , la primera parte de este binomio cinematográfico rodado en Islandia y Los Ángeles, se centra en la histórica fotografía de los soldados sobre el monte Suribachi. Imagen capturada casi fortuitamente por el fotógrafo Joe Rosenthal pero convertida en una de las referencias visuales obligadas para la historia del siglo XX, además de inyección de moral para Estados Unidos en la recta final de lograr la rendición incondicional de sus enemigos en la II Guerra Mundial. Aunque para Clint Eastwood, la foto es una oportunidad para realizar una apreciable «deconstrucción» cinematográfica de la propaganda y el heroísmo.
Para este primer largometraje, con el respaldo de DreamWorks y Paramount, Eastwood se ha inspirado en el best-seller escrito por James Bradley, cuyo padre -John Bradley- fue uno de los tres supervivientes del grupo de soldados encargado de izar la bandera al quinto día del desembarco en la volcánica isla de Iwo Jima, dentro de una batalla que tardaría en saldarse cinco semanas más con astronómicas bajas por ambos bandos. Y cuyo coste facilitó en Washington el razonamiento de utilizar la bomba atómica para lograr la victoria sobre Japón.
Azules, grises y marrones
«Banderas de nuestros padres» se centra en los avatares de Bradley, interpretado por Ryan Phillipe, y sus dos accidentales compañeros de fama: el torturado y alcohólico nativo americano Ira Hayes (Adam Berach) y el superficial René Gagnon (Jesse Bradford). Con una cinematografía de azules, grises y marrones, Eastwood avanza más allá de las versiones tópicas del heroísmo guerrero presentadas en buena parte por el cine de Hollywood con la inestimable ayuda de John Wayne en «Las arenas de Iwo Jima». Aunque Eastwood no abandona por completo temas como la victoria contra todo pronóstico, hermandad bajo el fuego enemigo o sacrificio por una noble causa.
Con diferencia, la parte más apreciada y revolucionaria de esta doble entrega de Clint Eastwood es «Cartas desde Iwo Jima», que presenta la misma batalla que «Banderas de nuestros padres», pero desde el punto de vista japonés. El segundo largometraje, ya estrenado en algunos cines de Estados Unidos para cumplir con los requisitos de los Oscar, ofrece una visión claustrofóbica de los defensores de la isla al mando del teniente general Tadamichi Kuribayashi (Ken Watanabe), un brillante militar educado en Estados Unidos y al que se le encarga la defensa de Iwo Jima para evitar que el enemigo se haga con un privilegiado punto de ventaja para lanzar ataques aéreos contra Japón.
Realizada en japonés y con el patrocinio de Warner Brothers, «Cartas desde Iwo Jima» también pone en cuestión la narrativa aceptada hasta ahora sobre la guerra del Pacífico. Con el mérito de haber sido recibida en Japón con críticas superlativas a pesar de que sus soldados son presentados como una humanizada mezcla de valientes, bestias y asustados. Una aislada guarnición de unos 22.000 militares del Ejército imperial japonés que lucharon hasta la muerte antes que rendirse ante la superioridad de las fuerzas anfibias de EE.UU. Contingente de «Marines» que antes de conquistar la isla acumularon más de seis mil bajas mortales y casi 18.000 heridos en buena parte por las letales tácticas aplicadas por el general Kuribayashi
Al presentar sus «Cartas» en Tokio, Clint Eastwood -desde los años noventa embarcado en un premiado proceso de revisión de su propia leyenda- ha llamado la atención al hablar de que en esta aventura cinematográfica su objetivo principal ha sido presentar la futilidad de la guerra. Según el septuagenario cineasta, «no se trata de no defender nuestros países, pero creo que se puede decir a una generación joven, aquí o en cualquier sitio, que debe haber una mejor forma de vivir que enviar a muchachos de 18 años a morir en algún lugar lejano». Dejando claro que la gente que critica su poco tópica aproximación a Iwo Jima no son precisamente los veteranos que lucharon por esa isla.
Curiosamente, el cine japonés nunca se ha explayado con generosidad sobre la figura del general Kuribayashi o su dramática batalla final. Cuestiones que habrían quedado solapadas entre el trauma pacifista sufrido por Japón tras la II Guerra Mundial. Un trauma que está empezando a desaparecer con debates sobre las responsabilidades, el patriotismo y las capacidades militares de Japón en el siglo XXI, sin perder de vista todos los recelos entre sus vecinos asiáticos por la forma selectiva en que Tokio recuerda su imperialismo. Para Eastwood le ha resultado increíble que todos los actores japoneses que han participado en «Cartas desde Iwo Jima» desconocieran lo que ocurrió en esa isla en febrero de 1945.
Eastwood, un realista
Entre ecos de lo que está ocurriendo en Irak, Eastwood insiste en que él no es un pacifista, sino más bien un realista muy reluctante al uso de la fuerza a pesar de su notoria ligereza de gatillo en la saga de Harry «el sucio». Poniendo incluso en tela de juicio los argumentos idealistas de democratización utilizados por la Administración Bush para justificar el uso de la fuerza en Irak. Al pasarse la cota de tres mil soldados del Pentágono muertos en el teatro de operaciones iraquí, Eastwood reconoce haber hecho demasiadas películas que han glorificado la violencia. Y admite que existe un paralelismo básico con la actualidad: «Todas las guerras son iguales: se le pide a gente joven que luche y sus madres reciben cartas diciendo que sus hijos han muerto». Mientras resuena con tremenda ironía una línea del guión de «Cartas desde Iwo Jima» atribuida al general Kuribayashi: «Toda esta guerra puede ser inútil pero estamos aquí para hacerla y tenemos que hacerla».
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