'Adolescencia', de netflix
Una experta en bullying advierte: «La adolescencia no es un thriller, es una oportunidad»
Entrevista con Nora Rodríguez, pionera en el estudio de la violencia escolar y creadora del programa antibullying L.A.Z.O.S, enfocado en el cerebro social y el liderazgo docente
Adolescencia': las razones de dos expertas en salud mental para ver con tu hijo (o no) la serie de moda

¿Es necesario y positivo que la película 'Adolescencia' se proyecte en todos los colegios de Reino Unido? ¿Y que en España la vean los atribulados padres con sus hijos, en la intimidad del hogar? La respuesta de una indignada Nora Rodríguez, pionera en el estudio de la violencia escolar y creadora del programa antibullying L.A.Z.O.S, enfocado en el cerebro social y el liderazgo docente, es «rotundamente no».
Porque, a juicio de Rodríguez, «los jóvenes que se sienten ansiosos por no conseguir lo que creen que les corresponde acaban encontrando en el imaginario cultural su espacio, en un cóctel peligroso: violencia y fama. No olvidemos que el cerebro adolescente, como el de todos y cada uno de nosotros, es esencialmente moldeado por la cultura en la que está inmerso».
La serie «Adolescencia» retrata a un joven de 13 años asesinando a una compañera. ¿Qué análisis le merece esta ficción?
Nora Rodríguez: Es un producto cinematográfico hábil, pero peligroso. No explora la complejidad del cerebro adolescente, sino que mercantiliza el miedo parental. La pregunta que se mantiene en la cabeza del espectador —«¿por qué lo hizo?»—, en lugar de ver con claridad cómo se enmarcan todos los mensajes en estereotipos: redes sociales tóxicas, misoginia, aislamiento, reduciendo a los adolescentes a villanos racionales potencialmente peligrosos.
Además, reafirma sesgos que simplifican problemas multifactoriales: la reducción de la violencia a influencias digitales, la simplificación de la radicalización como un proceso lineal («consumo de contenido tóxico igual crimen»), la generalización de la cultura incel como monolítica, sin matizar que existen grados dentro de estas comunidades y foros como IncelExit, para quienes buscan salir de ella. También refuerza la culpabilización unilateral de los padres, tratándolos como meros espectadores, y vincula la violencia de género casi exclusivamente a adolescentes varones, omitiendo que el machismo es un problema estructural. Lo más elaborado —y difícil de ver— es la promoción del pánico moral generacional al mostrar el crimen de Jamie como un evento inevitable en la era digital, alimentando el miedo hacia los 'jóvenes conectados';. Todos estos elementos desvían la atención de la necesidad de activar soluciones sistémicas, con reformas educativas y políticas de inclusión, ignorando que su cerebro está en plena reconexión biológica. Es como filmar un terremoto y culpar al suelo por temblar.
¿Qué omite la serie sobre el cerebro adolescente?
Todo lo esencial. Entre los 12 y 25 años, el cerebro experimenta una tormenta perfecta: la amígdala —centro emocional— y el núcleo accumbens —relacionado con el placer y la recompensa— maduran rápido, mientras que la corteza prefrontal —control ejecutivo— va a ritmo glacial. Como explica Sarah-Jayne Blakemore, esta asincronía les permite adaptarse a entornos nuevos, tomar riesgos y forjar una identidad. La serie muestra a Jamie Miller como un psicópata calculador, cuando un cerebro adolescente ante el estrés extremo suele colapsar, no planificar. La pregunta que necesitamos hacernos los adultos es desde dónde «preferimos» entender.
Usted menciona en sus libros que «la adolescencia es la gran oportunidad evolutiva, y que deberíamos honrarla«. ¿Podría desarrollarlo?
Jay Giedd, pionero en neuroimagen adolescente, lo demostró: esta etapa es una segunda ventana crítica de plasticidad cerebral. Las conexiones neuronales se podan y refuerzan según las experiencias. Si un joven recibe estímulos éticos, empatía y desafíos intelectuales, su cerebro se cableará para la cooperación. Si solo encuentra cinismo y aislamiento digital, priorizará la supervivencia emocional. La paradoja es que hoy, en plena revolución tecnológica, les entregamos dispositivos sin enseñarles a usarlos. Les damos un Ferrari sin volante.
La serie culpa a las redes sociales de corromper a Jamie. ¿Qué opina?
Es simplista. Las redes son un espejo de la sociedad: amplifican lo bueno y lo oscuro. El problema no es TikTok, sino la soledad digital. Un estudio del Instituto de Tecnología de Massachusetts, en 2022, advertía que los adolescentes pasan 7 horas diarias frente a pantallas, pero solo 12 minutos hablando con sus padres. ¿Cómo esperamos que desarrollen empatía si su principal interlocutor es un algoritmo? La serie retrata las redes como un virus, pero no muestra que Jamie, en vez de matar, pudo hallar en ellas comunidades de apoyo… si alguien le hubiera enseñado a buscarlas.
¿Los padres son víctimas o cómplices en esta crisis?
Ni lo uno ni lo otro: son parte de un sistema resquebrajado. Laurence Steinberg lo dice claro: «La adolescencia exige más presencia parental, no menos». Pero hoy, muchos padres suben fotos de sus hijos a Instagram antes de que caminen, creándoles una identidad paralela, digital, y sin su consentimiento. Luego, a los 13 años, les exigen privacidad repentina. Es esquizofrenia educativa. No podemos satanizar su mundo online si los adultos lo normalizan desde su cuna. Desde muy pequeños entienden que en ambos mundos la vida es equivalente.

En la serie, los padres de Jamie parecen desconectados. ¿Qué haría usted en su lugar?
El ABC de las acciones concretas: a) Negociar pantallas con límites claros: nada de dispositivos en la habitación tras las 22:00, la luz azul altera la melatonina, empeorando su inestabilidad emocional. b) Crear rituales analógicos en familia, como cenas sin celulares y un paseo semanal para compartir lugares y conversaciones; la corteza prefrontal se ejercita con la conversación cara a cara. c) Hablar de emociones, no de conductas: en vez de «¿Por qué subiste ese video?», preguntar «¿Qué sentiste al hacerlo?»: la ciencia demuestra que nombrar emociones reduce la impulsividad.
La ficción muestra a Jamie consumiendo contenido incel. ¿Está creciendo esta circunstancia?
Sí, pero no como un monstruo externo: es el síntoma de una sociedad que falla en ofrecer modelos de masculinidad sana. Los incel no nacen, se hacen. Cuando un chico de 13 años solo encuentra validación en foros que glorifican la violencia, es porque nadie le ha dicho: «Tu valor no está en tus seguidores, ni en tu cuerpo, sino en cómo tratas a los demás». La serie, en vez de criticar esta pedagogía tóxica, la usa como efecto dramático para generar más miedo al secretismo adolescente.
¿Hay algún modo de evitar el pánico moral que genera la serie?
Recordando que los adolescentes son la generación más preparada técnicamente y la más hambrienta de dar sentido a tantas facilidades. Su cerebro flexible es ideal para eso. En lugar de temerles, debemos darles herramientas para liderar el cambio. ¿Cómo? Incluyéndolos en decisiones familiares, escuchando sus soluciones para temas como el acoso escolar, celebrando su activismo climático.
¿Un buen rol también para las escuelas?
Urge pasar de las charlas antitabaco a enseñarles neurociencia básica, para que se comprendan mejor y sepan que tienen en su cerebro la mejor tecnología, el mejor wifi biológico. Que un alumno sepa que su irascibilidad matinal se debe a que su reloj biológico está desincronizado con el horario escolar, como demuestran los estudios de la Universidad de Oxford, les permite autorregularse. Y los profesores deben entender que un adolescente desconcentrado no es un vago, sino un cerebro sobrecargado de cortisol por la presión social.
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Para cerrar: ¿qué le diría a un padre aterrado tras ver 'Adolescencia'?
Que la violencia no es un destino, sino un grito de auxilio mal canalizado. Se trata de estar atentos, no de vigilancia, y sí de conexión. Y que, si algo debemos temer, no es de la adolescencia, sino de un mundo donde los adultos desconocen si deben guiarlos. Como escribí en Educar para la Paz: «La mejor vacuna contra la crueldad no es el control, sino el sentimiento de pertenencia». Jamie Miller no nació siendo un asesino: se convirtió en uno cuando todos dejaron de verlo como alguien por salvar.
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