Aprender jugando: Cuando la arquitectura multiplica el aprendizaje
Transformar el diseño de las escuelas potencian la curiosidad y creatividad innatas del alumno
¿Por qué es tan importante adaptar los espacios de un colegio a su modelo educativo?

¿Por qué no abrir el aula, dar un poco más de libertad a los niños y permitir que los que necesiten menos acompañamiento salgan de clase y se sienten en cómodos sofás en el pasillo? ¿Por qué no dar oportunidad a otros estudiantes de tener menos interrupciones y poder concentrarse mejor? ¿Por qué no dejar espacios a los alumnos para explorar y expresar sus ideas creativas?
Estas fueron las preguntas que llevaron a la artista visual y arquitecta Rosan Bosch, autora del libro 'Aprender jugando, diseñar para la incertidumbre', a utilizar el poder del diseño en los colegios, sabedora de que la forma de nuestro entorno físico afecta a nuestro comportamiento en un grado mucho mayor de lo que se pensaba hasta ahora.
A su juicio, «los edificios en los que vivimos, trabajamos y aprendemos influyen directamente en nuestra salud y bienestar, en la forma de relacionarnos con otras personas y en nuestra capacidad para aprender, sentando las bases de cómo nos relacionaremos con el mundo en nuestra vida adulta».
Esta holandesa, residente en Dinamarca, llegó a esta reflexión durante la escolaridad de sus hijos, que «perdieron la motivación, las ganas de abrazar la vida, o de comenzar proyectos imposibles sobre cómo medir la distancia hasta el sol. Dejaron de querer ir al colegio».
Todo el mundo, asegura esta experta diseñadora, «nace con una curiosidad innata, creatividad, imaginación e inquietud por aprender». Lo que ocurre es que la escuela, asegura Boch, «mata la creatividad, en parte porque deja fuera el concepto de jugar, que queda limitado a actividades de disfrute y ocio». Y en lugar de aceptar las maravillosas cualidades y posibilidades que nos ofrecen las actividades lúdicas, prosigue, «tratamos de implantar una cultura de control en la escuela, obligando a los niños a aprender los conceptos predeterminados en el plan de estudios y a dejar de jugar».
Control de los estudiantes
Esto se ve reforzado Incluso la arquitectura de los colegios, advierte Bosch, «que es la misma que en los hospitales y las cárceles. Tienen una distribución rígida, constituida por una sucesión de aulas-contenedor nada inspiradoras. Estas clases convencionales están diseñadas para controlar y desactivar a los estudiantes, y esto es un grave error».
e hecho, explica esta experta, «la comprensión del conocimiento, el pensamiento crítico, el ejercicio y la mejora de las habilidades son procesos basados en las emociones que requieren espacio para que el individuo busque sus propias ideas de manera activa. El proceso de aprendizaje consiste en activar a los alumnos».
Su novedosa apuesta viene a reforzar ese «cambio de paradigma» y pasar de la apuesta que preserva la mentalidad inquisitiva de los niños a la de aprender cosas nuevas y adquirir otras habilidades, jugando. Es un cambio completo, de una escuela tradicional que viene de la época industrial, donde se aprendía de la página 1 a la 10 y se sacaban unas determinadas notas a una donde se aprenda jugando y se fomente la motivación».
Porque, reflexiona, «¿qué quieres para tu hijo, que saque buena nota o que tenga habilidades para la vida? No digo que las notas no sean importantes, pero no enfocarnos demasiado en un número que después no vuelves a ver jamás».
Marco del diseño
Para ello, asegura esta diseñadora, «la disposición de las clases del siglo XXI, el marco de diseño físico, es esencial». De hecho los entornos que diseña «permiten al profesor y al niño elegir su propia trayectoria de aprendizaje. Esto es lo fundamental». En realidad los espacios diferenciados, aclara, suponen un empoderamiento del alumno pero también suponen un cambio de chip. Es una manera de romper un poco con el sistema».
Los espacios físicos, apunta Bosch, «se pueden usar y combinar de muchas maneras, creando distintas secuencias espaciales que permiten a los docentes planificar y desarrollar una cultura de aprendizaje que deja espacio para el desarrollo individual de cada estudiante.
De esta forma, «si un niño necesita más concentración se mete en los espacios 'cueva' o se recuesta en un sillón acogedor. Si necesita estar solo, se mete en pequeñas habitaciones para la reflexión. Si quiere comunicar, busca la 'cima de la montaña', lo que le coloca en una posición de transmitir la información al grupo… Este cambio en el diseño del espacio físico invita al intercambio, a moverse de una forma diferente».
En su equipo trabajan profesores, sociólogos, filósofos, pedagogos, arquitectos, expertos en comunicación, de lo digital… «Porque también cómo nos enfocamos en el impacto de las pantallas sobre el desarrollo infantil. Es algo que no podemos obviar. Nuestros hijos viven en el mundo y ven ambas cosas como una misma, no como dos entes separados».
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El mundo, concluye, «está experimentado cambios muy fuertes que hay que ver desde todos los puntos de vista pero hay una cosa fundamental que se refleja mucho en el diseño. Creo que para poder motivar, poder desarrollar las habilidades de aprendizaje necesarias, se tiene que diferenciar el entorno físico y también el papel educativo», insiste.
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