Cuando Madrid fue la «capital de la muerte» por sus chabolas insalubres
HISTORIAS CAPITALES
Miles de personas se hacinaban, y las epidemias se sucedían a finales del siglo XIX y comienzos del XX
La epidemia que asoló Madrid en 1909 e infectó hasta a su alcalde

Las llamaban 'chozas' y no eran sino chabolas mal construidas y donde se hacinaban miles de personas, llegadas desde todos los puntos de la España rural en busca de una mejor vida que, por desgracia, no siempre encontraban. Las últimas décadas del siglo XIX ... y las primeras del XX fueron especialmente negras en Madrid, que vivió una avalancha de llegada de personas sin medios materiales y con muchas necesidades, que se fueron amontonando en los barrios extremos, sobre todo en el sur y el oeste de la ciudad, formando poblados insalubres donde las enfermedades se hicieron fuertes. Hasta tal punto, que en la prensa se conocía a Madrid como «la capital de la muerte».
En efecto, tanto los medios de comunicación como numerosos estudios referidos a esa época hacen hincapié en las malísimas condiciones de vida en la que pasaban la suya decenas de miles de vecinos, en condiciones totalmente insalubres y antihigiénicas. Y en las que no es extraño que proliferaran todo tipo de contagios: epidemias como las de viruela o tifus se hicieron recurrentes, y costaban la vida a miles de personas durante décadas.
Y si algo desata una epidemia es el miedo. En este caso, se reflejó en el rechazo hacia esas barriadas y sus habitantes. Y en campañas numerosas en los medios de comunicación en las que se exigía a los poderes públicos tomar cartas en el asunto, y acabar con estos reductos chabolistas.
El problema es que, en general, la solución a que se llegó fue la de derribar estas chozas allá donde estaban, pero sin facilitar a sus habitantes ninguna otra alternativa de vivienda. Con lo cual, el problema únicamente se trasladaba, hasta el nuevo asentamiento que levantaban como podían para volver a tener un techo. En las mismas pésimas condiciones anteriores, y con los mismos resultados a nivel de salubridad.
Si atendemos a los documentos de la época, había este tipo de chozas en Magallanes, Vallehermoso, Casa de la Higuera, las Vistillas, el arroyo de Embajadores, Peñuelas, La Alhóndiga, el barrio de Las Injurias o Cambroneras, sólo por citar algunos de los núcleos que las reunían. Según datos del Laboratorio Municipal de Higiene de 1910, para entonces eran unas 2.000 las que existían en Madrid, y albergaban en torno a 10.000 personas. En 1929 la cifra que se manejaba ascendía ya a 3.000 chozas y unos 25.000 habitantes en las mismas. Casas levantadas con adobe y techadas con chapas finas, por supuesto sin agua corriente, sin ventilación adecuada, y a menudo sobreocupadas por decenas de personas que se agolpaban en ellas sin las mínimas condiciones. Cualquier enfermedad que caía allí acababa, inevitablemente, por extenderse por contagio directo de una forma rápida.
Las cifras de incidencia de las epidemias en estas zonas deprimidas era terrible y absolutamente desproporcionada con respecto al resto de la ciudad. Lo reflejaban los periódicos: en la 'capital de la muerte, la tuberculosis mataba a 1.500 personas al año, en sarampión a 400 y el tifus a 200. Las crisis sanitarias se sucedían unas a otras. Las investigaciones médicas al respecto confirmaron que estaban relacionadas con estas barriadas hiperpobladas y muy deprimidas.
Trabajos médicos como los del doctor Felipe Hauser mostraban a las claras cuán amenazante era vivir cerca de estos espacios de alto riesgo para la salud. Los alcaldes tomaban medidas higiénicas y de limpieza, pero nada cambiaba en la forma de vida de los habitantes de las chozas, que seguían sin agua, sin espacio y sin urinarios, por lo que los problemas continuaban. En una conferencia de la Sociedad Española de Higiene, en 1910, presidida por José Canalejas, se llegó a hablar de «casas homicidas».
La presión popular y las campañas de prensa insistieron en clamar por soluciones, que terminaron siendo el derribo y destrucción de estos barrios, a veces incluso mediante el fuego.
Un ejemplo de la manera en que se vivía en estas zonas es la descripción que el cronista de ABC hace del barrio de Las Injurias: «En una hondonada, a la izquierda del puente de Toledo, existe un grupo de humildísimas viviendas», compuesta de «unas 50 casas, desprovistas de condiciones higiénicas y en cercana vecindad con los gérmenes palúdicos del río y los mismos del Depósito judicial de cadáveres». Sus habitantes, «unos 150 vecinos, la mayoría de los cuales son obreros y pobres de solemnidad. El alquiler de los cuartos de estas fincas suele ser de 25 céntimos de peseta diarios, y su abono se hace al día».
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Merece destacarse en esta historia el papel de quienes se esforzaron por mejorar aquellas condiciones terribles de vida. Como ejemplo de ellos, el farmacéutico e higienista César Chicote, director del Laboratorio Municipal madrileño de 1898 a 1932, y que «desde él salvó muchas vidas de las epidemias que asolaron Madrid», según reza la placa en su honor colocada en la calle Bailén, 41, donde tuvo su sede en tiempos esa institución. Chicote organizó el Servicio Municipal de Desinfección Gratuita de Viviendas que acudía cuando había en ellas enfermos de tifus, difteria, escarlatina, sarampión, viruela o cólera. Preparó la vacuna contra el tifus desde 1911, ensayada con el personal del laboratorio.
Trabajó con coraje en la vigilancia de los alimentos perecederos en los mercados y en las adulteraciones de los comestibles. sacó a la luz los problemas de habitabilidad en los barrios bajos, denunciando sus insalubres hacinamientos (en 15 casas había hasta 6.235 personas concentradas), y sobre todo, se implicó personalmente y contagió a su equipo en ello, para luchar por la salud, recorriendo los suburbios vacunando a la población.
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