La estatua maternal vandalizada alumbra de nuevo al madrileño distrito de Moratalaz
Salvador Amaya, el escultor de batallas, reconstruye el monumento de su padre, Marino Amaya, uno de los iconos del barrio, y rememora su historia familiar y la de la obra
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Hay que imaginar los comienzos de Moratalaz, antes de que Pedro Almodóvar fijara allí su cortijada de musas fílmicas. Hay que pensar en un Madrid que se abre, que se está abriendo hacia el infinito en un paisaje de dehesas, en una ... plaza que entonces no se podía llamar como tal porque solo se oían las chicharras y los ruidos de una grúa. Y en la plaza (antes Pablo de Garnica, hoy de El Encuentro) surge una estatua con un programa iconográfico que debiera pesar en todo el Urbanismo mundial, aquí con mayúsculas: el que pone a la madre en el centro de todos sus afanes. Hay que retrotraerse a la década de los 60 cuando la promotora Urbis encarga a Mariano Amaya una escultura representativa para un barrio que en muy poco iba a llenarse de vida. De arte. De niños.
Amaya, escultor leonés, usó su particular concepto de los volúmenes para crear, en piedra, el milagro de la maternidad, un crío corriendo hacia los brazos de quien lo parió. Pasó el tiempo de los hombres y el tiempo preciso de las estatuas, que fue tema que escribió Gloria Fuertes. Y la estatua, como es triste tradición en España, fue vandalizada, destruida, con los restos conservados en la sede de la Junta Municipal de Distrito.
En esta historia corren varios veneros: el burocrático, el artístico, y el sentimental. Todos ellos han convergido en que Moratalaz cuente, desde el pasado martes, con una réplica de la obra 'El encuentro', moldeada en bronce, que es materia que tiende a la eternidad.
La réplica 'no es una réplica' de su padre, sino fruto del cariño creativo de su hijo, Salvador Amaya, que aún se emociona desde que en pleno, la Junta de Distrito 'le' concedió sin peros esta resurrección que es, en él, una muestra de cariño retrospectivo a la misma sangre, a parecidas gubias y a aprendizajes mutuos. Recuerda Salvador ver a su padre en esa «furgoneta Sava cargada de esculturas y pedestales de hierro». El duro bregar del artista con el que «mantener los gastos de la casa». Porque, como remarca el heredero, no es la escultura «un arte popular ni excesivamente apreciado en España».
Con todo, ahí queda la lección principal que Salvador aprendió de su padre, y que era nada más y nada menos que «hiciese lo que más le gustase», y él, especialista en historia militar, siguió el consejo con esculturas marciales que visten Madrid del pasado bélico. Recrear una obra tan sentida de su antecesor, la de 'El encuentro', le lleva a evocar los momentos donde la música callada del cincel los envolvía. Un taller en Carabanchel, donde se crió y educó Salvador Amaya, y allí las anécdotas paternas transmitidas, como la de ser meritorio en el taller de Juan Cristóbal, cuando se daba forma a la estatua victoriosa del Cid en Burgos. O cómo su progenitor dormía en aquellas instalaciones arropado por un capote del torero Juan Belmonte. Corrían tiempos difíciles, sí, pero la cabeza de Mariano Amaya bullía siempre silente.
Antes
Después


Su padre no era muy de expresarse sobre la creación, aunque sí le transmitió «esfuerzo y capacidad de trabajo». Todo esto lo recuerda Salvador. Quizá coincidiera por última vez en público con él en el Monumento a los Donantes de Sangre de León. Historias que explican la complicidad de que su hijo haya recuperado todo un elemento de la idiosincrasia de Moratalaz. Pero en la obra que nos corresponde, Salvador es meridiano en relación a la inspiración: «Mi padre era el segundo de nueve hermanos huérfanos de padre durante la guerra, de orígenes muy humildes, y supongo que aquella circunstancia tenía que ver con su obsesión por hacer obra dedicada a la infancia. Supongo que necesitaba revivir la infancia que no tuvo y lo hacía a través de su obra. Y si te fijas bien, aunque son niños juguetones, tienen algo en su actitud que delata la tristeza que mi padre llevaba en el corazón».
Según Mariano Amaya, su padre fue quien «dio al barrio de Moratalaz la imagen de esperanza». Fue el artista que llenó los jardines de esculturas maternales»; de modo que quien viniera de fuera de Madrid, estuviera arropado «por un icono». Por un abrazo. Mucho de este patrimonio, y ya se ha referido, ha sido destrozado por pura maldad. Confiesa su vástago que en la amplia producción de su padre 'El encuentro' fue una 'rara avis', de hecho, y cita de memoria, es «la única 'maternidad' en la que la mujer es la parte activa del juego, la que provoca los primeros pasos, la que no sólo es protectora, sino que aparece como compañera de juegos».
Con todo esto, el reclamo morataleño mide 1,20 de alto en una losa que sostiene a madre y a hijo, de tres metros de largo por uno de ancho.

Así se restaura un símbolo de Moratalaz, cuya Junta de Distrito lo aprobó en pleno en octubre, y que ha acompañado, también en pleno, al ofrecimiento de una estatua tierna a la ciudad. Salvador Amaya, autor de obras que lo consagran como el escultor de batallas en tanto que Augusto Ferrer-Dalmau es el pintor de batallas, aquí ha asumido la personalidad del padre que tanto cariño le cogió al barrio, que hasta pensó en comprar una vivienda «en la Colonia El Hogar del Ferroviario» de Moratalaz. Allí pudieron quedar, si hubiese sido posible, las inspiraciones que tanto le dio el enclave. Un barrio que, en lo político se ha unido, para un ejercicio de justicia y de memoria histórica.
Sacudida la emoción de reivindicar mediante la escultura al padre, en la conversación con Amaya aparece el lugar inevitable del artista en la sociedad: «Muchas veces, aun llevando la financiación para erigir un monumento público, te llueven palos en las ruedas». Aunque si algo no prospera, es que Dios no lo quería para él. La resignación cristiana de Amaya. No obstante, a él, que ya se sabe que le tiraba la vocación militar de la parte materna, la vida le impidió entrar en la Academia General Militar, si bien ya, y lo dice sin fulgores de jactancia, modelaba con jabón un Nacimiento cuando sólo contaba con cinco años de edad.
Amaya, en esto de la querencia marcial, tiene un largo legado de obras. El monumento a Blas de Lezo en Colón, o el que homenajea a la Legión en la Castellana, dan muestra de que es Amaya un artista que valora el heroísmo.
4 de Julio
Por eso, en su próximo plan, y coincidiendo con el 250 aniversario de la Independencia de los Estados Unidos de América, este amante sereno de la Historia, este hombre que al pasado le da volumen y calle, con «el beneplácito de Su Majestad el Rey», está esperando al 4 de julio. Una fecha en la que desea volver a presentar al mundo su estatua de Bernardo de Gálvez, héroe de la batalla de Pensacola, en Florida; español, malagueño. Protagonista con su arrojo de que los norteamericanos iniciaran su camino como nación. Para que se vea el cambio de tercio, el escultor se muestra junto un molde del mentado Bernardo Gálvez, del que hay un retrato suyo en la Casa Blanca. Es Amaya un escultor que va de la remembranza yanqui a lo que fue Moratalaz con sus mismas manos.
Sería, sueña, un acto en el que participarían instituciones americanas que le han dado su apoyo. Sólo falta que el alcalde de Madrid, confiesa, responda a esta efeméride artística e histórica.
De momento, la saga de estos escultores, van de la maternidad a la historia. Y hay que volver al proceso creativo en el recuerdo del hijo y en el nombre del padre: «Trabajar con él no era fácil, a los artistas nos cuesta adaptarnos a la manera de hacer de otros artistas, pero él supo mostrarme el resultado que quería y yo supe captar su estilo. Cuando ya era muy mayor, me encargué de los procesos técnicos y burocráticos para que pudiera terminar sus obras. Me preocupé de la fundición e instalación de las esculturas que tiene en la plaza de los Monos de Málaga, y de que de reprodujera el monumento a la Madre que tiene en la Huerta Otea de Salamanca. Si bien, durante mis primeros años profesionales tuve el apoyo de mi padre, durante sus últimos años, mi padre tuvo el soporte de su hijo».
El quórum en la decisión de remozar una zona céntrica de Moratalaz goza, también, de otras derivadas que el autor no se cansa de repetir en la entrevista. El cómo partidos de distintas sensibilidades políticas han podido ponerse de acuerdo. La magia del arte sobre las siglas. El cómo la sangre prevalece sobre el estilo.
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